El encuentro con este profesor aventurero se produce en una plaza del Zaidín, muy cerca de donde estará su domicilio durante este curso en el que impartirá clases de Educación Física en el Instituto Padre Suárez de la capital. Aquí se acerca con la misma bicicleta que le ha acompañado en sus viajes por los cuatro continentes con todo lo que le ha permitido desplazarse por valles, montañas, selvas y desiertos. En total unos 85 kilogramos -60 kg en los países tropicales al ser ropa más ligera- entre la tienda de campaña, el saco de dormir, la esterilla, una pequeña cocina para preparar la comida, algo de ropa, un ordenador, una cámara fotográfica y trípode y un termo de un litro pues reconoce que le gusta el café caliente a cualquier hora del día. Salvo este pequeño detalle el resto lo considera «cosas que se usan todos los días». Lógicamente a ello hay que añadir la documentación y algo de dinero. También afirma haber perdido la cuenta del número de recámaras que ha necesitado pero recuerda que ha tenido que sustituir 29 ruedas a esta bicicleta que este año seguirá usando para ir pedaleando desde el Zaidín hasta el centro educativo.
Este «moderno Marco Polo» como le define algunos de sus amigos también nos explica que ha vivido con poco dinero porque básicamente cuando alguien sale para un largo viaje el asunto no es cómo obtener dinero, si no cómo gastar poco dinero durante el viaje. «Yo he gastado unos tres mil euros al año pues llevo mi hotel y mi restaurante conmigo, lo cual significa que diez años es menos que el valor de muchos coches del mercado. Dar la vuelta al mundo no es tan caro. Salí con unos ahorros y a mitad del viaje tuve que ver cómo ganar dinero para terminar y lo he ganado a través de los libros. Es cierto que dan poco dinero pero quien sabe comer arroz con lentejas no necesita trabajar de ocho a ocho. Yo he aprendido a vivir de una manera muy austera y he sido muy feliz porque mi felicidad la conseguía con cosas que no cuestan dinero». Entre otras cosas porque ha habido muchas jornadas en las que no ha gastado nada pues como ha podido comprobar «la gente es extraordinariamente generosa». Como ejemplo pone lugares como Sudán donde a las 11 de la mañana le habían ofrecido tanta comida hasta el punto de tener que decirles que no podía más pues le ‘obligaron’ a desayunar hasta en tres ocasiones. También en Asia se ha encontrado con gente muy solidaria, pues «te ven con una bicicleta y la gente se pregunta tendrá agua, habrá comido, dónde dormirá,… a veces le dices que tienes comida e incluso he tenido que mostrarles las alforjas para que vieran que llevaba tres hogazas de pan de un kilo cada una pese a lo cual vinieron a traerme otra».
116 lunas
Otras de las curiosidades que nos cuenta es que su viaje ha durado 116 lunas, que aunque no es un número redondo ha preferido el cómputo lunar pues es bonito para alguien que ha vivido expuesto a la naturaleza sobre una bicicleta. «La luna es algo visible, ha estado presente en en el desierto, en una selva o en un altiplano. Los meses, las semanas o los días hay que buscarlos en el calendario y no te acompañan. La luna es un referente, casi una compañía que parece que escucha cuando estás solo en mitad de desierto», explica. También confiesa que otra de sus manías es la de llegar a los vértices del mundo, habiendo visitado desde el Cabo de Buena Esperanza en Suráfrica, Ras Mohamed en el Sinaí, Cabo Comares en India, Vladivostok en Rusia, Prudhoe Bay en Alaska, Ushuaia en la Patagonia o Finisterre, la última esquina visitada en su vuelta al mundo.,.. «Me ha gustado mucho llegar a esos lugares que se han convertido como en un punto de reflexión. Son lugares donde el viaje se llena de sueños», añade.
