II. BREVE IDILIO EN TAUTENBURG: UN AMOR IMPOSIBLE
La tensa situación que se plantea entre los tres amigos pronto se solventa, retomando la original propuesta de “vida en común” que había propiciado el encuentro entre ellos y que era un proyecto tan caro a Lou. Debían seguir siendo amigos, formando esa especie de “trinidad” de estudio en común que tanto anhelaba. Su proyecto —su “plan maravilloso” —consistía en formar una especie de “comunidad platónica” compuesta por ella y los dos “patosos” filósofos y “pretendientes”, de índole totalmente espiritual e intelectual: “Lo que más inmediatamente me convenció de que mi plan, afrentoso para las costumbres sociales entonces vigentes, podría llevarse a cabo, fue, primero, un simple sueño nocturno”, escribe Lou.
Y añade: “Vi un agradable gabinete de trabajo, lleno de libros y flores, flanqueado por dos dormitorios, con camaradas de trabajo yendo y viniendo a nuestra casa, unidos en un círculo alegre y serio”. Para concluir finalmente: “Lo inesperado sucedió cuando Nietzsche, apenas hubo tenido noticias del plan de Paul Rée y mío, se adhirió a él como el tercero. Incluso se fijó pronto el lugar de nuestro futuro trío: habría de ser… París, donde Nietzsche quería oír a ciertos colegas” (1).
En efecto, pese al dolor del rechazo, Nietzsche acoge con entusiasmo aquel proyecto de vida y estudio en común, ofrecido por Lou, tal vez por pensar que sería mejor compartirla con otro, que perderla del todo. Siempre ocurrente y extravagante, el zaherido pretendiente, para dejar constancia de ese proyecto de “trinidad”, sugiere celebrarlo con una fotografía de los tres amigos juntos. Este fue el motivo de la famosa fotografía, realizada en el estudio Jules Bonnet —uno de los fotógrafos más prestigiosos de Suiza— en la que Lou aparece montada sobre una carreta, fusta en mano, Rée y Nietzsche enganchados a los varales tirando del vehículo (una imagen sadomasoquista muy lograda):
“Al mismo tiempo Nietzsche” —escribirá más tarde Lou— “gestionó también la fotografía de nosotros tres, a pesar de la fuerte oposición de Paul Rée, que durante toda su vida conservó una repugnancia enfermiza ante la reproducción de su cara. Nietzsche con el ánimo exaltado, no sólo se empeñó en ello, sino que se preocupó personalmente de todos los detalles –como del pequeño (¡resultó demasiado pequeño!) carromato, incluso de la cursilería de la rama de saúco en la fusta, etc.” (2).
Así pues, Nietzsche fue el responsable, como regisseur, de la idea de la fotografía. En realidad, era Lou la que intentaba uncir a los dos hombres a su carreta, y ambos filósofos se sometieron. Nietzsche vuelve a acomodarse a una relación de simple camaradería. Se esbozó rápidamente un plan para la comunidad soñada por Lou, en el cual fue incluida, sin más, la madre de ella como “carabina”, a lo que se prestó de buena voluntad, aunque nada más fuera para estar “al lado” de su hija. Forman, en efecto, la “santa trinidad”, una extraña unión afectivo-amistosa-intelectual. Pero, como era de esperar, esa comunidad-cenáculo va a tener corta existencia, a causa de los celos de Rée por el acoso obsesivo de Nietzsche hacia Lou y la persistente negativa de ésta a casarse con él. A partir de entonces, casi siempre hubo dos hombres en su vida: el triángulo parece que fue la constante en el ideal amoroso de esta enigmática y atractiva mujer.
