Carlos Almira: «Me interesa la ficción y por eso hice la carrera de Historia «

– ¿Puede contarnos el origen de “Fuego enemigo”?
– Mi relación con Ángel Olgoso me indujo a volcarme con este género. También porque como yo había comenzado escribiendo poesía, ese trabajo con el lenguaje, ese afán de condensar la expresión, de alguna manera tenía que ver con el relato corto. De esta forma conjugué la manera de narrar historias con este trabajo del lenguaje.

– ¿Qué considera más difícil: escribir una novela o un microrrelato?
– Considero más difícil el microrrelato o relato muy corto, puesto que cuanta más condensación se busca más exigencias hay para el que narra.

Portada de Fuego Enemigo, de Carlos Almira

– Hablando “Fuego enemigo” ¿que tienen en común los textos incluidos?
– Tienen en común la atmósfera inquietante de malestar y angustia que hay en todos los relatos. Quizás los une el hecho de ser fantásticos, aunque algunos rozan el realismo.

– ¿Los ha escrito como una necesidad de expresión  o pensando en los posibles lectores?
– Intento hacerlo de las dos maneras. Yo intento elaborar y escribir aquellas cosas que me gustaría leer, de tal manera que mi primer lector soy yo mismo. De hecho, me interesa la ficción y por eso hice la carrera de Historia y no por otro motivo.

– ¿Y los lectores?
– Cada lector es diferente y construye su propio libro. Me gustaría que abriesen el libro y leyesen un relato al azar, luego otro, sin seguir el orden. También que fuera un libro que releyesen y encantase aún conociendo la trama y el resultado.

 

– ¿De qué manera está influyendo Internet en la forma de escribir?
– Bueno, Internet es un espacio que por razones de soporte tecnológico exige el decir muchas cosas con muy pocas palabras. De hecho hay una alteración del lenguaje como se puede apreciar en los mensajes y en los correos  por Internet. Ello induce a que cuando una persona entra en una página vaya buscando los textos más breves posibles. Leer cosas largas en Internet es incómodo y exige un gran esfuerzo.

– ¿Y Ángel Olgoso en su trayectoria?
– La mayoría de los microrrelatos le gustaron bastante y la verdad es que me ha dado muchos ánimos. Para mí, además de un amigo, es un referente literario y un orgullo el poder contar con su apoyo

– ¿Cuál ha sido su tirada?
– En principio se ha realizado una tirada de mil ejemplares, luego en función de cómo vaya se podrán hacer hasta tres tiradas o renegociar todas las que hagan falta.

 En  torno  al  microrrelato

Ángel  Olgoso

Ángel Olgoss Los microrrelatos son un redescubrimiento que -aunque parezca lo contrario- ensancha la literatura. Estamos ante una forma textual milenaria que ha tomado en los últimos años un impulso extraordinario, un renacer más que un nacimiento, cuyo corpus aún está siendo perfilado y fijado por aportaciones creativas y teóricas.

 Para muchos estudiosos, ya se ha ganado un lugar como género literario independiente, como el fenómeno literario más sugestivo de los últimos tiempos; para otros, se trata de una variante más del cuento, un subtipo que ha evolucionado hacia una forma límite y experimental que se enfrenta, con vitalidad imparable, a los prejuicios que aún tiene contra él parte de la crítica y del público lector.

 Para Valls, un microrrelato no es un cuento comprimido, un aforismo, un poema en prosa o una ocurrencia, sino un texto narrativo brevísimo que arranca de inmediato para acabar al instante, que cuenta una historia en la que impera la concentración, la intensidad y la precisión extrema del lenguaje, a menudo al servicio de una trama paradójica y sorprendente.  Para Roas, es una unidad cerrada en lo que se refiere a su forma, pero una estructura abierta en lo que se refiere a su interpretación. Para Neuman, la reducción de un cuento a sí mismo. Para Lagmanovich, sólo estamos en presencia de un microrrelato cuando un microtexto es ficción y esa ficción es narrativa. 

 Para uno, deberían ser un destilado, un bebedizo; una historia suficiente en sí misma; una nuez de silencio en un mundo lleno de ruido; un fogonazo que explote y nos ilumine brevemente antes de desaparecer, dejándonos cierta nostalgia de eternidad; una estocada al corazón o al cerebro; una historia que nazca ya mínima y cuyo resumen sea más largo que el relato en sí; una piedra pulida, brillante, armónica, que destaque como una joya en mitad del caos y la suciedad de la vida; el medio perfecto para esa aspiración de alcanzar la magia de la síntesis, de la puntería afinada, de la iluminación del detalle, la magia de expresar lo máximo a través de lo mínimo. Los microrrelatos quizá sean el néctar de la narrativa, una lucha contra el espacio y el tiempo, un desafío a nuestra manera rutinaria de leer, un relámpago en mitad de la noche, una revelación, una miniatura completa del mundo, un tesoro sumergido que el lector deba rescatar, en el que palpita el humor, la irreverencia, la variación, el vértigo, la conmoción y el goce lúdico y estético.
  

 Un magnífico muestrario de las posibilidades de este género proteico lo encontramos en el recién publicado volumen “Fuego enemigo” (Nowevolution), del escritor Carlos Almira, autor también proteico, capaz de pulir relatos y poemas como delicadas perlas, de fraguar penetrantes ensayos históricos y de urdir novelas de breve o vasta extensión, como su impresionante fresco sobre el Japón medieval “Issa Nobunaga”. Los 137 microrrelatos de “Fuego enemigo” conforman un fascinante tapiz de sueños, metamorfosis y espejismos, de amores inquietantes, de abismos del tiempo y recodos del espacio, de escenas olvidadas de un día cualquiera que contienen un sentido oculto y misterioso, de muertos que se resisten a su nueva condición, de la Tierra como laberinto, de grietas bajo una apariencia apacible, de personajes legendarios o históricos a los que se les da otra oportunidad, de bucles vertiginosos, de gestos corrientes que salvan de la oscuridad, de hipótesis cósmicas que se narran con la nostalgia de una canción.

 Carlos Almira se vale de la increíble libertad que procura el género sin convertirlo en un cajón de sastre (el mayor peligro de esta modalidad junto con la lamentable filosofía del “todo vale mientras sea breve”), y sabe dotar a sus textos, además de la imprescindible sustancia narrativa, de movimiento interno y resonancia final. En ellos, mediante un lenguaje límpido y un humor tal vez negro, lo fantástico y lo prodigioso aparecen enraizados con naturalidad en lo cotidiano y tocados extrañamente por un destello de ternura, de piedad, de esperanza. El lector podrá saborear, bajo una nueva luz, historias y mitos, ensoñaciones y recuerdos, donde conviven astrónomos y viejos ascensores, sabios y ujieres, ángeles y gatos, un arrabal de África y la antigua Roma, Constantinopla y la Rusia de los zares, casas en llamas y las calles desiertas de una ciudad, la mirilla de una puerta, los rostros, los viajes, los días nublados, los ruidos de la Eternidad, el vientre frío y escamoso de Dios, la losa caliente del Edén, el iceberg del Infierno.
  

 “Fuego enemigo” es un ejemplo de la razón de ser del microrrelato: la tensión generada entre la voluntad de contar, de expresarse, y la concisión e intensidad extremas; la tensión entre las normas de la tradición y las aportaciones de los autores, entre lo permanente y lo novedoso. 

 

Para saber más:

Entrevista de Carolina Molina:   “El mundo no es lo que parece” EL HERALDO DE HENARES, 07-02-11

 

 

Redacción

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