Coral del Castillo Vivancos: «Un abuelo okupa»

No estaba siendo tan fácil como en anteriores ocasiones, el asunto de la vivienda cada día era más complicado, pero Miguel necesitaba un nuevo piso para comprar y alquilar.

Miguel era abogado y algunos de sus clientes, a pesar del problema que había con la okupación, recibían todos los meses buenas rentas de inmuebles alquilados, por lo que él había empezado también a invertir en el llamado sector “ladrillo”, la cuestión estaba en saber elegir bien a los inquilinos y en ser muy meticuloso con los requisitos exigidos y con la redacción del contrato. Miguel de eso sabía bastante, así que empezó a buscar otro piso para más adelante, una vez hecha la reforma si era necesaria, ponerlo en alquiler.

No fue una tarea fácil, primero buscó una zona en la que fuese lucrativo alquilar, cerca del centro, tranquila, con toda clase de servicios, próxima a centros educativos, bien comunicada y que tuviera zonas verdes. Cuando ya se decidió por el lugar, el problema que encontró fue que había poca oferta de pisos en venta y los pocos que había tenían precios prohibitivos. Miguel no podía gastarse una muy elevada cantidad de dinero porque seguramente tendría que hacerle al piso una reforma.

Empezó a callejear rastreando por las fachadas carteles de “Se vende”, acudió incluso a inmobiliarias de la zona pero las viviendas que le enseñaban no le convencían y las comisiones que cobraban eran también muy altas.

Después de mucho andar y cuando ya empezaba a desanimarse vio un cartel de “Se vende piso “, le gustó el edificio, no muy alto, de buena y relativamente reciente construcción, la calle reunía también casi todas las exigencias que él iba buscando además parecía tranquila y poco ruidosa. Copió el teléfono y llamó, contestó una voz de hombre que le informó sobre el piso en venta, estaba en la cuarta planta, tres dormitorios, dos baños, solería de mármol, calefacción y una gran terraza acristalada, hasta el precio se ajustaba a su presupuesto. Acordaron el día y la hora para visitar la casa.

Esa noche Miguel se durmió haciendo planes sobre su próxima adquisición, estaba convencido de que ese era el piso que había estado buscando.

Y efectivamente no se equivocó, nada más entrar la impresión que tuvo fue excelente.

Luminoso, habitaciones amplias e independientes, dos baños completos y cocina espaciosa con terraza lavadero, cuando pasó al salón vio la galería acristalada por la que se colaba un cálido sol porque tenía muy buena orientación, el dueño de la casa abrió la cristalera de acceso y entonces cuando entró en ella se percató de que había una estrecha cama y en un rincón un silloncito en el que estaba sentado un anciano con una manta de cuadros tapándole las rodillas. Extrañado miró al propietario que le dijo de una manera natural y sin el más mínimo sonrojo que como el balcón era grande lo habían habilitado como alcoba para su padre ya que al crecer los hijos habían necesitado todos los dormitorios, pero que tenían adjudicada una plaza en una residencia de mayores a donde lo llevarían cuando vendieran el piso y ellos se mudaran al duplex que habían comprado en una conocida urbanización, como Miguel seguía con cara de asombro, el vendedor le aclaró que aunque había sitio para su padre en el nuevo hogar, estaría más a gusto en la residencia con un personal cualificado pendiente de él y que además la vida en las nuevas y modernas urbanizaciones no era para personas mayores. Por otra parte ellos allí llevarían un tipo de vida que les impediría atenderlo debidamente y lo que ellos deseaban era que tuviese la mejor atención y cuidado, y por supuesto lo visitarían muy a menudo para que no sintiera la falta de su familia.

Como si el anciano fuera parte de su entorno familiar, Miguel se tranquilizó algo al oir esas palabras.

Volvieron al salón y olvidándose del abuelo se pusieron de acuerdo y cerraron el trato, el propietario le propuso quedarse también con algunos muebles lo que Miguel aceptó, estaban en buenas condiciones y así él tendría que comprar menos.

Por fin hicieron la escritura y el mismo día de la firma, Miguel con las llaves de su nueva propiedad en el bolsillo se encaminó al edificio para simbólicamente tomar posesión de ella, contento con la inversión que había hecho subió en el ascensor, abrió la puerta y pasó directamente al salón para abrir la cristalera de la terraza y que el fresco de la mañana entrara. Mientras él con sus brazos hacía un gesto de abarcar el exterior e interior del piso escenificando así que ya era suyo, una puerilidad pero que le llenó de alegría hasta que en uno de sus giros vio el silloncito, la mínima cama y lo que nunca hubiera imaginado, al abuelo sentado en el silloncito con su manta de cuadros cubriéndole las piernas. Se paró repentinamente, en su cara había estupor, incredulidad… era una estatua enfrente de otra, el nonagenario permanecía impasible, indiferente a todo como la primera vez que lo vio. Miguel recuperándose de la sorpresa se acercó a él, entonces vio un sobre blanco encima de la manta de cuadros, lo cogió y abriéndolo sacó el D.N.I del anciano y una carta que le había escrito el antiguo propietario. En ella le decía que tal como habían acordado le dejaba unos muebles y entre ellos el más valioso para él que era su padre, que no se preocupara , que era una persona tranquila y que no le daría problemas, también había dejado comida para unos días en el frigorífico y sus medicinas encima de la minúscula mesita que había al lado de la cama.