Durante unos pocos meses, Nietzsche espera convencer a Lou. A través de la correspondencia de aquella feliz primavera de 1882, Nietzsche no logra ocultar, como trata de hacerlo en carta a su hermana, su exultante estado de ánimo. Se siente un hombre jovial, lleno de optimismo y en perfecto estado de salud, situación poco frecuente en él, siempre aquejado por fuertes dolores de cabeza o por alguna otra dolencia. En Lucerna se separan. Nietzsche vuelve a Basilea desde donde debía seguir viaje hasta Naumburg para ver a su familia. Rée acompaña a las señoras Von Salomé a Zúrich, dirigiéndose después a su casa en Stibe, Prusia Oriental. Unas semanas más tarde Lou, acompañada de su hermano Eugen, marcha a Stibe con Paul Rée, donde pasa los meses de verano. Enterado Nietzsche de la situación, casi seis semanas después de despedir a Lou en la estación de Lucerna, pide a su hermana que invite a Lou a pasar unas semanas en Tautenburg, un pueblecito de Turingia donde él pensaba veranear, esperando una nueva oportunidad de seducir a su amada, ya sin la enojosa presencia de su rival Paul Rée y propiciando, al mismo tiempo, que ambas mujeres se conocieran. A las dos semanas, llega la aceptación de Lou.
En efecto: agosto de 1882 es para Nietzsche uno de los meses más felices de su vida, tanto en el orden afectivo como en el espiritual e intelectual. Ha encontrado en Lou al interlocutor a la altura de su genio, ante el cual da libre curso a esa caldera de ideas en ebullición que era su mente (3). Tres semanas, desde el lunes 7 de agosto hasta el sábado 26 de agosto, las pasan juntos en un romántico pueblo situado en el bosque de Turingia, Tautenburg (Dornburg), cerca de Jena, dialogando durante todo el día, y hasta altas horas de la noche. “Los preparativos febriles de Nietzsche le llevaron incluso a solicitar a la municipalidad la instalación de cinco bancos en los lugares de descanso del filósofo, en los caminos umbríos que le eran queridos. Uno de ellos es un banco circular que rodea el tronco de un haya y que es nombrado La gaya ciencia. Otro es nombrado El hombre muerto” (4).

La compañía de Elisabeth, su hermana, condiciona negativamente en estas semanas la relación entre ambos (5). Nietzsche revela a Lou en esas largas charlas algunas de sus ideas más originales, como la del eterno retorno, y le habla de su hijo predilecto, el danzarín Zaratustra, ya en proceso de gestación, y no producto, como han pretendido algunos historiadores imaginativos, de sus relaciones con Lou:
“En estas tres semanas”, escribe Lou, “hemos conversado hasta el agotamiento; curiosamente el aguanta ahora cerca de diez horas diarias de charla. En nuestras veladas, cuando la lámpara, vendada como un inválido con un paño rojo para que no dañe sus pobres ojos, arroja sólo un débil resplandor por el cuarto, siempre llegamos a hablar de trabajos en común… Sorprendente que en nuestras conversaciones aboquemos involuntariamente al borde de abismos, a aquellos lugares de vértigo adonde alguna vez se ha subido en solitario para mirar desde allí a lo profundo. Siempre hemos elegido los caminos de las gamuzas, y si alguien nos hubiera escuchado, habría creído que eran dos diablos los que conversaban” (6).
Componen juntos aforismos que Lou inventa y Nietzsche corrige o completa. Gracias a las cartas que Lou escribe regularmente a Rée, tenemos noticias de este idilio de Tautenburg y de la evolución de las relaciones entre ambos amigos, y sobre todo las observaciones, que resultaron por lo demás proféticas, que la joven rusa formuló respecto al pensamiento y a la personalidad de Nietzsche. El 14 de agosto Lou escribe a Rée:
“Nietzsche, en general de una consecuencia férrea, es en lo particular una persona tremendamente versátil. Yo sabía que cuando admitiéramos lo que, en principio, en la tormenta del sentimiento, ambos evitábamos, rápidamente nos habríamos de encontrar en nuestras naturalezas profundamente semejantes, más allá de todo charloteo pedante […] Él subía hasta aquí de continuo, y por la noche tomó mi mano y la besó dos veces y comenzó a decir algo que no terminó. Los días siguientes estuve en cama, él me metía cartas en la habitación y me hablaba a través de la puerta. Ahora ya amainó mi vieja fiebre catarral y me he levantado. Ayer pasamos juntos todo el día […] Elisabeth estuvo en el Dornburg con personas conocidas. En la pensión […] se nos considera tan emparejados como a ti y a mí, cuando llego con mi gorro y con Nietzsche, sin Elisabeth […] Un estímulo especial resulta de la coincidencia en pensamientos, sentimientos e ideas; nos podemos entender casi con medias palabras. El dijo una vez, impresionado por ello: creo que la única diferencia entre nosotros es la edad. Hemos vivido y pensado lo mismo” (7).

