El relato del domingo, por Pedro Ruiz-Cabello (42): Simón, el otro discípulo

Me llamo Simón. Yo soy uno de los setenta y dos discípulos a los que envió el Maestro para predicar el evangelio.

Nos había dado una serie de instrucciones; nos dijo, entre otras cosas, que no lleváramos alforjas y que nos alojáramos en las casas donde hubiéramos sido bien recibidos. Pero yo no voy a contar los efectos de mi predicación, que llevé a cabo con mi compañero José, sino el momento en que se había producido mi encuentro con el Maestro, de quien había oído hablar antes en la aldea donde vivía. Me habían asegurado que era el Mesías anunciado por los profetas y que, como prueba de ello, había obrado prodigios y curado a enfermos; su palabra, según me habían dicho, tenía un gran poder de seducción, por lo que yo, que soy galileo como él, tenía muchas ganas de conocerlo. Sabía que lo seguía un grupo de discípulos y de mujeres que lo servían; él era de Nazaret, aunque había nacido en Belén de Judá. Yo soy de Betsaida, donde había desempeñado diversos oficios y cumplido con los preceptos de la ley judía, y un día me enteré de que el rabí Jesús se encontraba en Cafarnaúm, donde muchas veces se hospedaba en casa de uno de sus discípulos, y sin pensarlo mucho, me dirigí hacia allí por ver si me encontraba con él. Era joven y necesitaba conocer a aquel hombre del que todo el mundo hablaba, pues era quien estaba destinado a liberar al pueblo de Israel del poder al que estaba sometido, según había oído también decir de él.

No había llegado todavía a Cafarnaúm cuando lo vi. Fue al caer de la tarde; era una hora tranquila, en la que el sol derramaba sus oros por el paisaje. Yo me había sentado para descansar a la vera de un camino, al pie de un árbol, cuando me percaté de que se acercaba, en dirección contraria a la mía, un grupo de gente. Lo presidía un hombre alto, vestido con una túnica azul, con el cabello esparcido por los hombros. Sin dudarlo, supe que era Jesús; fue una corazonada: aquel modo de caminar, reposado, majestuoso, era el suyo; a pocos pasos de él iban dos hombres barbudos, ataviados también con túnica, y detrás de ellos, el resto de acompañantes, entre los que se encontraban varias mujeres. La figura de Jesús aparecía nimbada por la luz dorada de la tarde. Era alto, delgado, de andar muy seguro; tenía también barba, aunque menos crecida que las de sus dos discípulos. Enseguida me levanté y aguardé a que llegara hasta donde yo me encontraba. Al verme, Jesús se detuvo, haciendo que los demás también se parasen. Se quedó mirándome. Sus ojos eran castaños, de una mirada limpia, radiante. Parecía, por el modo de mirarme, que me conocía. Fueron unos segundos de deliciosa espera, durante los cuales me sentí reconocido por aquellos ojos que se habían clavado en mí. «Sígueme», me dijo con voz clara, esbozando una tímida sonrisa. «Eres Jesús el Nazareno», balbuceé yo, dispuesto a seguirlo. «Soy aquel al que buscabas», replicó él, invitándome con un gesto de la mano a acompañarlo, igual que lo hacía toda aquella gente que se había detenido en torno de nosotros.

Pedro Ruiz-Cabello Fernández

Ver todos los artículos de


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

IDEAL En Clase

© CMA Comunicación. Responsable Legal: Corporación de Medios de Andalucía S.A.. C.I.F.: A78865458. Dirección: C/ Huelva 2, Polígono de ASEGRA 18210 Peligros (Granada). Contacto: idealdigital@ideal.es . Tlf: +34 958 809 809. Datos Registrales: Registro Mercantil de Granada, folio 117, tomo 304 general, libro 204, sección 3ª sociedades, inscripción 4