Con un intensísimo programa se despedía el pasado viernes el Festival Internacional de Poesía de Granada, que ha convertido la ciudad durante cinco días, del 5 al 9 de mayo, en el escenario mundial en el que se han aliado poetas y palabras, autores y artistas de diversos géneros, con un público que ha llenado los diferentes espacios en los que ha transcurrido. Con el claro propósito de hablar y escuchar, debatir y reflexionar sobre literatura.
Una nueva edición del FIP con un éxito de formato, que nos ha puesto en contacto con más de setenta autores y autoras de más de una docena de países, entre los que se cuentan varios premiados. Ha querido la casualidad que, al clausurar esta nueva edición del Festival, se haya iniciado sin transición la Feria del Libro de Granada, que finalizará el próximo domingo 18 de mayo. Así que estamos disfrutando de un mes de mayo que quedará grabado en el recuerdo de quienes amamos las palabras, los encuentros, la literatura, porque semejante efervescencia alrededor de la misma solo puede contribuir a mejorarnos como sociedad.
Siendo imposible referir en este espacio todo lo ocurrido durante el transcurso del Festival Internacional de Poesía, me centraré en la clausura del mismo, que tuvo lugar el viernes por la tarde en la Alhambra, en el Palacio de Carlos V. Un marco de lujo para unas invitadas de lujo. Para iniciar el acto, Remedios Sánchez conversó con Irene Vallejo, autora del magnífico ensayo El infinito en un junco, que ya ha sido traducido a numerosos idiomas, convirtiéndose en un éxito mundial. A continuación, Ainhoa Arteta interpretó varias canciones líricas, tras lo cual conversó con el poeta Carlos Aganzo, para finalizar cantando Memento de Lorca.

Remedios Sánchez, que dirige el Festival junto a Daniel Rodríguez Moya, presentaba a Irene Vallejo expresando que «mucho más que una narradora de la historia de los libros, es una escritora que ha sabido comprender el lenguaje como un acto poético y como un espacio de memoria donde el territorio de los mitos, los relatos y la poesía son capaces de entrelazarse de una manera absolutamente armónica. Su prosa está impregnada en cada página de un lirismo que convierte la lectura de esta obra en una celebración de la palabra y del asombro. Nos enseña que la poesía es mucho más que un arte, es una forma de estar en el mundo, de resistir y de celebrar la vida a través de las palabras. Poesía como forma de comprender y transformar el mundo».
Escuchar a Irene Vallejo es un acto sublime. Ha tenido sobre mí el mismo efecto que tuvo leer El infinito en un junco. Su lectura me cautivó, me hechizó de tal modo que durante el último lustro ha sido el libro que más he recomendado y regalado. Deleitar y embelesar a lectores/as con la historia de los libros desde la antigüedad es un arte, toda una proeza, que se ha visto recompensada con numerosos premios. Su prosa hipnotiza y atrapa por su belleza y originalidad, por su erudición, por su derroche de amor a los libros, a la cultura.
Así que el viernes pasado, 9 de mayo, asistir al cierre del Festival Internacional de Poesía de Granada, y tener la oportunidad de escucharla en un marco incomparable como el palacio de Carlos V, ha sido un regalo que atesoraré para siempre. Porque Irene Vallejo, y le copio a ella el título del capítulo 74 de la parte I del Infinito en un junco, tiene una apasionada relación con las palabras. Es una persona luminosa, extraordinaria, que rezuma sencillez, a la vez que transmite un profundo conocimiento. Nos atrapó con su calidez, con su sonrisa permanente mientras se dirigía a un auditorio entregado a la sabiduría de sus palabras, a la delicadeza de su gesticulación, a la caricia de su voz en nuestros oídos.
Tengo que reconocer que el espacio es tan sobrecogedor en su belleza que produce un temblor y una conmoción interior. Creo que es la atmósfera adecuada para cerrar este Festival y para poner un broche de palabras a todas las emociones que aquí se han vivido. Y por eso quisiera hacer agradecimientos, agradecimientos cálidos. […] Haría falta toda una vida para conocer la Alhambra y varias reencarnaciones para descubrir Granada. Es una ciudad infinita. Iniciaba así Irene Vallejo su intervención.