Con fecha del 18 de agosto escribe a Malwida: “Al principio de mis relaciones Nietzsche era una “naturaleza religiosa”. Hoy subrayaría esta expresión dos veces. Un día le veremos aparecer como el predicador de una nueva religión, y será una religión que exigirá de sus adictos el que sean héroes. Tanto él como yo pensamos y experimentamos lo mismo en este orden de cosas, pronunciamos absolutamente las mismas palabras y expresamos los mismos conceptos […] Nuestras conversaciones nos conducen a esos abismos, a esos lugares vertiginosos que uno ha escalado sólo, para sondear las profundidades” (8).
Nietzsche compite por Lou en rivalidad con su amigo Paul Rée —igual que Elisabeth lo hace por él, frente a la rival— (9), pero en vez de fascinarla, él fue fascinándose cada vez más por ella. Le asalta un amor auténtico, profundo, dispuesto al sacrificio y al perdón. No se da cuenta de que ella está mucho más cercana a Paul Rée, para quien lleva un diario, en el que, muestra sus impresiones sobre Nietzsche, sus sentimientos sobre lo que les unía y lo que los separaba y las diferencias que, en su opinión, existían entre sus dos amigos y pretendientes. El 26 de agosto finalizó el idilio (casto) de Tautenburg. Lou le regala como despedida una poesía, la Oración de la vida, que había compuesto en 1880 cuando era estudiante en Zúrich, llena de un espíritu juvenil heroico con el que pretendió deshacer la opresión que le producía la enfermedad que amenazaba su vida. A partir de entonces, Lou va distanciándose de ese amigo admirable. Tal vez lo que más contribuye a ello es el que éste haya tratado de alejarle de Rée desprestigiándolo, hablándole mal de él. Lou escribe al respecto en sus memorias:
“Ninguno de nosotros dos imaginaba que sería la última vez. A pesar de ello, las cosas no eran del todo como al principio, aunque seguían firmes nuestros deseos de un futuro en común a tres: Cuando me pregunto qué fue lo que fundamentalmente comenzó a menoscabar mi interna disposición hacia Nietzsche, pienso que fue la extrañeza por la progresiva acumulación de sugerencias suyas que pretendían dejar mal a Paul Rée ante mí –y también la sorpresa de que él pudiera considerar efectivo ese método” (10).
Lou parte para París con el Dr. Rée. Nietzsche marcha a Naumburg para encontrarse con su madre. Y aunque los tres amigos vuelvan a reunirse en octubre en Leipzig por espacio de unas pocas semanas, la comunidad trinitaria se rompe definitivamente. Poco a poco a Nietzsche le va invadiendo la certeza de que Lou lo ha abandonado. El rechazo y la separación de Lou fueron muy dolorosas para Nietzsche, le sumieron en una renovada y prolongada depresión. “Mi desconfianza ahora es grandísima”, contó a Overbeck, “en todo lo que oigo percibo desprecio por mí”. Sintió una particular amargura hacia su madre y su hermana, quienes se habían entrometido en su relación con Lou, y rompió el contacto con ellas ahondando así su aislamiento. “No me gusta mi madre y me duele oír la voz de mi hermana. Siempre me ponía enfermo cuando estaba con ellas”. Intentó superar sus sentimientos de venganza, pero la conducta de ellas le fueron “paso a paso” aproximando “cada vez más cerca de la locura”.

