¿Si considero que, ciertamente, llevas razón, por qué me empeño en mantener mis trece? Es decir: “sostenella y no enmendalla”, persistiendo “empecinadamente en errores garrafales, incluso a sabiendas, por orgullo o por mantener las apariencias…” (etimologias.dechile.net).
Aunque os cueste creerlo, lo antedicho se está alzando como norma en varios sectores de las administraciones nacionales, autonómicas y locales, anteponiendo “el honor de los antiguos hidalgos” –“una vez que habían desenvainado la espada”– a la vocación, misión, de servicio y atención al ciudadano.
Sé que los usuarios somos, a veces, unos pejigueras, pero también sé que estar por encima de la razón, erre que erre, “con terquedad, cabezonería e insistencia”, no conlleva más que situaciones de enfrentamiento y decepción en las instituciones y las personas que las representan.
También, lo veo muy a menudo, mucho más de lo deseado, en los actos particulares –académicos, religiosos, políticos, etc.–, en los que el (los) invitado estrella lanza su perorata a diestra y siniestra, mientras los sufridores oyentes consideran unirse en un ¡sálvese quien pueda! cercano a lo que podríamos denominar como situación real de pánico.
Y, ¡cómo no!, en la aceleración inusitada de obras y, peor aún, apaños a los que nos tienen acostumbrados cuando se ha sobrepasado el umbral medio de cualquier mandato (¿huele a elecciones?).
La verdad es que por mucho que intente reflexionar sobre el por qué de estas posturas de inusitada cabezonería, sólo llego a una conclusión: estamos en manos de nihilistas para los que la vida de los demás carece de significado; lo que no sólo me aterroriza , sino que me hace dudar seriamente del amor, acumulado durante décadas, a mi tierra de origen; a las convicciones que siempre mantuve; a la lucha impenitente por el desarrollo social.
Sí, ya lo sé: como “hijo” de Antonio Machado, tendré que aprender de nuevo a dudar “(…) y acabarás dudando de tu propia duda; de este modo premia Dios al escéptico y confunde al creyente”.
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