Un día cuando ya ni me acordaba del asunto me llegó un email de una editorial en el que me daban la enhorabuena porque habían aceptado mi manuscrito “Relatos tangenciales”.
Para publicarlo, me decían “que cumplía con los requisitos de la editorial, que concordaba con los valores que la inspiraban y que reunía las características adecuadas para tener una buena acogida entre el público lector¨ cito textualmente.
A continuación me pedían una serie de datos personales y me anunciaban un segundo email con los beneficios de publicar en su editorial, sobre todo si yo les compraba los 80 primeros ejemplares…, hasta aquí todo más o menos normal excepto un pequeño detalle, que yo no les había mandado ningún manuscrito y aunque tenía uno de relatos recién acabado ni se llamaba “Relatos tangenciales” ni lo había mandado a ninguna editorial.
Sí había llamado a unas cuantas y curiosamente la única que me contestó fue ésta y tarde porque yo ya había pasado de mi pulsión escritora a la musical, quería aprender a tocar el piano y en eso estaba cuando me llegó el correo de la editorial, así que ni me molesté en contestar porque no quería perder ni un minuto de mi nuevo aprendizaje instrumental, sabía que este también me duraría poco y pronto estaría en otra fase artística que bien podría ser la pintura.
En eso estaba, cuando al mes de la primera comunicación me llegó otra en términos parecidos y al siguiente mes otra, parecía como si el futuro de la editorial dependiese de mi genio creativo.
Cansado de este acoso editorial, ¡quién me lo iba a decir!, decidí llamarlos para acabar con el asunto, además estaba ahora inmerso en futuros conciertos de piano, aunque bastantes improbables porque todavía no había conseguido aprender solfeo y mucho menos tocar el piano.
Cogió el teléfono una chica muy simpática pero robotizada, es decir, asentía a todas mis explicaciones con los estereotipados “claro”, “por supuesto”, “efectivamente” y hasta me parecía ver su sonrisa no menos estereotipada, cuando terminé mi bien estructurado discurso con la frase “ no me vuelvan a llamar”, ella inmutable y bien entrenada me contestó : “Nos gustaría verle por la editorial, venga tal día y a tal hora con su manuscrito”. Perplejo colgué el teléfono, ¡ qué tenacidad ! , temiendo que el acoso continuara, determiné ir personalmente a la editorial y hablar con el director o directora o lo que fuese.
Así que el día y a la hora que me había dicho la telefonista robotizada me presenté en la editorial con la cara más seria de todo mi repertorio facial.
Me pasaron a un despacho en el que un señor, no sé cómo describirlo, con un cierto aire de desertor de mayo del 68 reconvertido en yuppiejecutivoneoyorkino, me recibió como si me terminasen de dar el Nobel de Literatura y el Príncipe de Asturias en el mismo lote. No entendía nada y él parecía tenerlo todo muy claro.
Me dijo con gran algazara, aspavientos y enorme sonrisa que el manuscrito “Relatos tangenciales” sí era mío, yo pensé que uno de los dos estaba loco, me inclinaba más por él, yo también estoy un poco pero todavía sé lo que es mío y lo que no. Ante mi perplejidad insistió con esta breve y contundente frase “Es suyo” y no se hable más, además lo vamos a presentar a un premio que ya antes de que se falle, va a ganar.
Entonces se me ocurrió hacer un trueque, si me valoraban tanto yo les llevaría mi manuscrito auténtico y en vez de ser el autor de esos “Relatos tangenciales” que no había escrito sería el autor real de mi propio manuscrito.
Así se lo expuse y él condescendiente como el que le consiente un capricho a un niño para que deje de incordiar y se porte bien, me dejó ir a buscar mi manuscrito.
De vuelta a mi casa iba pensando de qué forma tan rocambolesca y extraña me iban a publicar mi texto y hasta lo iban a presentar a un premio que ya de antemano, según me dijo, había ganado.
Verdaderamente este mundo editorial era como perderse en el laberinto del Minotauro y yo solo me había asomado a la entrada.
