Juan Santaella López: «La incapacidad actual para comunicarse»

Otra de las limitaciones que poseen los seres carentes de una adecuada inteligencia emocional consiste en la imposibilidad de captar los mensajes no verbales, o no poder expresarse adecuadamente mediante los signos corporales: la mirada, la distancia, el tono de voz, los gestos, etc., llegando a mostrar enojo cuando lo que quieren expresar es satisfacción, o interpretando agresividad cuando el otro quiere transmitir júbilo y aceptación. Este tipo de personas se convierten pronto en seres aislados, con dificultad para comunicarse, y con serias carencias para rendir en el estudio.

Nosotros vamos a incidir aquí en las habilidades más importantes que deberíamos enseñar a los educandos, porque su dominio redundará en una mayor felicidad personal y en una capacidad de relación social superior a la que poseen actualmente.

La más importante de todas ellas es la empatía, que se define como la capacidad para conectar emocionalmente con los demás, y saber lo que sienten y desean. Es un comportamiento social que requiere dos habilidades complementarias: ponerse en el lugar del otro y decirle al otro lo que sentimos por él. Tanto incide en la capacidad de relación, que su posesión mejora ostensiblemente el rendimiento escolar.

Los primeros signos de la empatía suelen aparecer en la más tierna infancia, puesto que a los pocos meses del nacimiento el bebé es capaz de reaccionar ante cualquier comportamiento exterior brusco o extraño, incluso es capaz de empezar a llorar si algún niño llora ante ellos. Pero será a partir de los dos años, cuando el niño aprenderá a diferenciar el dolor propio del ajeno, y es entonces cuando empezará a poder consolar al que sufre.

El aprendizaje de la empatía se realiza desde la niñez más remota, si las personas que rodean al niño saben reaccionar con ternura ante el sufrimiento o los problemas de los demás. Así mismo, el aprendizaje empático va a depender de la capacidad que tengan los progenitores, sobre todo la madre, de sintonizar con él. Si el niño percibe que sus emociones son captadas, comprendidas y aceptadas con empatía por la madre, se establece con ella, desde los ocho o nueve meses, un lazo de unión tan fuerte que el niño se siente amado y unido vitalmente a ella y, además de la plenitud afectiva que tal relación produce, esta sintonía será la escuela donde el niño mejor aprenda la relación empática con las demás personas, a lo largo de su vida.

  «La comunicación siempre va unida a una visión ética de la existencia porque su práctica incide en la armónica relación con los demás»  

Tan sensibles son los niños desde su nacimiento, a este tipo de relaciones, que si no encuentran esa sintonía pronto, serán después personas poco adaptadas socialmente y con un escaso desarrollo emocional. Así, los hijos de madres depresivas, pasivas, irritables, etc., tenderán después a desarrollar esta actitud, aunque siempre quepa una reeducación que, como sabemos, será mucho más difícil. Los estudios psicológicos realizados entre jóvenes que tuvieron problemas con la justicia, siempre nos descubren que detrás de esos comportamientos agresivos hay una relación de falta de sintonía emocional con sus progenitores en la más tierna infancia, bien porque no se les prestó atención, o porque fueron adoptados por familias con las que no conectaron, o porque el orfelinato no cubrió la necesidad emotiva que el niño precisaba.

En definitiva, la vida es comunicación, es decir, intercambio de información, hacer partícipe a otros de lo nuestro. Hay diferentes tipos de comunicadores: el asertivo, el pasivo y el agresivo. El comunicador asertivo es un ser sociable y sensible que, consciente de sus propios derechos e intereses personales, los defiende de manera objetiva y racional, respetando, al mismo tiempo, a las demás personas y sus respectivos derechos.

El comunicador pasivo es el que no defiende sus derechos y, por ello, los demás no se los respetan sino que se aprovechan de él y no consigue sus objetivos sino que se siente frustrado, desgraciado, herido y ansioso. Se inhibe y deja a los otros elegir por él. Su comportamiento verbal es vacilante y sus expresiones más frecuentes son: “quizá”, “supongo”, “bueno”, “no te molestes”.

El comunicador agresivo no respeta los derechos de los demás, sino que se aprovecha de ellos, llegando, si es necesario, a conseguir sus objetivos a expensas del otro. Está siempre a la defensiva, denigrando y humillando al otro. Lo respeta tan poco que suele elegir por él. Su comportamiento es deshonesto y sus mensajes son impersonales. Su expresión verbal es impositiva, interrumpe a los demás y da órdenes del siguiente tenor: harías mejor en, debes estar bromeando, etc.

Sólo cuando hay empatía, existe un comunicador asertivo, y en ningún caso pasivo o agresivo. Además, la empatía siempre va unida a una visión ética de la existencia porque su práctica incide en la capacidad de relación con los demás -también con los marginados, los desposeídos, los que tienen problemas…- y en ese contacto sólo los que valoran al ser humano, en toda su dignidad, poseen empatía y ética unidas.

Tanta importancia tiene hoy la empatía para los seres humanos, que sólo los empáticos pueden comprender, justificar y respetar a los demás; los que no lo son, no pueden comprender al ser humano, ni captar sus necesidades, ni buscar soluciones para los que no pueden o no saben buscárselas. Por eso, sólo los que carecen de empatía pueden ser psicópatas, violadores, maltratadores o pederastas, porque ellos son incapaces de sentir compasión por los humanos y por ello incapaces también de sentirse culpables por sus actos inhumanos.

 

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