Se conocieron por su amor a la lectura y desde entonces son como la cara y la cruz de una moneda. La suerte les ha deparado, además, que puedan vivir juntas dos experiencias que, sin lugar a dudas, nunca olvidarán. Sus trabajos presentados a la convocatoria de la Ruta Ibérica, que conocieron en los foros de Internet, les han permitido recorrer del 5 al 27 de julio parte de Norte de España y Portugal. Paula presentó un estudio turístico-paisajístico de la presa hispano-portuguesa de Alqueva, y Elvira una biografía en verso del constructor Ramón Pignatelli que dirigió la construcción del Canal Imperial de Aragón. Su «presentación y originalidad» les valió para ser seleccionadas de entre un millar de participantes.
«Pocas experiencias pueden dejar una huella tan grata y tan profunda como la que nos ha brindado la Ruta Ibérica Caja Duero 2008. Nuevas vivencias, ciento cincuenta personas maravillosas y tres intensas semanas han sido los ingredientes de esta aventura, todo ello enmarcado por un modo de vivir completamente nuevo: la ‘vida rutera’, como nos gusta llamarlo», de esta forma explican las vivencias que han disfrutado en el pasado mes de julio. Lo que más valoran es la oportunidad que se les ha brindado para conocer gente y lugares que de otra forma jamás hubiesen conocido.
Marea
Los paisajes de los Picos de Urbión, detalles de la Expo de Zaragoza, los rincones de Oporto han quedado grabados en sus retinas. También rememoran con cariño la tarde de piragüismo en el río Duero, el taller de dibujo de la ruta y el de música en el centro de Zamora. Satisfactorias vivencias que han ido relatando en el cuaderno de bitácora del programa y que minimizan el esfuerzo de los madrugones y las largas caminatas. Afirman con morriña que lo que más se echa de menos es «el espíritu rutero que se respiraba en el ambiente: convivencia, amistad, ganas de pasarlo bien y más generosidad y compañerismo de lo que se pueda imaginar en la vida diaria».
La marea de camisetas azules (por el color con que debían ir vestidas) son recuerdos de una experiencia que les ayudó a ser más independientes, más maduras y reflexivas. «Todavía hoy, casi dos meses después, no cesamos de encontrar aspectos en los que hemos cambiado, pequeños regalos que la Ruta Ibérica nos hizo en su momento sin que nos diéramos cuenta», indican.
La experiencia germana
Pero todavía el verano les tenía guardado otra enriquecedora experiencia que reconocen también les ha dejado «una honda huella». En este caso se trataba de su participación en un intercambio con alumnos alemanes gracias al Proyecto Comenius de su instituto al que «por su espíritu viajero, se habían apuntado en noviembre pasado». Ello les ha permitido, junto a una veintena de compañeros, conocer culturas e idiomas tan diferentes al nuestro como es el alemán. Durante diez días han compartido con sus «hermanos alemanes» de Saarbrücken sus costumbres y gastronomía, incluso, «su rápido paso al caminar». También una visita a Estrasburgo donde visitaron su catedral y el Parlamento Europeo. Igualmente pudieron remar bajo la lluvia en el río de Völklingen (Luxemburgo). De ambas experiencias recuerdan las lágrimas de la despedida, aunque de la segunda les queda el consuelo del reencuentro en el próximo mes de febrero.
ASÍ LO VIVIERON, ASÍ LO CUENTAN
Ruta Ibérica 2008, más que un viaje
Pocas experiencias pueden dejar una huella tan grata y tan profunda como la que nos ha brindado la Ruta Ibérica Caja Duero 2008. Nuevas vivencias, ciento cincuenta personas maravillosas y tres intensas semanas han sido los ingredientes de esta aventura, todo ello enmarcado por un modo de vivir completamente nuevo: la ‘vida rutera’, como nos gusta llamarlo.
Lo mejor de la Ruta, sin duda, es la oportunidad que te da de conocer gente con la que tenemos mucho en común, y de convivir con ellos en condiciones nuevas para todos durante tanto tiempo. Acabamos siendo como hermanos. Juntos hemos contemplado paisajes preciosos en el Camino de Santiago, nos hemos asombrado en la Expo de Zaragoza, hemos conquistado, exhaustos, las cumbres de los Picos de Urbión (nada más y nada menos que el nacimiento del río Duero) y hemos invadido calles de ciudades de toda la Península con nuestra marea de camisetas azules.
La jornada rutera podía comenzar muy temprano, ¡algunos días antes de las seis de la mañana! Salíamos de nuestros sacos de dormir y nos preparábamos para el día: camiseta celeste (o polo azul marino, si nos esperaba alguna recepción oficial), acreditación oficial colgada al cuello, pantalones cómodos y zapatillas deportivas o botas de montaña, dependiendo de la actividad. Cada día nos deparaba nuevas caminatas, visitas, talleres, muchos kilómetros en autobús y, aun en los últimos días, gente por conocer. Al final de cada jornada, un rutero distinto se encargaba de redactar una crónica con las actividades del día, con las que cada noche se actualizaba la página web oficial. Nos dormíamos tan pronto llegábamos a nuestros sacos, sin importar si habíamos podido tomar o no nuestra ducha helada ni si hacía frío (cómo olvidar la temperatura a la que se pone Galicia por las mañanas, incluso en Julio) o un calor sofocante acentuado por el hecho de que éramos más de ciento cincuenta personas durmiendo en un mismo pabellón (fue una odisea pasar la noche en Zaragoza). Nada de eso importaba: si la vida en la Ruta hubiera resultado fácil y cómoda casi todos nos hubiéramos sentido estafados.