Imposible reproducir aquí la totalidad de sus elocuciones. Solo unas breves pinceladas de algunos momentos concretos. Nos hizo partícipes de las horas felices que dedicó a la escritura de este libro, como en su infancia lo eran las horas felices de los cuentos que sus padres le contaban antes de dormir. Momento en el que señaló a su madre, sentada en primera fila, como feliz responsable de tantas cosas que le han sucedido. Compartió con nosotros que el contexto en el que lo escribió fue quizá el más terrible de toda su vida, ya que acababa de ser madre y su hijo había nacido con muy graves problemas de salud, por lo que estaba ingresado en la UCI neonatal del Hospital Infantil de Zaragoza. Y nos confesó que no podía pronunciar esas palabras sin emocionarse y expresar su gratitud, porque el niño no estaría vivo si no fuera por la sanidad pública de este país, lo cual arrancó un merecido y espontáneo aplauso. Así que pasaba muchas horas de estancia en el hospital, con una angustia y ansiedad permanentes por el futuro incierto de su hijo, y se dio cuenta de que necesitaba escribir por razones terapéuticas. Ni siquiera sabía si podría terminar el libro, y mucho menos imaginaba que iba a ser un éxito, pero se dio cuenta de que escribir la hacía fuerte para afrontar los momentos difíciles de la vida.
Estaba convencida en ese momento, tras una década en la que había intentado abrirse camino, de que su sueño desde la infancia de ser escritora profesional había terminado. Y pensó escribir un último libro para sobrellevar esta etapa. Así que, ante la falta de posibilidades para investigar en ese momento, recurrió a su tesis doctoral, no publicada, que trataba sobre el origen del libro, y pensó en reconvertirla en un ensayo más literario, más accesible al público. Fue la necesidad de recurrir a un trabajo que ya estuviera hecho lo que la hizo tomar esa opción, y empezó a escribir en las horas en las que salía del hospital. Nos contó que después se ha dado cuenta de que el infinito es un libro de compensación: como su vida era ir de casa al hospital y del hospital a casa, el libro es una efervescencia de viajes, en el tiempo, en el espacio, son personajes en perpetuo movimiento, es un libro de dinamismo casi arrebatado, que compensaba todo lo que ella no tenía en ese momento. Por tanto, fue liberador, sanador y terapéutico escribir este libro.
Otro momento que quiero resaltar es en el que habló con emoción y fervor de los libros como creadores de comunidades, y en este punto citó a los clubs de lectura, fenómeno relativamente reciente, que según Irene Vallejo se han erigido en una nueva forma de socialización en todo el mundo. Grupos de personas que no solo se dedican a leer libros, sino que luego se reúnen a comentarlos. Llegas con tu versión del libro, y sales con el ramillete de la versión de todos. Se trata de un fenómeno que no tiene parangón en la historia de la lectura con ningún otro. Es revelador de algo que no había sucedido: la gente decidiendo voluntariamente leer los libros y reunirse para dialogar sobre ellos.
Casi al final de su intervención Irene Vallejo compartió una anécdota muy emocionante, que vincula Granada y Federico García Lorca con Colombia. Se trata de un proyecto de promoción de la lectura, Motete, llevado a cabo en un territorio colombiano muy difícil, muy abandonado por el estado, el Chocó, donde se carece de casi todo, y donde Irene Vallejo viajó para conocerlo. Velia Vidal, la mujer que ha iniciado este proyecto, lo hizo inspirada por la lectura del discurso de la inauguración de la Biblioteca de Fuentevaqueros de Federico García Lorca. De manera que, aunque muchas cosas naufragaron aquí, gracias a los libros pueden renacer en otro lugar, en otro espacio, en otro momento histórico, pero no mueren del todo. Y Federico está con los niños del Chocó inspirando este proyecto de Motete. Nadie pudo acallar las palabras de Federico gracias a los libros. Nuevo espontáneo y merecido aplauso por parte del público.
Terminó anticipándonos que su próximo proyecto va a estar dedicado al cuidado, los cuidados, en su perspectiva histórica, y que, jugando con los géneros fronterizos, quiere que tenga un poco de ensayo y un poco de novela, respondiendo a la pregunta de porqué como sociedades y como especie hemos tomado la decisión de cuidar a los débiles, a los enfermos, a las personas con discapacidad. Porqué hemos hecho algo que aparentemente parece tan contrario a las leyes de la selección natural.
Un aplauso casi infinito del público agradeció la magnífica conversación.

A continuación, la prodigiosa voz de Ainhoa Arteta, acompañada al piano por Javier Carmena, inundaba el Palacio de Carlos V, sobrecogiéndonos por su belleza. Previamente a la interpretación de cada pieza, nos daba una mínima explicación sobre lo que íbamos a escuchar.
Pero la conversación más extensa la tuvo tras deleitarnos con varias canciones líricas, con el poeta Carlos Aganzo. La introducía Remedios Sánchez, expresando que la poesía y la lírica comparten claramente una misma raíz, pues ambas nacen de la pasión humana por intentar poner palabras a aquello que nos resulta inefable. Carlos Aganzo empezó preguntándole qué sentía cantando en un lugar tan lleno otras resonancias, con tanta historia. Agradeció Ainhoa Arteta la oportunidad de poder expresar lo que se siente cuando se canta poesía. La poesía es música, la música es poesía. Cuando canta, confiesa sentirse en otra dimensión, entregándose a la canción, al poema, con todo su cuerpo. Y se siente privilegiada de poder ser el vehículo de tanta belleza, ya que nos pone en contacto con el arte de grandes poetas y grandes músicos, y que, como vehículo, toda su vida ha intentado prepararse lo mejor posible para poder llevar a cabo lo que ellos han plasmado, que son auténticas obras de arte. Aunque le gusta mucho la ópera, para ella el concierto de canción y piano es el néctar de la voz, al unirse la mejor poesía con la mejor composición musical.

Al finalizar la conversación, y para demostrar la música que tiene la palabra, Carlos Aganzo nos propuso escuchar un fragmento del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Lorca, en la voz cascada y rota de Paco Rabal.
Y como broche final a este XXI Festival Internacional de poesía, Ainhoa Arteta interpretó Memento de Federico, confesándonos que siempre que la canta le parece como si él hubiera escrito la premonición de lo que le iba a pasar. Aunque concluye en modo mayor, con lo cual termina como un canto de esperanza.
Cuando yo me muera,
enterradme con mi guitarra
bajo la arena.
Cuando yo me muera,
entre los naranjos
y la hierbabuena.
Cuando yo me muera,
enterradme si queréis
en una veleta.
¡Cuando yo me muera!

Disponible aquí el vídeo del acto:
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