En Granada hay muchas fuentes, la del Avellano, la del Triunfo, la de la Plaza de la Trinidad, etc… Pero, sin embargo, una destacaba más que las otras, la de la Plaza Bib Rambla. Estaba situada en el centro de la ciudad. Fue construida a orillas de un río de ahí su nombre. En aquellos lejanos tiempos, la gente paseaba sintiendo el frescor que ésta desprendía… La plaza estaba rodeada de callejuelas dónde se situaba un antiguo barrio árabe, que estaba cerca de la catedral. Los balcones que daban a la plaza, decorados con azulejos de la época, permitían a la gente más poderosa tener una vista maravillosa de gran parte de la ciudad. La gente paseaba por las estrechas callejuelas en busca de la fuente. Los visitantes se sorprendían al ver por primera vez la plaza. Sus ojos brillaban, oían el sonido del agua cayendo, el endulzante olor que provenía de las tiendas y las ligeras gotas de agua que se escapaban mojando sus caras levemente. Eran momentos, simplemente, inolvidables. La fuente estaba rodeada de unas coloridas flores que cada primavera coloreaban la plaza. Varios bancos se disponían en forma de rectángulo alrededor de ella permitiendo contemplar a la gente que paseaba, la fuente y todo lo demás, cómodamente. La fuente guardaba miles de historias, las que poco a poco había ido viviendo. En sus anteriores sitios, como San Agustín, y su sitio actual. El agua que desprendía era cristalina y se veían destellos sobre ella. Algunos días soleados incluso podía verse un arco iris cuando la luz del sol iluminaba las gotas de agua que se escapaban. Estaba rodeada de árboles, pero no daban frutos. Tenían tronco blanco y hojas de un verde claro.
En los inviernos más fríos, cuando incluso nevaba, era maravilloso contemplar la fuente. Toda la plaza se teñía de colores invernales, así como azules, blancos, grises… Un manto de una blanca y reluciente nieve cubría todo. Los árboles a veces dejaban caer ligeros copos de sus hojas, cuando el frío viento soplaba suavemente. La mayoría de las flores al ser cubiertas por la nieve se helaban, y esperaban la llegada de la primavera para lucir sus radiantes colores. El suelo tenía unas escasas y suaves pisada marcadas en la nieve. Los más artísticos y calurosos se abrigaban y bajaban a la plaza para escribir poemas o pintar magníficos cuadros. Cuando el manto de nieve disminuía se podía ver más actividad en la plaza. Los niños jugaban, haciendo pequeñas batallitas de nieve mientras sus madres parloteaban en los bancos.
Cuando la primavera llegaba la nieve desaparecía y todo volvía a la normalidad. Las flores crecían, le gente paseaba, los pájaros surcaban el cielo… Ahora se podía oler de nuevo el endulzante olor que desprendían las flores, cosa que los habitantes añoraban durante las demás estaciones. Se podía oír el sonido de los pájaros canturreando canciones cada mañana. También se oía el sonido del agua cayendo abundantemente debido al deshielo. Saborear los calientes cafés y tes que la gente tomaba en las terrazas. Volvía a ser y siempre será así, la fuente