Esperando a Superman

 

 Si la Ley de Educación promovida en 2002 por Georg Bush quería que “ningún niño se quede fuera” (No Child Left Behind), esta película muestra cómo millones de niños abandonan su educación forzados por el sistema; por lo que se requieren medidas urgentes para atajar el fracaso de muchas escuelas públicas. Como dice en la película un docente innovador (Geoffrey Canada): “o los niños se están volviendo más estúpidos año tras año, o algo está mal en nuestro sistema educativo”.

 

Esperando a Superman, en la que participa Bill Gates y que ha ganado el Audience Award en el último Festival de Sundance, está provocando –además– un gran revuelo en el mundo educativo, por el apoyo que da, como escuelas innovadoras, al movimiento de las llamadas escuelas “charter” (escuelas subvencionadas con gestión privada) y por hacer un cierto ataque a los sindicatos de profesores, acusados de proteger entre sus miembros a docentes incompetentes. Al margen de esto, hay una dura crítica al sistema educativo americano, no ya sólo porque, entre los 30 países desarrollados, Estados Unidos se ubica en los últimos puestos en ciencias y matemáticas, sino porque no puede dar la educación que cada niño merece, a menos le toque la lotería de caer en una buena escuela, como en el caso de los cinco niños del documental. El futuro de un niño no debe depender de un sorteo.

    Al margen de su orientación liberal, lo bueno de la película, además de denunciar la situación, es que –más que señalar culpables– alienta la necesidad de un cambio. Si el actual sistema educativo es deficiente, a cada uno de nosotros –usted, yo, padres, maestros, contribuyentes, ciudadanía en general– nos concierne actuar para arreglarlo. La lección más importante que se obtiene viendo el film es que hay que comprometerse a hacer algo. La obra se centra especialmente en los casos más prometedores, con enfoques innovadores de algunos profesores y profesoras que intentan mejorar la situación. Es el caso del protagonista Geoffrey Canada en la Harlem Children’s Zone, donde se muestra cómo el destino de los niños puede verse decidido dependiendo de la escuela donde caigan y el profesor que les toque. El presidente Obama ha hecho suya la película, aunque algunos profesores han llamado a un boicot, especialmente por no reflejar cómo otras escuelas públicas están trabajando duro y obteniendo buenos resultados en contextos desfavorecidos (recordemos Escuelas democráticas, el libro-informe de Apple y Beane).

    Si Superman es el añorado héroe que, con poderes extraordinarios, podía solucionar los problemas; en educación no existe tal superhéroe. “Uno de los días más tristes de mi vida fue cuando mi madre me dijo ‘Superman no existe’”, confiesa el reformador educativo Geoffrey Canada. “Ella pensó que yo estaba llorando porque, como Santa Claus, no es real. Pero yo lloraba, porque nadie iba a venir con suficiente poder para salvarnos”.

    En Educación muchas veces esperamos también a un Superman (una nueva ley educativa, un cambio de gobierno, unas nuevas teorías educativas o estrategias didácticas) pero, en efecto, puede ser triste reconocerlo: tales dioses salvadores, en esta época descreída, no existen. En el siglo pasado, lo hemos intentado casi todo y comenzamos este con un fracaso escolar que, lejos de disminuir, se incrementa. Si alguna lección se ha sacado de tantos intentos reformadores es que las reformas externas no cambian sustantivamente las escuelas. A lo sumo, cabe esperar que, como la kryptonita en el caso de Superman, no entorpezcan el trabajo cotidiano del profesorado. En este inicio del siglo XXI, como ha dicho Antonio Nóvoa, estamos volviendo a un “regreso de los profesores” al centro de las preocupaciones. Es una verdad extendida que la calidad de la educación no puede exceder a la calidad de sus docentes.

 

Al final, el Superman real es, como Mr. Canada, un buen profesor en cada aula, dentro de una buena escuela. Hacer lo posible porque esto suceda es el Superman que esperamos, no ninguno que vuele por los aires. Se trata entonces, como ha dicho Linda Darling-Hammond, de tomar las medidas precisas para garantizar un profesorado altamente cualificado y comprometido con su trabajo en cada clase. Esta podría ser, recordando a Nietzsche, la “gran política”: posibilitar las condiciones para que tenga lugar en el mayor número y, particularmente, en los contextos más desfavorecidos. Este es el sine qua non de la educación.

 (*) ANTONIO BOLÍVAR

Catedrático de Didáctica. Universidad de Granada

 

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