Sin asimilar completamente el contenido de la nota, pensó en el bienestar inmediato del viejecito, no sabía el tiempo que llevaría solo, así que con gran cuidado lo llevó al baño, lo volvió a sentar en la butaca, le dio algo de comer de lo que habían dejado en el frigorífico y un vaso de agua que dejó en la mesita a su lado. El anciano con una gran docilidad lo dejaba hacer, comió y sobre todo bebió mucha agua, parecía deshidratado. Miguel le dijo que iba a llamar a su familia, que no se preocupara, que todo se iba a arreglar y volverían a por él.

Lleno de rabia e indignación Miguel llegó a su casa, marcó el teléfono del antiguo propietario y una voz le contestó que no existía ese número.

Sin saber qué hacer pensó en ir a la policía pero antes haría un último intento para localizar a la familia del “objeto tan valioso” como habían calificado al padre.

Cuando empezó a anochecer apenado por la situación del pobre hombre, volvíó al piso, allí estaba tal y como lo había dejado, le dió la cena y lo acostó, vió sus ojos nublados por unas lágrimas que no le impedían mirarlo con agradecimiento. Miguel de nuevo lo tranquilizó y se marchó.

A la mañana siguiente fue a la casa, lo levantó, lo lavó, le dio el desayuno y lo dejó sentado en su sillón con la manta tapándole las piernas.

De allí se fue a la Notaría donde habían firmado la escritura y preguntó por la dirección del vendedor con la excusa de que tenía que devolverle un objeto valioso que se había olvidado en el piso. Se la dieron, fue a esa dirección y le dijeron que allí no vivía esa persona. Decidido a ir a la policía, se acordó de que era la hora del almuerzo y regresó a la casa para dárselo al anciano.

Por la tarde estuvo ocupado organizando la reforma del piso con la empresa que la iba a realizar, así que pensó en ir a la policía al día siguiente.

Empezó la reforma y él ya se acostumbró a ir tres veces al día a la vivienda, mientras atendía a su longevo inquilino vigilaba las obras, los operarios se acostumbraron a la presencia del viejito y como en la terraza no iban a hacer ningún cambio todo seguía allí en el mismo sitio, cerraban la cristalera y no entraba polvo ni ruido.

Lo de ir a la policía lo iba posponiendo, aunque tarde o temprano tendría que hacerlo porque en cuanto la reforma estuviera acabada pondría el piso en alquiler.

Pasaron unas semanas y el piso ya estaba listo para alquilarlo, las primeras visitas en cuanto veían la terraza con su inquilino desistían de alquilarlo, aunque Miguel les insistía en que en unos días se iría a una residencia, lo que no era verdad, lo cierto es que no sabía qué hacer con él, las residencias eran muy caras y había listas de espera .

¡Qué situación tan extraña y tan triste! Un nonagenario al que su propio hijo había convertido en okupa y en un objeto valioso, ¿podría haber más degradación?, pensaba Miguel, sí que la había como comprobó unos días más tarde.

Concertó una visita al piso con una joven pareja, nada más entrar les gustó mucho la vivienda. Miguel, como siempre hacía, dejó para el final el salón y la terraza, cuando abrió la cristalera y entraron la chica al ver al decrépito viejo con gran contento exclamó “¡¡una mascota!! “, y mirando a Miguel le rogó que se la dejaran, que pensaban comprar una pero que ésta era “un amor”. Miguel no podía creer lo que estaba oyendo, la degradación del hombre que una vez fue y que ahora estaba sentado en la butaquita se había consumado de tal forma que había desaparecido totalmente su condición humana, su hijo lo había cosificado y ahora esta pareja lo animalizaba, de abuelo okupa y objeto valioso pasaba a mascota aunque quizás, razonaba Miguel, de mascota estaría mejor cuidado y hasta lo sacarían a pasear, así que aceptó el ruego de la chica y les dejó el nonagenario mascota.

Unos meses más tarde Miguel pasó por la zona y se cruzó con la pareja que estaba paseando a su mascota, muy sonrientes le dijeron adiós con la mano y levantaron la mano del viejo para que también les dijera adiós, el nonagenario lo miró con los ojos empañados.

Granada, marzo 2025

Coral del Castillo Vivancos

Ver todos los artículos de


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

IDEAL En Clase

© CMA Comunicación. Responsable Legal: Corporación de Medios de Andalucía S.A.. C.I.F.: A78865458. Dirección: C/ Huelva 2, Polígono de ASEGRA 18210 Peligros (Granada). Contacto: idealdigital@ideal.es . Tlf: +34 958 809 809. Datos Registrales: Registro Mercantil de Granada, folio 117, tomo 304 general, libro 204, sección 3ª sociedades, inscripción 4