La enseñanza debe consistir en lo que se ajusta el término a su significado: señalar. Es por tanto, un proceso que consiste en transmitir el que tiene más saber, sus conocimientos, experiencias, etc… a otro que no lo tiene con el fin de hacer un igual a sí mismo.
Cada vez nos encontramos más lejos de la enseñanza en la que el profesor presentaba temáticas, experiencias y reflexiones ante la atenta mirada de los alumnos; no la sometía a ninguna disciplina especial y el alumnado gozaba siempre de la libertad para abrazar los aspectos que le interesaban con afán de conocimiento o, por el contrario, desdeñarlos. Cuando los saberes venían encorsetados, en distintas disciplinas, que se aprendían memorísticamente, se entendía que servían exclusivamente para hacer oposiciones en España.
No había libros de texto ni se daba ninguna importancia a la memoria; por tanto, no se daba ni mucha ni poca importancia al contenido de los saberes, sino a la cultura, hasta el día que ésta también quedó atrapada por los asuntos económicos y políticos, escenario donde se produce el drama existencial, al perder el sentido que tiene aquella de más noble y mejor para el ser humano.
Pero, más lejano nos queda aún el concepto de enseñanza pagada, considerada hace varios miles de años como una ruptura de las cualidades morales del hombre, como un quebranto de la naturaleza humana, como una vileza moral, quizá, como un fraude público. La enseñanza era interpretada como un bien común, una condición imprescindible para ser hombre y, por consiguiente, nadie podía adquirirla o “señalarla” por dinero; formaba parte del sentimiento colectivo de los pueblos, del destino de los mismos y de sus destinatarios.
Hoy, desde luego, no hay sentido de la historia en la escuela y, por tanto, las complejidades de la cultura carecen de contenidos; el viejo prestigio del maestro se ha ido diluyendo para convertirlo en un “educador tolerante”.
Se ha derribado el mundo de la elocuencia, de la poesía, de las artes, de la filosofía, de la belleza…Se tiene por verdadero lo que parece verosímil o el pragmatismo que nos llegan de otros países y, desde esa perspectiva, poco se puede edificar con fundamentos tan poco firmes. Como diría Antonio Machado en Juan de Mairena: “ lo corriente en el hombre es la tendencia a creer verdadero cuanto lo reporta alguna utilidad. Por eso hay tantos hombres capaces de comulgar con ruedas de molino”.
Si como decía el profesor José Luis L..Aranguren: “la comunicación pedagógica es el factor principal de integración, de estancamiento o de progreso de un país, pues la estructura socioeconómica y la estructura política se hallan en función de aquella”. ¿Cómo hemos llegado a una educación científica y tecnológica relativamente desarrolladas y, sin embargo, tenemos tantos adolescentes destinatarios del aprendizaje en nuestra sociedad que rechazan a quienes quieren hacerlos hombres iguales? ¿ Se puede hacer así un proyecto de futuro?
Los principios asentados durante mucho tiempo, creencias socialmente cohesionadoras aceptadas por la colectividad se van desvaneciendo de forma agónica, dañando dolorosamente a toda alma sensible y pisoteando nuestra historia, en el que las ideas se dividen y las simpatías se absorben en una sociedad, que a pesar de su avance técnico- científico, se encuentra esclerosada en sus valores morales.
No se puede, una vez más, confundir la democracia con la libertad. Para ser libres es necesario transmitir, “señalar”, hacer iguales en saberes, hacer, en definitiva, un pueblo culto; porque un pueblo sin cultura es un pueblo conformista que puede llegar a la marginalidad y aislamiento colectivo, que se puede convertir en xenófobo, porque es incapaz de ponerse en el lugar del otro y es un pueblo manipulable que permite que se beneficien las clases privilegiadas.
Devolvamos la cultura secuestrada a la sociedad, pero la cultura entendida en su sentido etimológico, de cultivo de conocimientos y experiencias no especializadas, de informaciones y sensibilidades heredadas y aprendidas que dejan huella en el alma, condición imprescindible para ser hombre, para ser humano.
Realicemos un esfuerzo colectivo, un frente común, hagamos programas educacionales insolentemente revolucionarios que sean capaces desde la escuela, desde el sentido común y desde nuestra historia de consensuar modelos educativos basados en el saber y la cultura como el mejor sistema de autoprotección del que dispone el ser humano, para no dejarse sorprender por la marejada de mentiras organizadas por el poder político (cada vez más debilitado) y el económico.
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