Y esto, justo, cuando otros informes internacionales (McKinsey u OCDE) y –sobre todo– la investigación pedagógica indican que el liderazgo escolar es el segundo factor más relevante –tras la enseñanza del profesorado– en la calidad educativa. Las soluciones ya no pueden ser autárquicas, al margen de cómo se plantea el tema internacionalmente, por lo que se impone una progresiva convergencia de nuestra legislación con dichas orientaciones, aún cuando no se deban hacer transferencias sin tener en cuenta tradiciones y cultura escolar.
Estamos, pues, en una situación de replantearse cuáles son las responsabilidades que queremos tengan las directoras y directores y, de acuerdo con ellas, delimitar sus atribuciones, el acceso y la capacitación. La LOE ha abierto la puerta de que, entre las competencias de la dirección, está (art. 132c) “ejercer la dirección pedagógica, promover la innovación educativa e impulsar planes para la consecución de los objetivos del proyecto educativo del centro”. La tarea actual, en las regulaciones autonómicas, es hacer posible dicho liderazgo pedagógico. Desde luego si el director o directora son meros ejecutores de lo que determine el Claustro poca dirección pedagógica se puede hacer, a lo sumo gestionar dichos acuerdos. Un punto crítico sobre la dirección y organización de centros en España es qué hace o puede hacer la dirección para reorganizar el currículum y mejorar la labor docente del profesorado en su aula y, de este modo indirecto, el aprendizaje del alumnado. En primer lugar, se precisa una mayor capacidad para tomar decisiones propias (autonomía), subordinada a la mejora de resultados de su centro. Cataluña ha sido la que hasta ahora ha ido más lejos con el Decreto 102/2010 de Autonomía de los centros educativos y otro, en borrador, sobre la dirección escolar. Pero otras Comunidades, como Andalucía, han empezado a introducir novedades al respecto con los nuevos Reglamentos Orgánicos de Centro.
La cuestión clave a plantear es qué se puede hacer, aquí y ahora, para dinamizar los centros escolares, de modo que puedan asegurar el éxito educativo para todos los alumnos; más allá de la natural confianza en el compromiso y voluntarismo del profesorado. No siendo ya posible confiar en reformas externas, pues no creemos en tales “dioses salvadores”, y estando una de las claves en el propio centro escolar, el liderazgo pedagógico de los equipos directivos es, entre otros, un factor crítico de primer orden en articular la labor educativa del centro. Si la responsabilidad primera de un Colegio o Instituto es garantizar el éxito educativo de todo su alumnado, esto no puede quedar al arbitrio de lo que cada profesor haga en su aula. De ahí que la dirección escolar tenga inevitablemente que entrar en la mejora de la enseñanza y del aprendizaje que ofrece el centro escolar. Es un punto, sin duda, conflictivo pero, en las experiencias y literatura internacional, cada vez más claro: si los profesores son clave de la mejora, los directivos han de crear el clima adecuado para que los docentes sean mejores, supervisando los resultados y alentando el progreso.
Por cierto, el liderazgo pedagógico no se entiende como algo dependiente de una cúspide jerárquica, en un modelo al que justamente se opone, sino –en una organización que aprende a hacerlo mejor– como algo compartido o distribuido, de modo que contribuya a capacitar al personal y dar liderazgo a cada uno en la parcela para la que tiene más cualidades o motivaciones. Se trata de generar una cultura escolar robusta, con implicación de todos los agentes (incluida la familia y la comunidad), en una escuela como comunidades profesionales de aprendizaje efectivas. Sin construir un sentido de comunidad que valora el aprendizaje, poco lejos puede ir el liderazgo individual.
Una dirección pedagógica (que el director sea responsable de la enseñanza y educación ofrecida por su centro), trata, sencillamente, de hacer natural lo que es algo lógico. No obstante, preciso es reconocerlo, tenemos un conjunto de retos pendientes para poder pasar del actual modo de ejercer la dirección al liderazgo pedagógico. Sin embargo, determinados factores inexcusables (autonomía, mejora resultados, éxito educativo) lo sitúan como un punto de no retorno. El programa de la OCDE titulado Mejorar el liderazgo escolar establece cuatro grandes líneas de acción, que bien podrían ser aplicables a nuestra situación: (re)definir las responsabilidades; distribuir el liderazgo escolar; adquirir las competencias necesarias para ejercer un liderazgo eficaz; y hacer del liderazgo una profesión atractiva.
Nota: Este artículo de opinión se ha publicado en el núm. 3.876 de la revista Escuela, 23/09/2010. (Descargar PDF, 174 K)
(*) Antonio Bolívar Botia, catedrático de Didáctica y Organización Escolar en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada. Ha trabajado en los campos de educación moral de la ciudadanía, asesoramiento curricular y formación del profesorado, innovación y desarrollo del currículum, desarrollo organizativo e investigación biográfico-narrativa, sobre los que ha publicado una veintena de libros y más de un centenar de artículos. Entre sus libros: La evaluación de actitudes y valores (Madrid: Anaya, 1995); Cómo mejorar los centros educativos (Madrid: Síntesis, 1999); Los centros educativos como organizaciones que aprenden: promesa y realidades (Madrid: La Muralla, 2000), La investigación biográfico-narrativa en educación (Madrid: La Muralla, 2001), (org.) (2002); (con J.L. Rodríguez Diéguez), Reformas y retórica: La reforma educativa de la LOGSE (Archidona, Málaga: Aljibe, 2002); (con J.L. Rodríguez Diéguez y F. Salvador, coords.) Diccionario Enciclopédico de Didáctica (Archidona, Málaga: Aljibe, 2003).
Más información en http://www.ugr.es/~abolivar/ y en http://www.ugr.es/~force/index.html