–¿Cuál es su valoración del encuentro celebrado con los escolares de Armilla?
–Muy positivo. Agradezco el cariño por parte de los profesores y de la directora de la biblioteca, y a los alumnos por preparar tan bien el encuentro, el que hubieran leído ‘Balbino y las sirenas’ previamente y se zambulleran en él de ese modo tan sincero.
–Contador de cuentos, titiritero, escritor, rapsoda, narrador oral, educador ambiental ¿con cuál de estos calificativos te sientes más identificado? ¿Por qué?
–En realidad son ramas de un mismo árbol. Contar y escuchar historias supone un acto de amor por la vida, reivindicar el momento presente más allá de nosotros mismos. Digamos que sería algo así como «Aquí estamos y por eso escucho, te cuento…»
–¿De cuáles de sus obras se siente más satisfecho?
–Cada una tiene un lugar especial. ‘El Circo de Baltasar’ fue la primera. ‘Una pluma de cuervo blanco’ sea quizás mi obra más misteriosa. ‘Alfonsina’ nació oral y es la única de mis obras que parte de hechos reales. ‘Balbino y las sirenas’ es un homenaje disparatado a la ciudad donde vivo… No sabría decir.
–En los tiempos que corren considera que cada vez son necesarias más vacas Alfonsinas?
–Alfonsina parte de una necesidad de acercamiento al mundo rural y natural, de saber de donde venimos. Es también parte del proyecto pedagógico de una granja escuela y supone una vivencia maravillosa, donde la experiencia es la madre del conocimiento. Decididamente sí hacen falta muchas Alfonsinas, seres capaces de darle la vuelta a nuestra realidad (aunque sea en forma de embestida) y hacerla más rica, más intensa.
–¿Que tiene la palabra narrada que sigue cautivando en el siglo de la imagen?
–Las palabras también poseen imágenes. Si esas imágenes están vivas el receptor las acoge con naturalidad, como hemos hecho los últimos cinco mil años. El ser humano es un devorador de historias sea en el formato que sea. La palabra, por otra parte, es insustituible, forma parte de nosotros, y nos concede el regalo de presenciar aquello que escuchamos, de imaginarlo como si estuviéramos allí.
–¿Es la literatura infantil una especie de subgénero? ¿Y el teatro para niños?
–Si los niños son un subgénero sí. Si no, no. Idem, el teatro. Siempre me apunto a esa definición de literatura infantil que dice que es aquella que también pueden leer los niños. Aprovecho este espacio para reivindicar una vez más la necesidad de una crítica de literatura infantil en los medios de comunicación, más allá de los best sellers, que sirva para descubrir e introducir lecturas gratificantes.
–¿Cuáles son sus principales obras de teatro infantil?
–Comencé escribiendo teatro. Tenía un grupo para el que cada año escribía una obra. Tengo tres obras, una que se llama ‘Casi Blancanieves’, otra ‘La flor del trébol’ y ‘El único lobo’ porque es la historia del único lobo que tienen que atender todos los cuentos, lo que hace que esté estresado porque tiene que ir de cuento en cuento y no le da tiempo: entra en uno y tiene que comerse a Caperucita, entra en otro y tiene que soplar la casa,… Es muy divertida. Con el teatro me pasa una cosa muy bonita, y es que cuando lo veo representado es como si yo, pese a que la he escrito, parece que no tengo nada que ver. Eso también pasa con la lectura, porque cada lector le da su interpretación.
–¿Ha tenido alguna experiencia televisiva?
–Una vez salí en una serie. Soy muy amigo del director de cine, Benito Zambrano, y me preguntó que si quería hacer un papel ‘Padre Coraje’. Me encantó eso de ver el cine por dentro.
–¿En qué está trabajando ahora?
–Estoy haciendo unos audiocuentos para una colección de cuentos clásicos y escribiendo una historia que probablemente se titule ‘Pueblo Prodigio’.
Leer sirve para dialogar con nosotros mismos
Pepe Maestro contó a los alumnos de Armilla un recuerdo infantil. “Cuando era niño iba en autobús al colegio. Mi padre trabajaba en el muelle y se levantaba muy temprano. Cuando yo me levantaba él ya se había ido. Pero un día estaba esperándome y me dijo: hoy te llevo yo. Entonces cogimos el coche y cuál fue mi sorpresa cuando llegamos a la puerta del colegio y pasamos de largo. Me llevó a la playa. Era una mañana de niebla. La playa estaba desierta. Se había enterado de que había una ballena varada y fuimos a verla. Estaba muerta y el mar la había arrojada a la arena. Aquella imagen me impresionó. Me acerqué a la ballena y la toqué. Para mí fue como encontrar un tesoro”. Además de este recuerdo señala mantener vivos otros muchos de los que destaca “la intensidad de los recreos, donde un cuarto de hora daba para tres vidas”. En su opinión las cualidades imprescindibles de un maestro son “el optimismo, la sinceridad y que provoque la inspiración”. También tiene muy claro que “leer sirve para dialogar con nosotros mismos”.
Para conocer otras actividades del Centro Andaluz de las Letras: www.caletras.com