Quiérase o no, las familias y el profesorado representan modelos de personas educadas. Son una muy buena cata de los valores de la sociedad a la que pertenecen. Los medios de comunicación, ante los problemas que emergen en la sociedad, apelan siempre a la educación, como herramienta necesaria; es decir, en última instancia se mira hacia los padres y a los educadores.
Esta relevancia social de la educación significa que la figura del profesor es relevante socialmente. Los padres y los docentes son modelos de persona educada, pero ¿qué significa esa afirmación? Presentamos una propuesta, que hacemos extensiva a todas las personas, pues educa toda la comunidad. Es educada aquella persona que se ama; o sea, que posee una autoestima positiva. Es educado quien se autocontrola; es decir, aquél que logra una alta regulación de su comportamiento, de modo que lo que hace obedece a lo que de modo libre quiere. Y es educado quien se conduce por la vida guiado de principios de índole ética; principios que se sustentan en la promoción de vida, no en la violencia y en la destrucción, que actúan como antivalores. Son tres ideas de fuerza para cimentar una vida buena, saludable.
La autoestima
La personalidad es un concepto de la psicología que sintetiza lo que es un individuo. Se ha entendido como un conjunto de rasgos con los que se nace y que permanecen más o menos invariables a lo largo del ciclo vital. En la actualidad, cada vez más autores prefieren el término afectividad para definirnos. Somos nuestro mundo afectivo. Encontramos el retrato más cabal en el trasiego de afectos en que participamos. Más que un mosaico de propiedades, nos define lo que amamos. Pues bien, estos mismos estudiosos proponen el concepto autoestima como equivalente al de afectividad. Nuestra identidad más genuina la refleja el amor que nos brindamos a nosotros mismos. De tal modo, que estar bien significa poseer una autoestima positiva; cuando ésta es negativa, se debilita la personalidad.El valor que cada persona se atribuye es un ingrediente fundamental. Sin amor hacia uno mismo o autoestima no hay vida saludable. Quien no se ama, ¿puede ser modelo de persona educada? La persona que se acepta está bien consigo misma. Resulta seductora, precisamente porque se siente bien. No precisa pregonar su bienestar, pues lo expresa en su mirada y en sus hechos. Quien se quiere y se siente querido no envidia ni necesita demostrar poder ni establece comparaciones con nadie. No compiten en belleza el lirio y la rosa. La cuestión es alcanzar cada uno la mejor armonía. La prepotencia, en cambio, significa el polo opuesto: demuestra debilidad y es la prueba del algodón de una autoestima negativa. La autoestima se alimenta de la calidad de las personas que para uno son importantes; y asimismo de la propia historia de éxitos y fracasos.
El autocontrol
Ya Aristóteles reflexiona así, respecto al tema: porque no es cosa fácil de determinar cómo y con quién, y en qué cosas, y cuánto tiempo se ha de enojar uno, y hasta cuánto lo puede hacer uno rectamente, y dónde lo errará. El autocontrol es un factor positivo que influye en la autoestima, pues los sujetos capaces de controlar sus emociones y comportamientos se sienten más competentes y son valorados más positivamente por los demás que aquéllos que se comportan impulsivamente. El autocontrol hace referencia a la regulación cognitiva de la conducta y se relaciona con la capacidad de usar el lenguaje interior. Este control hace posible racionalizar errores para evitar culpabilizarse y mantener la autoestima al realizar atribuciones. Estrategias eficaces para conseguir autocontrol son la verbalización de las normas: o sea, decirse uno que debe comportarse de una manera determinada; la reestructuración cognitiva, que consiste en procurar ver de otra manera la explicación de los sucesos de que se trate; asimismo, son técnicas útiles el aprender a distraerse y el pensar en las recompensas que se derivan de un comportamiento adecuado o en las consecuencias negativas que supondría lo contrario.
Los valores
Los valores nos humanizan, guían la vida y favorecen el respeto, la solidaridad y la comprensión. Son principios de índole abstracta y se reconocen fácilmente en la cotidianeidad. Los edificios se sostienen con materiales; la vida personal y la convivencia se erigen sobre elementos no tangibles, con ideas. Kant solicita una hospitalidad universal, porque el otro tiene derecho a no ser visto como enemigo. Los otros humanos son fines en sí mismos y acreedores de valor. Por eso, han de ser tratados como tales. Esta lección hay que enseñarla en las casas y en las aulas, pues se halla y reconoce entre los frutos más preciados de la tradición humanista. La base de una biografía positiva tiene que ver con comportarse bien con uno mismo y con actuar de modo semejante con los demás. La arquitectura de la vida buena se escribe con ideas que la fomenten y favorezcan. Por todo ello, expresamos la necesidad de equiparse de una cosmovisión que recoja la tradición de la experiencia de la humanidad dotándola de sentido; que ofrezca una interpretación válida y saludable acerca del presente; que imprima de finalidad el porvenir; que señale normas y prácticas pertinentes; que ofrezca explicaciones razonables y que comprenda asimismo los propios yerros. El universo de ideas que teje el sentido que perseguimos, lo podemos encontrar en los valores y en los derechos humanos y sociales, cuya expresión más cabal la simbolizamos
en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas. Creemos que poseen validez conceptual suficiente para confeccionar un atrezzo que nos vista decentemente para transitar por los tópicos comunitarios.
Crecer en autoestima, autocontrol y en valores nos ayudará a encontrar otras fórmulas más creadoras para pasear por la vida. La riqueza humana que logremos como profesores y como padres y madres se erige en la clase magistral por excelencia para los estudiantes e hijos. No es nada fácil. No consiste en aprenderse una lección de memoria. Pero no nos debemos desalentar, si a veces cometemos errores. Einstein sentencia que los problemas y las dificultades son un regalo, porque nos ayudan a progresar. Se trata de interiorizar estos pensamientos y de que la trayectoria general sea positiva. Ante los fallos, cabe, en efecto, reconocerlos y solicitar disculpas o perdón; de este modo, los demás apreciarán debidamente nuestra actitud siempre que acertamos. Muchos sabios nos narran el esfuerzo y la dificultad que les ha supuesto desarrollarse como personas. En estas líneas, me permito la libertad de sugerir para la biblioteca particular de cada familia y de cada profesor dos títulos: El miedo a la libertad de Érich Fromm (1987), que enseña la aventura y el coraje que significa ser persona. Y Cómo enseñar al que no sabe del profesor Vaello (2007), porque ofrece las respuestas positivas que él ha encontrado ante las situaciones difíciles que encuentra en sus aulas y con sus estudiantes.
Dice el profesor José Antonio Marina que para ser madre, padre o profesor hace falta ser optimistas. Las palabras de este artículo nos invitan a crear entornos amables y a un optimismo esperanzado. Y van dirigidas a los padres y a las madres; y, especialmente, a ti, maestro y a ti, maestra.
(*) Antonio Rus Arboledas es Catedrático E. U. del departamento de psicología evolutiva y de la educación de la Universidad de Granada y autor del libro “La magia de educar en casa. Razones de amor.