Mi otra clase, mi otra maestra, mi otra vida

«El objetivo es compensar la privación escolar. Nosotros pertenecemos a Educación, somos maestros destinados al hospital mediante concurso público», explica Antonio. En la última planta del Virgen de las Nieves está el aula hospitalaria, un recinto repleto de material didáctico, ordenadores y espacios abiertos donde los niños pueden disfrutar de la compañía de otros menores y, además, aprender la lección. El curso pasado fueron 1.380 niños los que pasaron por el aula.

Aunque en realidad el trabajo lo dividen en ‘tres aulas’: «Están los que atendemos aquí –en el aula–, que pueden ser transitorios o crónicos. Hay otros que atendemos en las mismas habitaciones, no porque estén necesariamente peor, simplemente porque haya alguna razón que les impida moverse (traumatología, quemaduras…). Y, por último, están los que atendemos en la UCI o en el hospital general».

Cambiar el ‘chip’

Cuando la estancia del niño en el hospital se alarga, los profesores procuran llevar al máximo el programa del centro de acuerdo a sus posibilidades. Además, tienen un programa paralelo en el que combinan juegos de estrategia (Memory, Lince…) «que sirven para que se conozcan y trabajen en grupo», con talleres de manualidades, informática y lectura, entre otras muchas cosas. Los maestros tienen el mismo horario que en un colegio corriente, pero la implicación es mucho mayor. «Tenemos que cambiar el ‘chip’. Por encima de todo, salimos ganando –aclara Rosario–. Allí son 25 niños, con lo que tenemos que dividir nuestro tiempo entre 25, con lo que hay días que te vas a casa sin haber podido prestar toda la atención que te hubiera gustado. Aquí es una enseñanza individualizada. Afectivamente es mucho mayor».

Sin embargo, también tienen muy claro que «el coste emocional es muy alto porque vives la problemática de la familia. Hay días maravillosos y otros días… Pasan a formar parte de tu vida».

El día para los profesores está siendo especialmente duro. Los diagnósticos en planta han sido malos y las familias de los chavales lloran entre bambalinas. «En momentos así es, precisamente, cuando más importante son las clases», subraya Antonio. Y sigue: «Si ven normalidad mejoran. Ellos piensan ‘si yo trabajo y hago deberes significa que no estoy terminando’. Porque aunque parezca que no, ellos piensan en la muerte… Y lo social, lo socio-afectivo es muy importante».

Salud

Los profesores creen que «en estas edades no se puede primar sólo lo sanitario». Consideran que hay casos en los que «la educación cura tanto como un medicamento» porque «les da autoestima, les genera movimiento, dinámica mental… Es muy importante que tengan el tiempo ocupado y que no estén imbuidos en la rutina de la habitación».

Pese a que Antonio, Rosario e Isabel les dicen a sus alumnos que sus colegios de siempre «son los buenos», no pueden evitar emocionarse cuando Paco, de 6 años, les dice de frente: «¡Me encanta este cole de toda la vida!» Después de todo, pase lo que pase, el conocimiento queda para siempre.

Redacción

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