Un chasquido de lengua y algún que otro vocablo indefinible bastan para poner en marcha a las bestias que obedientes tirarán del arado, en este caso de un “patico” que apenas se introduce en la tierra. Cuando llega al final de la besana se para, coge un puñado de tierra y justifica: “No hace ná, la tierra está chorreandico y está muy pesá”. Luego vuelve a apoyarse entre las manseras y nos cuenta su dilatada experiencia como gañán. “Yo empecé en este mismo secano. Tenía ocho años y a mi padre le dio un dolor de ciática al descargar el arado, por lo que me dijo ¿tú serías capaz de sembrarlo?”. Él ni corto ni perezoso contestó afirmativamente. “Y empecé a arar y arar y al otro día ya vine solo con la yunta, y con nueve años me dieron la absoluta”, concluye con humor.
Buen conversador, de vez en cuando tenemos que cortarle para volver al “surco” de lo que nos interesa. De esta forma podemos averiguar que desde hace tres lustros es la única persona de este término municipal que sigue trabajando la tierra al modo tradicional. Hay otros pineros que tiene caballos, pero los utilizan para recreo. Por su parte, ha llegado a tener hasta “nueve bestias en marcha con las que trabajaba con el arado de voltedera”.
Larga experiencia
Tras dar otra vuelta nos va explicando los nombres y utilidades de los distintos aperos. “Aquello es el yugo pero aquí le decimos uvio, lo que está colgando son los bozales que se los pongo cuando quiero evitar que vayan rasguñando. Lo que llevan en la cabeza es la jáquima con unas anteojeras y los cabestros para dirigirlos”, indica al tiempo que resalta su larga experiencia: “Habré domado de 25 a 30 muletos y unos ha salido de una manera y otros de otra”. Por todo ello, entiende que esta actividad no debería perderse aunque en su caso la tradición también está llamada a desaparecer al no contar con nadie que desee aprender, siendo su paisano “Jarrilla” otro gañán “que soltó la yunta hace un pilón de años, pues cuando yo me jubilé a los 65 años ya estaba solo”.
Luego nos cuenta cómo en una ocasión estando en el secano tuvo un amago de infarto, pero no se fue al hospital hasta que le dejó la comida a sus mulos en el pesebre. En esos difíciles momentos su preocupación era qué podía ocurrirle si tardaba en volver o no regresaba. Sin embargo todo se quedó en un susto y ahí sigue, contento con el trabajo que ha hecho toda su vida, alegre con la compañía de su inseparable yunta que también utiliza para tirar del carro en el que se desplaza y satisfecho de que alguien se haya fijado en el para un reconocimiento. “Este premio me parece bien, pues todo lo que sea no pedirme dinero o mandarme a trabajar,…” vuelve a bromear el último gañán de Pinos Puente ante la atenta mirada de Jesús Olmo, el profesor del IES Hermenegildo Lanz que realizó la propuesta.