Después de los amigos, ahora, lo que más se echa de menos de la Ruta es el espíritu rutero que se respiraba en el ambiente: convivencia, amistad, ganas de pasarlo bien y más generosidad y compañerismo de lo que se pueda imaginar en la vida diaria. Se quedan grabados detalles como el hecho de pedir un poco de agua y que alguien con quien nunca habías hablado se apresure a ofrecerte su cantimplora. Durante las caminatas nunca faltaban las manos extendidas en las cuestas más difíciles, sin importar lo más mínimo quién brindaba ni quién recibía la ayuda: todos éramos ruteros y eso bastaba. No hay duda de que suena tan bien que parece utópico.
Aunque recordamos con mucho cariño todo lo que hicimos durante la ruta, hay actividades que fueron particularmente divertidas o que vivimos de una manera especial. Entre ellas, recordamos la tarde de piragüismo en el río Duero en la ciudad de Zamora, y el despliegue de banderas españolas y portuguesas que realizamos de orilla a orilla de ese mismo río. También aquella tarde, el taller de dibujo de la Ruta realizó un increíble mural de graffiti, y a la mañana siguiente el taller de música dio uno de sus mejores conciertos en el centro de Zamora, que aplaudimos, como cada vez que tocaban para nosotros, con todas nuestras ganas. Otro recuerdo especial se lleva la ciudad de Oporto, donde además de asombr
arnos con sus pintorescos paisajes tuvimos la oportunidad de conocer todo el proceso de elaboración del famoso vino de Oporto asistiendo a unos viñedos, a una planta de producción e incluso a una cata de vinos. Aprendimos mucho esos días, pese a que todas las explicaciones estaban en portugués.
La ruta culminó con muchas lágrimas, abrazos y promesas de un pronto reencuentro. Cada cual invitaba a los demás a visitarlo y nadie quedó por decir que en su ciudad habría una casa siempre abierta para todos los ruteros que se pasaran por allí.
Probablemente ya no haga falta decir que ha sido el viaje de nuestra vida y una aventura que recomendamos a todo el que tenga el valor de enfrentarse a algo tan nuevo. La Ruta nos hizo descubrir que éramos capaces de mucho más de lo que creíamos, nos quitó el miedo, nos hizo madurar y reflexionar. Todavía hoy, casi dos meses después, no cesamos de encontrar aspectos en los que hemos cambiado, pequeños regalos que la Ruta Ibérica nos hizo en su momento sin que nos diéramos cuenta.
Alemania, una experiencia diferente
Unas semanas después, embarcamos en otra experiencia que nos ha dejado una honda huella. De nuevo preparar un largo viaje, pero este era muy diferente. Los vastos bosques alemanes ya nos dejaban asombradas desde el avión. Como cada años, el IES Padre Manjón transportaba a una veintena de alumnos de bachillerato gracias al Proyecto Comenius, y nosotras, por nuestro espíritu viajero, nos habíamos apuntado desde noviembre del pasado año.
Este proyecto consiste en un intercambio de alumnos para conocer culturas e idiomas tan diferentes al nuestro como lo es el alemán. Lo que más temíamos de nuestra llegada era la familia que nos correspondía, y con la que deberíamos convivir durante los diez días que duraba nuestra estancia, pero todo temor se esfumó en cuanto nos encontramos con nuestros «hermanos» alemanes.
Pronto comenzaron nuestras caras de asombro ante costumbres que para ellos eran cotidianas. Cada detalle era para nosotros todo un descubrimiento, y cada palabra, un enigma. Pero, como siempre ocurre, terminamos adoptando muchos de sus hábitos, como los horarios de las comidas, el bajo tono de su voz, e incluso su paso tan rápido al caminar.
Aunque no todo era pasear por Saarbrücken, la ciudad en la que vivíamos, sino que cada día visitábamos, junto a los profesores, ciudades importantes de los alrededores. Una rápida escapada a Francia nos permitió dedicar una jornada a Estrasburgo, donde quedamos impresionadas ante la esplándida catedral y el magnífico simbolismo del Parlamento Europeo. También pudimos visitar Luxemburgo, qunque quedó enturbiado con la incesante lluvia, que también nos golpeó mientras remábamos en el río de Völklingen.
La despedida, no podía ser menos, también fue amarga, aunque nos quedaba el consuelo de que volveremos a vernos en febrero. Los esperamos, con los brazos abiertos, aquí, en Granada
Por Paula Rodríguez Molina y Elvira Martínez Rueda, IES PADRE MANJÓN (Granada)
Para ver otras fotografías, vídeos y textos de los participantes RUTA IBÉRICA 2008