Atrás quedan 145.266 kilómetros recorridos, miles de pueblos visitados y de personas conocidas. Experiencias que en los últimos cinco años Salva ha ido compartiendo e ilustrando con fotos en su blog ‘Un viaje de Cuento’ y, sobre todo, en sus tres libros publicados pese a lo cual considera que «un viaje no deja de ser una experiencia muy privada». Por eso ha querido que su retorno a Granada, la emoción de volver a casa, volver reconocer las calles, haya sido algo íntimo. Pese a ello reconoce haber obtenido grandes satisfacciones al haber compartido experiencias en las redes que le han aportado palabras de apoyo, amables y cariñosas. «En ese sentido me he sentido como muy apoyado por la gente, lo que me ha servido como un refuerzo a la hora de continuar publicando. No me he sentido agredido y he comprobado que ha sido la misma respuesta que me ha dado la gente en la calle cuando alguien se ha parado y me ha regalado una naranja pues, la bicicleta sigue siendo una cosa mágica que abre una sonrisa a la gente», afirma.
Balance
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A la hora de hacer balance Salva se queda «con haber aprendido a aprovechar la vida. Solo hay una vida y yo me puse a cumplir un sueño y me he dado cuenta de que he sido muy feliz, otras prioridades materiales o ambiciones que tenía antes de salir de viaje y que podía estar presentes, creo que se han quedado a un lado. La vida es corta y es solo una». Aventuras en la que ha conocido a otros trotamundos a algunos de los cuales les tiene un gran cariño como «a don José Antonio Rodríguez, un señor de 78 años que por cierto sigue viajando, ahora si no recuerdo mal por Omán, del que aprendí mucho. También he conocido a mucha gente, unos caminando otros en bicicleta e incluso navegando». Y ha comprobado en sus propias carnes las diferencias de unos continentes a otros. «En el primer mundo hay muchos aspectos tecnológicos y materiales, todo está muy limpio, pero en el terreno afectivo, emocionalmente, tal vez hay muchas áreas que están subdesarrolladas. En el resto de los continentes la gente siente curiosidad por el extraño, por el que es diferente. En Europa se siente miedo, lo que hace que no te quieras comunicar y crea una distancia por lo cual un ciclista se siente muy solo en Europa. Sin embargo, en el resto de los continentes la curiosidad innata por el otro, por el que es diferente, te hace hablar con ellos, entrar en su casa, jugar con sus niños, conocer mucho de su cultura. He aprendido y tenido muchas más experiencias en África, Asia o América del Sur porque he vivido dentro de sus casas mientras que en Europa he estado prácticamente solo en los meses que he pedaleado»
Dentro de Europa reconoce que hay diferencias entre la Europa del Este y Central, y de cómo en los países ex soviéticos se nota un aire distinto y mucha desconfianza, en cambio en Luxemburgo, Suiza, Francia o Alemania si no fuera por la matrícula de los coches no encontraría diferencias pues tienen un estilo de vida muy similar y «la misma actitud de indiferencia hacia el ciclista». Según cuenta todo ello ha cambiado de forma notable cuando cruzó los Pirineos. «Creo que esa frase de África empieza en los Pirineos la deberíamos tomar con orgullo, porque afectivamente se nota muchísimo» lo cual ilustra con un ejemplo. Al llegar a España mientras tomaba el primer bocadillo en un paseo de un pueblo se acercaron unos señores que me estaban observando y me ofrecieron un tomate para que lo tomara con el queso. «Eso no me ha pasado en ningún otro país de Europa. Esa espontaneidad y alegría española deberíamos llevarla con orgullo». Orgullo y satisfacción como el que ahora siente de sus tres libros donde han quedado reflejadas sus vivencias al que se sumará el cuarto dedicado a relatar este último viaje por el Viejo Continente. Antes de terminar nos insiste en un consejo « lo más importante en la vida es cumplir los sueños». Él, al menos el de dar la vuelta al mundo en bicicleta, lo ha cumplido.
Puntos de venta de sus libros
– En Granada se venden en las librerías Picasso, Babel, y en Deportes Sherpa. O se pueden pedir online a www.labiciteca.com que lo envía sin costes.
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