Rafael Bailón Ruiz: «Apliquemos el juego limpio en los campos»

Un lunes más, con un nuevo tema. En esta ocasión, quiero hablar de agresión en el deporte. Para ello, he recogido el testimonio de un padre, cuyo hijo hoy es árbitro, no revelando su identidad, sí las iniciales: M.C.

Cuando nos dijo, con 15 años recién cumplidos, que quería ser árbitro, no estaba muy de acuerdo con dicha decisión. Recuerdo cuando él jugaba al fútbol y siempre había algún padre que se metía con las decisiones de los árbitros, soltando improperios y mostrando formas inadecuadas.

A los pocos meses del curso de arbitraje, aprobó. Hoy, porta su traje negro y silbato, nervioso, muerto de frío y solo. Cierto es que los primeros partidos fueron con los más pequeños, tarea de mayor tranquilidad, limitándose su cometido a preocuparse de que los que reciben alguna patada están bien, también vigilar que los jugadores lleven bien atadas las botas.

Cuando las actuaciones de un colegiado mejoran o necesitan cotas mayores, cambian sus objetivos o metas, tocando lidiar en partidos más intensos, con equipos integrados por jóvenes que protestan la decisión tomada independientemente de si fue o no acertada, al igual que hacen algunos entrenadores o parte del público congregado, actitud que lejos de ser modélica contagia a los futbolistas de campo.

Recuerdo las veces que mi hijo ha recibido insultos, con algún amago de agresión, futbolistas que se encaran dentro o fuera del túnel de vestuarios, el rostro desencajado de un chico al que le encantaba arbitrar.

Vivimos en una sociedad carente de valores, que recurre con facilidad al insulto o a la triste imagen de la persona que vocifera subida a la valla, del mandato enviado al juez de campo, la amenaza gratuita y sin razón alguna, esa invitación a callar o guardarse el pito ( léase silbato) en las partes más ocultas de su cuerpo.

Todo ello lleva al sufridor a pedir a sus padres que no lo vean más, a la súplica para aguantar solo el maltrato de algunos energúmenos que no entienden lo que debiera llevar aparejado el deporte (…)”

M.C. toma aire, bebe un sorbo de agua, intentando proseguir.

He visto impotencia marcada en la cara, como el día en el que un equipo perdía por 6 goles de diferencia, quejándose el guardameta de cada una de las decisiones, como si mi hijo fuese el responsable de cada uno de los balones alojados en su portería o de la superioridad notoria del equipo rival.

Eso sí, al menos uno agradece cuando el entrenador adopta la postura correcta, desautorizando y regañando a quien recrimina con malos modos.

Pero esto no siempre es así, dado que el grado de competitividad lleva al futbolista a jugar como si se tratase de una final de Champions League, con enfados reiterados, insultos desproporcionados y algún que otro gesto sobrante.

Esta temporada ha tenido que dirigir hasta tres partidos en una misma mañana, pues la labor de mediador en el balompié comienza a escasear.

Mi hijo tiene que hacer frente a todas las adversidades (incluidas las que tienen que ver con la meteorología, caso del frío, la nieve o la lluvia).

Además de alguna palabra soez o palabrotas variadas, aquel que no tiene límites grita fuerte y con voz intimidante:

  • ¿Dónde miras? ¿Estás ciego? ¿Necesitas gafas?

Incapaces de saber interpretar un brazalete en el que sobreimpresionado puedes leer un texto: -18.

¿Nadie entiende que el encargado de pitar la contienda es un menor de edad?

¿Nadie reconoce el esfuerzo de jóvenes que tratan de cumplir sus sueños?

Con 15 años, mi hijo tomó una responsabilidad que pocos se atreven, de ahí el descenso en el número de árbitros en nuestro país.

Al igual que él, otros/as muchos/as se levantan a las 7:30 de la mañana para pitar el primer partido del día, tras el que vendrán dos o tres más,y , todo para que chicos y chicas disfruten del deporte.

Echo en falta un mayor apoyo, tanto de los asistentes como de los delegados de campo o delegación de árbitros. Necesito ver una sociedad que sabe comportarse, sin perder los nervios ni las formas, que entiende las leyes del denominado fair play, respetando el trabajo realizado por numerosos amantes del arbitraje (un oficio cada vez más denostado).

Por favor, gestos de nobleza, fraternidad, deferencia con los asistentes o un comportamiento leal y sincero que trascienda los límites del deporte, saludos amistosos al contrario, disculparse ante una falta y saber mantener la compostura, así como actuar de manera limpia y ética…

Todo esto y mucho más es lo que debiera verse en los campos”.

Espero que las palabras de M.C. sirvan de ejemplo y sus deseos no caigan en saco roto.

Rafael Bailón Ruiz

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