En este nuevo mundo, pasar la página de un libro puede parecer una tarea abrumadora cuando un clic nos ofrece respuestas al momento. La tecnología nos ha acostumbrado a la inmediatez, cambiando la forma en que consumimos información y nos relacionamos con el aprendizaje. Así que, seamos honestos, si hubieras crecido en la era de la IA, ¿habrías leído los clásicos que te pedían en la escuela, o le habrías pedido un resumen a ChatGPT?
Así, en un mundo donde todo parece más fácil, ¿por qué cada vez resulta más difícil concentrarse, aprender y relacionarnos cara a cara?
El informe de la American Federation of Teachers (AFT) en colaboración con la American Psychological Association (APA) y Fairplay my Parents Together nos dice que los jóvenes pasan más de tres horas al día en redes sociales.
Sin embargo, el verdadero problema no es solo el tiempo que los jóvenes pasan en redes, sino cómo los algoritmos se diseñan para captar y retener su atención, volviéndose cada vez más dependientes de estas plataformas. Ante esta situación, muchos adultos, que no han crecido con esta tecnología, optan por la solución más inmediata que es prohibirla.
Pero, ¿realmente funciona? Lo cierto es que regular el uso de la tecnología y educar a los jóvenes sobre su impacto se ha convertido en un desafío cada vez más complejo. Esto se debe, en gran parte, a la exposición constante a estímulos, que han reducido su capacidad de concentración, dificultando incluso tareas simples. En la escuela, captar su atención es un reto, incluso para los más aplicados.
Además, el tiempo invertido en redes sociales influye directamente en su capacidad para gestionar su día a día. Si pasan unas tres horas al día en estas plataformas, ¿cuándo les queda tiempo para desarrollar una vida social real, interactuar con su entorno y explorar otros intereses?. La falta de gestión del tiempo no solo impacta su rendimiento académico, sino también su curiosidad por aprender, lo que considero una característica clave de cualquier buen estudiante.

Ahora bien, ¿qué ocurre si el estudiante no pierde esa curiosidad, pero su única fuente de información sigue siendo internet y las redes sociales? Este escenario aumenta el riesgo de caer en noticias falsas, pues el contenido de redes está impulsado por algoritmos que priorizan la viralidad sobre la veracidad.
Pero más allá de la desinformación, este hábito también afecta la manera en que el cerebro retiene la información y aquí es donde entra en juego la Inteligencia Artificial.
El proceso de aprendizaje requiere esfuerzo cognitivo como investigar, comparar fuentes, analizar y reflexionar. Cuando la información se obtiene de forma instantánea a través de una simple pregunta a una IA , la retención es superficial. En otras palabras, cuando todo es más fácil de obtener, el aprendizaje se vuelve más difícil de consolidar.
Sin embargo, en lugar de ignorar el impacto del mundo digital en los estudiantes, es importante reconocer su presencia y aprovechar sus beneficios. En lugar de verlo como una amenaza, debemos preguntarnos cómo convertir esta realidad en una oportunidad para enriquecer la educación.
El impacto de la Inteligencia Artificial y de las redes sociales en la educación es innegable y, lejos de ser un enemigo en el aula, puede convertirse en un aliado valioso si aprendemos a integrarlo de manera adecuada.
No obstante, mantener un equilibrio entre aprovechar la tecnología y regular su uso no es una tarea sencilla, especialmente cuando la educación tradicional sigue anclada en métodos que no han evolucionado al mismo ritmo que la era digital. En lugar de resistirnos a lo inevitable, quizá la clave esté en redirigir la enseñanza hacia un modelo que combine lo mejor de ambos mundos. Reformar el sistema educativo no es fácil, pero tampoco tenemos otra opción si queremos preparar a los estudiantes para la realidad en la que ya viven.
Aun así, nunca un profesor será reemplazado por la inteligencia artificial. Por mucho que avance, la IA aún está lejos de replicar las cualidades humanas que un docente aporta en el aula como la empatía, la capacidad de motivar, el entendimiento de las emociones y la adaptación a las necesidades individuales de los alumnos. Pero esto no significa que el rol del profesor deba mantenerse estático; al contrario, debe innovar en sus iniciativas y adaptarse a la nueva realidad tecnológica.
Así que, «si no puedes con el enemigo, únete a él». Aunque, desde mi perspectiva como programadora y politóloga, viniendo de ambos mundos; el social y el tecnológico, sigo convencida de que la inteligencia artificial no es nuestro enemigo asumiendo que la tecnología nos ha hecho la vida más fácil, pero en el camino hemos perdido habilidades esenciales.
Para lograr el equilibrio con el avance se debe enseñar a los estudiantes a utilizar las nuevas oportunidades de forma consciente, verificando fuentes y fomentando el aprendizaje activo a través de debates y proyectos. También es esencial capacitar a los docentes en herramientas digitales y establecer momentos específicos para su uso.

Así que he ideado una forma de aprovechar el uso educativo de redes sociales como Instagram, integrándose en el aula como una herramienta de aprendizaje dinámico. Los alumnos pueden gestionar una cuenta de la clase donde compartan los mejores trabajos y organicen una “actividad educativa de la semana” para incentivar la creatividad y el aprendizaje práctico. Para enriquecer la experiencia, se pueden asignar roles rotativos según el criterio del profesor. Por ejemplo, un moderador revisará los comentarios para garantizar un entorno respetuoso y libre de discursos de odio, un periodista buscará y resumirá una noticia relevante, mientras que otro estudiante diseñará el post. Este enfoque no solo fomentará el pensamiento crítico y la comunicación efectiva, sino que también convertirá Instagram en una herramienta educativa innovadora.
De manera similar, la inteligencia artificial puede utilizarse en el aula para la creación de contenido interactivo. Se puede asignar un rol de creador de contenido educativo con IA, donde cada semana un estudiante genere un texto, con la ayuda de herramientas de inteligencia artificial. La clave de esta actividad es que el alumno revise y contraste la información que le dará la IA, asegurándose de su veracidad y complementándolo con su propio criterio y análisis personal. El verdadero reto y donde está el punto de reflexión será que el estudiante presentará dos versiones: el contenido generado por la IA y su versión corregida con su toque personal, explicando cómo la IA facilitó el proceso sin reemplazar su propio razonamiento.
En definitiva, el verdadero desafío no es elegir entre lo tradicional y lo digital, sino encontrar el equilibrio adecuado. La inteligencia artificial, cuando se utiliza con criterio, tiene el potencial de transformar la educación, potenciar la creatividad y fomentar la autonomía de los estudiantes. Al final, no es la tecnología la que define el futuro del aprendizaje, sino la manera en que decidimos utilizarla.
Para finalizar quiero expresar mi agradecimiento al profe Pedro. Gracias a él, aprendimos que con una enseñanza innovadora también podíamos divertirnos mientras aprendíamos. Su forma de enseñar no solo marcó la diferencia en mi experiencia académica, sino que ahora ha confiado en mí para escribir este artículo, algo que valoro enormemente. También quiero dar las gracias a Ideal y a Antonio Arenas por brindarme la oportunidad de compartir estas reflexiones y contribuir a la conversación sobre el futuro de la educación.
Carmen Albea López
Programadora y politóloga
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