Al día siguiente volví a la editorial con mi manuscrito, me dijeron que lo dejara y volviera a los dos días porque el director estaba fuera en unas presentaciones de libros, así le llaman a ir de acá para allá con el autor y su libro intentando darlo a conocer y venderlo, ardua tarea en una época en la que los escritores se cuentan no por miles sino por millones…
En fin, yo como si una varita mágica me hubiera tocado, no iba a tener que pasar por eso, mi relato había ido directamente desde el fondo del cajón donde lo tenía olvidado al escenario donde recogería un premio, no sabía cual porque ese dato no me lo había dado pero era igual, solo con la palabra premio se me abrirían las puertas del Parnaso, ya veía mi nombre escrito con letras de oro en la posteridad… y con estas ensoñaciones pasaron los dos días, no es necesario decir que no volví a tocar el piano ni a pensar en conciertos, ni mucho menos en pintura, ahora volvía a ser ESCRITOR, sí con mayúscula.
De nuevo en la editorial, me hicieron pasar a una especie de sala de espera donde estaba otro novel escritor con su manuscrito pero su cara no expresaba mucha satisfacción sino todo lo contrario, lo saludé y queriendo transmitirle algo de mi euforia le pregunté si le habían aceptado su texto y si me lo podía enseñar, entonces en silencio lo sacó de su carpeta, me lo dio y dijo: sí, lo han aceptado, pero no es mío, el mío se llama “Relatos tangenciales” y se lo han dado a otro, entonces miré el que me había entregado y leí con estupor el título del mío, era mi manuscrito.
Sin saber qué decir ni qué pensar ni nada de nada, miré a mi alter ego que enseguida supo que yo era también su alter ego. En esas estábamos cuando se abrió una puerta y nos pasaron al despacho que ya conocía de la primera vez que fui a la editorial, esta vez nos recibió una mujer de mediana edad, mezcla de intelectualbohemiapoetaensusratoslibres, se presentó como lectora de textos y nos confirmó que efectivamente yo era el autor de “Relatos tangenciales” y mi compañero el creador de mi texto, que nos presentaríamos a sendos premios que ya teníamos ganados y a partir de ahí se iniciarían nuestras respectivas carreras literarias que por supuesto dirigirían y controlarían la editorial, ante nuestras caras de asombro nos recordó que en el mundo editorial siempre había habido “negros” que escribían para otros, mujeres que escribían las obras que firmaban sus maridos, escritoras cuyo afamado nombre escondían dos y tres autores, y así siguió enumerando combinaciones de todo tipo, ahora se había dado un paso más “autores a la carta” los llamó, según el perfil del escritor se le adjudicaba tal o cual obra aunque no fuera suya.
Yo siempre había pensado que las obras literarias de alguna manera tenían la impronta de su autor, pero parece que estaba equivocado, además intuía que si seguía mis razonamientos me iban a llevar a un terreno escurridizo y peligroso, así que simplemente y desde aquel momento dejé de pensar y empecé a actuar, es decir , le dije a la poetaensusratoslibres que por mí no había problema, pero que me dieran un adelanto. Me contestó que si había leído los beneficios de publicar con ellos en el segundo email que me mandaron, yo tenía que comprarle los 80 primeros ejemplares y venderlos por mi cuenta, una vez logrado este objetivo, la editorial intentaría vender los demás ejemplares y me darían un porcentaje que por supuesto sería mucho menor del que ellos se llevaban. En ese momento de la conversación y mientras intentaba convencerme de que toda esa situación era real y no una alucinación, oí a lo lejos un piano, un piano que venía a rescatarme, cogí de las manos de mi alter ego mi manuscrito y tarareando la melodía que seguía oyendo volví a mi casa.
En la actualidad sigo escribiendo y también tocando el piano (por fin aprendí),e incluso pinto algún que otro paisaje , pero soy yo quien elige los colores y las palabras y decido cómo combinarlos y soy yo quién selecciona la música que toco, ahora sí soy yo y también soy mi alter ego.
Por cierto, “Relatos tangenciales” no ganó el Premio al que lo presentaron, parece que hubo una maraña de enredos entre distintas editoriales y el Premio hubo que declararlo desierto ante la falta de acuerdo, una pena, el título prometía.
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