El año “festivo” se había acabado y negras sombras se posaron sobre el ánimo del filósofo, de las cuales ya no conseguirá salir nunca. “Cada uno de los tres amigos siguió por derroteros distintos. Paul Rée, que sigue amándola, continuará unos cinco años a su lado. Con el tiempo Rée no soportará su relación de hermanos con Lou y pondría fin a su relación, años después morirá trágicamente. Nietzsche se hundirá cada vez más en la desesperación y en la amargura hasta llegar a perder la razón en su reto empeñado con la Esfinge” (11). Tras una breve estancia en Génova, en invierno se refugia en Rapallo, y escribe su “Zaratustra”. Por su parte, Lou, aunque afectada por la suerte de sus amigos, supo superar estas pérdidas hallando en Freud, —en su pensamiento y doctrina— un objetivo en la vida y una nueva visión del hombre y del mundo (12). Partirá hacia su destino final, no sin antes –¿y a su pesar? — enamorar a muchos de sus nuevos amigos y admiradores.
En toda esta frustrada historia de amor y de desamor, no fue Lou verdaderamente la responsable única. Siempre jugó sus cartas con sinceridad, sin ambages. Lou era una mujer absolutamente independiente, que situaba sus relaciones con los hombres en una dimensión de igualdad y de fraternidad y que despreciaba ‘los vínculos humanos duraderos’. Como escribía el ilustre profesor y pensador gaditano Alberto González Troyano —en una vieja y bella reseña de periódico (y como tal volátil e ilocalizable) sobre la correspondencia entre Lou y Sigmund Freud— Lou “vaticinaba que, en toda relación sentimental, amorosa, duradera, uno de los dos, generalmente la mujer, se veía obligado a sacrificar su desarrollo intelectual y a someter su propia personalidad a la del otro. Su vida errante fue el precio pagado por su insobornable respeto a su propia libertad y a la libertad del otro” (13).
En efecto, dotada de una insaciable curiosidad intelectual y de una aguda sensibilidad para captar los movimientos culturales más significativos de su época, Lou necesitaba la proximidad de hombres de inteligencia brillante y los detectaba con instinto infalible. Frecuentemente, el escritor, el científico o el filósofo que estableciese relaciones con Lou podrían haber pensado que la seducción que su pensamiento o su obra ejercían sobre ella debía provocar también su seducción amorosa. “Pero esta unión preestablecida entre Eros y Minerva, por lo que sabemos no fue nunca consentida por Lou”. Y tanto Paul Rée como Friedrich Nietzsche, como Gerhard Hauptmann, como Frank Wedekind, como su propio esposo Andreas e incluso como, más tarde, Rainer María Rilke o Víctor Tausk, por citar a los más famosos, conocieron las virtudes difíciles de una íntima convivencia con Lou, sin consagración sexual”(14).

“Para ella”, como certeramente intuía González Troyano, “desprovista de los viejos tabúes sexuales, Eros se situaba en un contexto que no debía ser equívocamente allanado. Toda su vida estuvo jalonada de múltiples aventuras amorosas, pero la fidelidad a sí misma perduró por encima de todas sus relaciones. Incluso la más apasionada, la mantenida con Rilke, debió escindirse cuando Lou intuyó que el poeta programaba una vinculación demasiado duradera”. Ella siempre se opondrá a convertir en permanente lo que, en su sentir más profundo, debería ser sólo transitorio “como el flujo y reflujo de las mareas” (15).
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche. 3. Los diez años del filósofo errante, op. cit., p. 101.
2) Ibidem., p.104.
3) Para este episodio cfr. Norma Mastrorilli y Luis Pasamar, op. cit.
