Cuando hablamos de agresión en el contexto educativo, las primeras palabras que se nos vienen a la mente es la de acoso escolar; pero como adultos, y más aún, como maestros y profesores. No obstante, los docentes debemos entender, identificar y saber distinguir entre dos situaciones bien distintas. Por un lado las conductas propias de un conflicto escolar, y por otro, los comportamientos concretos y específicos de lo que se considera acoso. En esta sociedad, cada vez más polarizada e intransigente con las ideas ajenas, los conflictos en los centros educativos y en el seno del aula son cada vez más habituales. Pero antes de hablar de acoso escolar debemos diferenciar entre conflicto y acoso. Los conflictos son parte de las relaciones sociales. Las diferencias entre puntos de vista diferentes las enriquecen, a la vez que son un motor de cambio. Torrego y Aguado, en su obra ‘Modelo integrado de mejora de la convivencia: estrategias de mediación y tratamiento de conflictos’ (2006), introdujeron el concepto de «perspectiva creativa del conflicto», en el que dan a entender que el conflicto en sí no es algo negativo; lo negativo es su resolución violenta. Igualmente vemos como para el Diccionario de la Real Academia Española el conflicto es sinónimo de «lucha, pelea, enfrentamiento» y antónimo de «concordia y paz». Efectivamente, todos hemos tenido alguna vez algún conflicto con otra persona como algo lógico y consustancial al devenir de las relaciones sociales.
Ahora bien, ¿qué es el acoso escolar o ‘bullying’ y qué diferencias existen con el conflicto en las aulas? La Consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesional de la Junta de Andalucía, a través de la Orden de 20 de Junio de 2011 define, no solo lo que es acoso, sino que también desarrolla un protocolo de actuación. El acoso escolar es entendido «como el maltrato psicológico, verbal o físico hacia un alumno o alumna producido por uno o más compañeros y compañeras de forma reiterada a lo largo de un tiempo determinado». Tiene una serie de características que lo definen: intencionalidad, repetición, desequilibrio de poder, indefensión y personalización. Podemos observar también un componente colectivo o grupal y suele estar acompañado de observadores pasivos. Existen diferentes tipos de acoso como la agresión física, verbal, psicológica, marginación social, sexual… y se puede llevar a cabo directamente o utilizando las redes sociales; en este caso nos referimos al llamado ‘ciberbullying’.
Las administraciones y centros educativos llevan mucho tiempo preocupados por esta situación. De ahí el Programa ConRed Andalucía que se está implementando en los centros desde el curso académico 2010/2011. Este programa tiene cinco objetivos: sensibilizar y formar a la comunidad educativa en la prevención del acoso escolar y el ciberacoso; formar a los docentes en estrategias eficaces para prevenir, afrontar y resolver este tipo de situaciones; facilitar su detección temprana; contribuir a la implicación de toda la comunidad educativa; y mejorar el conocimiento de las familias respecto al buen uso de internet y de las redes sociales para prevenir los riesgos ‘on line’. Tiene, por tanto, un fuerte enfoque preventivo y de promoción de la convivencia positiva. En este sentido, la Consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesional de la Junta de Andalucía pone a disposición de los profesionales de la educación una serie de protocolos de actuación que nos ayudan a intervenir de la manera más eficiente y objetiva posible. ¿Qué pasos hay que dar desde los centros docentes antes de abrir dichos protocolos? Lo primero y fundamental es proteger a la posible víctima y a continuación investigar y escuchar a todas las personas que han intervenido en el posible caso de acoso para esclarecer los hechos.
Hay que distinguir diferentes roles: víctima, agresor, víctima-agresor –aquel alumno que es víctima de agresión y a la vez es víctima de acoso– y espectadores. Sobre estos últimos hemos de poner el foco de atención ya que pueden tener diferentes funciones: colaborar con quien agrede, animadores –espectadores que animan el comportamiento agresivo pero sin vínculo con el agresor–, defensores de la víctima y espectadores neutrales. Sobre ellos impera la ‘ley del silencio’ dado que no cuentan a los adultos lo que está ocurriendo. No debemos olvidar que muchos de los casos de acoso escolar o de ‘ciberbullying’ pasan totalmente desapercibidos, no solo en el contexto escolar, sino también en el familiar.
Como maestra y orientadora creo que es con los espectadores con los que se debe trabajar prioritariamente, dado que son los engranajes que pueden detener la maquinaria del acoso. Romper la ‘ley del silencio’; enseñarles estrategias de afrontamiento y resolución pacífica de conflictos; y empoderar al alumnado para que se sientan protagonistas y parte importante como promotores de una cultura de paz. Todo ello para consolidar la convivencia en nuestros centros que debe ser el objetivo principal.
Poner en marcha estrategias que abarquen a toda la comunidad educativa y trabajar en la cultura de la prevención a través de la mediación escolar, resulta imprescindible. Esta mediación parte de un cambio en el paradigma que trata la resolución de conflictos. Desde este se pasa de la concepción tradicional de ‘ganar-perder’ a una nueva visión que tiene como finalidad el ‘ganar-ganar’, descubriendo el conflicto de intereses en la disputa y llegando a la elaboración de un acuerdo que satisfaga a las dos partes. Educar a nuestro alumnado en la mentalidad ‘ganar-ganar’ supone aprendizaje recíproco, influencias mutuas y beneficios compartidos en un mundo claramente cooperativo y no competitivo.

María Teresa Argente del Castillo Pizarro es componente del Grupo Orienta-25, coordinado por el doctor Jose A. Delgado.
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