Frank G. Slaughter

Juan Franco Crespo: «La radio en la literatura: Hospital de sangre»

A veces te quedas sin habla cuando descubres materiales que cambian tu visión sobre el conflicto que sacudió al continente europeo a mediados del siglo pasado por obras, noveladas, que no tenías pensado leer y que caen por sorpresa en tus manos. Vivimos una época donde la gente huye del libro de papel por no decir que lo desprecia olímpicamente y a mí eso me hace mucho daño porque se privan de un alimento esencial para nuestro intelecto. Pero, una cosa son los gustos de uno y, otra, la desvergonzante etapa en la que estamos inmersos. Como resultado, a veces, te encuentras joyitas que te las regalan por el módico precio de un euro en los tenderetes de los pueblos o librerías de saldo: es una manera de que los libros no queden de nuevo triturados y les dan una nueva oportunidad.

De esa manera llegó Hospital de Sangre a casa y me sirvió de estimulante lectura en la que, además, aprendí infinidad de nuevas palabras relacionadas con el mundo de la medicina y, en este caso, la que se practica en tiempos de guerra: gratificante y estimulante repaso a la cotidiana realidad de los hospitales de campaña y cómo los cirujanos avanzan en soluciones que a veces no son posibles en la vida real: en esos momentos, en el fragor de la batalla, las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran.

Impresionante el legado de Slaughter a la literatura; recordemos que el autor era un médico norteamericano que comenzó escribiendo por aburrimiento y, finalmente, se ganó la vida como escritor cosechando millones de ejemplares de tirada y reconocimiento del público allá en donde su obra llegó y es vigente en los conflictos bélicos donde los galenos trabajan más allá de sus fuerzas ante la cruda realidad del campo de batalla.

Dicho esto estamos ante una novela donde la muerte y el amor están tejiendo una gran malla que no te deja indiferente, que te atrapa, que te conduce por unos vericuetos en los que, a veces sin quererlo, se te aparecen algunos de los momentos vividos en tu vida. Es evidente que de joven no tienes el «serón» cargado de experiencias pero, en la recta final de la vida, muchas cosas que aparecen en la novela de una u otra manera las vivimos.

Por supuesto ese hilo conductor del cirujano, efectivo y responsable, es la telaraña que te atrapa y a ella se le añade el miedo, la amistad, el amor, la confraternidad, en suma, en momentos difíciles de la vida y que te dejarán marcado para siempre si sales «entero», físicamente del conflicto. Si sales con secuelas, entonces esa marca la padeces día tras día. Pero la receta del amor hace que a veces te olvides de los conflictos bélicos ¿qué sería del hombre sin ellos? Porque parece que la ausencia de guerra es difícil de alcanzar y siempre hay algún que otro lugar en llamas para solaz y disfrute de los mercaderes de la muerte. Apagan un fuego e inmediatamente aparece otro: lo importante es tener mercados a los que colocar la quincallería obsoleta y en otros casos experimentar con las nuevas tecnologías que están haciendo estragos allá en donde aparecen.

Portada del ‘Hospital de sangre’ de Frank G. Slaughter

Dicho esto, vayamos a la parte relacionada con la radio, apenas un par de párrafos que nos vienen de perlas para nuestra serie de LA RADIO EN LA LITERATURA. Prácticamente están juntos en el texto y de vez en cuando aparece aislada la palabra radio, pero creemos que ya no son párrafos tan explícitos y sólo hemos seleccionado este par, aunque la protagonista es una periodista y por lo tanto entra de lleno en la temática de medios de comunicación.

«-Me parece que anoche pudo descansar usted mejor que yo.

-Pues tanto si lo cree como si no, estuve preparando cinco mil palabras de crónicas y una emisión radiofónica.

-No me irá a decir que ya podemos utilizar Radio Argel.

La emisora militar me abre un hueco en la onda corta a las nueve de la noche. -Echó un vistazo al orden del día colocado en el tablón de anuncios.- ¿No espera con impaciencia la exhibición oratoria del comandante Strang?

Esta vez Bill se permitió hacer una mueca declaradamente desagradable.

-¿No se ha enterado de que ha desenterrado el hacha de guerra y pretende hacerse con el cuero cabelludo de Rick?

-Claro que me he enterado. ¿Acaso está Rick inquieto?

-Strang está utilizando todas las influencias y poniendo en práctica todas las triquiñuelas imaginables para hundirle. Si su comunicación sobre el tratamiento de las quemaduras es adverso a Rick, será el argumento decisivo, su cachiporrazo. Si, en cambio, le resulta favorable, fíjese bien y verá cómo Randall le echa una manta encima.

Linda puso sobre el brazo de Bill una mano apaciguadora.

-Prométame una cosa, comandante Coffin. Ya sé que es usted un buen amigo del capitán Winter. Ya sé que está usted preocupado por la amenaza de un tribunal militar…

-¿Quién ha hablado de tribunal militar?

Linda sonrió y dio el brazo a Bill. Juntos entraron en la improvisada sala de reunión.

Se sorprendería si supiese cómo recojo las informaciones. Prométame estarse quieto a mi lado y no acalorarse en ningún caso. Y lo que es más importante todavía: si siente usted ganas de… rugir…, aguántese.

Bill iba a contestar, pero ella lo detuvo con un murmullo.

-Esta mañana ha llegado de Gibraltar un informe sobre los heridos con quemaduras que fueron desembarcados allí. Por suerte, he podido verlo antes que Strang. No me pida ahora más explicaciones. Ya verá como todo se aclara antes de que pase mucho tiempo.» [Páginas 224/225]

«-Espero que no riñamos hoy. ¿Qué tal ha ido su emisión de radio?

-Bien. Demasiado bien. Por eso tengo que ir a Casablanca. Ahora que Argel ha caído, quieren otra emisión desde la emisora de allí. Hace seis horas que mi periódico ha convencido a los capitostes de Washington, y debo ir a otras tierras. Esta época que vivimos es literalmente mágica, a condición de no quejarse si nos pone en algún compromiso…

Rick vio que Linda se limitaba a exponer unos hechos sin pizca de vanidad. En efecto, era una corresponsal de guerra muy solicitada; conocía a fondo su oficio, no sólo por vocación, sino por práctica; había hecho cuanto un corresponsal puede hacer y para ella subir a un bombardero a medianoche era algo tan natural como lo es para un ciudadano tomar el tranvía. Y si era así, ¿por qué Rick sentía los precipitados latidos de su corazón, qué podía agitar a Linda mientras bailaban los últimos acordes del vals? [Páginas 248/249].

Juan Franco Crespo

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