4) Jean Pierre Faye, Nietzsche y la transformación. La danza de Salomé, en Nietzsche entre dos milenios, Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura nº 40, Barcelona 2000, p. 20.
5) Sabida es la inquina y hostilidad de Elisabeth contra Lou, a la que indispone con su madre e insulta en numerosas ocasiones, llamándola desvergonzada, indecorosa, indecente o refiriéndose a ella como la tarasca rusa o lavulgar aventurera. Su comportamiento ese verano no fue lo que digamos ejemplar.
6) Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche 3. Los diez años del filósofo errante, op. cit., p. 118.
7) Ibid., p. 118.
8) Ibid.
9) La razón última de esa “rivalidad” tal vez no se deba tanto a un intento de proteger a su hermano de una mujer percibida como peligrosa para sus interese vitales e intelectuales, cuanto a una pasión casi obsesiva hacia su hermano. Fernando Savater escribe al respecto: “¿Quién puede sondear suficientemente la feroz y absorbente pasión de la hermana por su hermano, en la que se mezclaron el orgullo, la ternura, el deseo, los celos y la compasión? ¿Quién puede comprender del todo la fascinación que Nietzsche sintió por Elisabeth, su aterrada atracción por esa Antígona a la que odiaba con desesperada dulzura, que fue para él la Mujer eterna, la insoslayable realidad de lo femenino? Sería simplemente ingenuo, concluye nuestro filósofo, resolver que Elisabeth, la torpe y hitleriana Elisabeth, fue sencillamente una desdicha en la vida de Nietzsche; que sin ella, él se habría casado, hubiera llevado una vida sexual normal […]; no habría caído en la locura y hubiese logrado completar y ordenar su obra personalmente. No: Nietzsche fue Nietzsche en buena medida por su hermana, ella le ayudó a ver, le provocó a pensar” (F. Savater, Conocer Nietzsche y su obra, Dopesa, Barcelona, 1977, p. 18)
10) Lou Andreas-Salomé, Mirada retrospectiva: compendio de algunos recuerdos de la vida op. cit.
11) Norma Mastrorilli y Luis Pasamar, op. cit.
12) Para sus relaciones con Freud véanse: Sigmund Freud, Lou Andreas-Salomé. Correspondencia, compilada por Ernst Pfeiffer, siglo XXI editores, México, 1968; Lou Andreas-Salomé, Aprendiendo con Freud, diario de un año, 1912-1913, Barcelona Laertes, 1984.
13) Escrita como tantos otros magníficos artículos y ensayos suyos, dispersos y diseminados en las páginas de muchos periódicos andaluces y de revistas literarias, difíciles de encontrar si no se reúnen en una obra unitaria que los recoja con el reconocimiento y la estima que merecen.
14) Tras sus idilios con los dos filósofos alemanes (Paul Rée y Nietzsche) y al cabo de cinco años aparece en su vida un hombre de excepcional personalidad: Friedrich Carl Andreas, profesor de persa en el Instituto de Lenguas Orientales de Berlín, de cuarenta años. Se casarán en 1887, aunque por un peculiar “pacto matrimonial”, el matrimonio no llegara a consumarse (al parecer nunca tuvo con él relaciones sexuales): su fidelidad consistió en defender y conservar su apellido por encima de todo, colocándolo más allá de las pasiones temporales, hasta el final. Lou llevará el nombre de Andreas durante cuarenta y tres años, hasta la muerte de su marido en 1930). Pero fue, sin duda, Rainer Maria Rilke, el gran poeta, quien más lograría retenerla, entre 1897 y 1901 (ya casada y 15 años mayor que él), y para él, fue su amor más feliz; fue también amante del psicoanalista vienés Viktor Tausk, brillante discípulo de Freud, que acabó suicidándose. Véase: Lou Andreas-Salomé, Rainer María Rilke, Milán, La Tartaruga, 1992.
15) A. González Troyano, loc. cit.
TOMÁS MORENO FERNÁNDEZ
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