La Alemania de los grandes maestros (VII): En Potsdam con Marie Luise Kaschnitz

 

Los pantanos, la arena y los pinos atrajeron a la familia Fest en sus excursiones de fin de semana, cuando entonces el padre contaba a sus hijos largas historias sobre los reyes prusianos. Pese a que la familia se veía cada vez con menos privilegios y soportaba más restricciones, los niños se sabían felices, en la conciencia de ser héroes clandestinos. Paisaje de expansión y alegría, de fantasiosas conspiraciones.

Marie Luise Kaschnitz, la prestigiosa autora de Hörspiel para la radio alemana, no recuerda sin embargo haber tenido en Potsdam una infancia tan feliz: era una niña demasiado sensible, demasiado tímida y miedosa. En su obra relata una y otra vez sus memorias de la infancia, no como una enumeración cronológica de hechos, sino como la ex-posición (ponerse fuera, a la luz, a la mirada inquisitiva de los demás) de una introspectiva psicológica: la indagación casi morbosa del recuerdo de aquella época en la que aparece el primer resplandor y la primera sombra: «Guárdate de pensar en la niñez, alcanzarás el primer destello de felicidad, mas también del primer horror la amarga pena» advierte en su poema titulado «Kindheit», «Infancia». Así nos describe ella sus días infantiles en Potsdam: «el no poderse dormir, con las hermanas profundamente dormidas en la habitación, el reloj de cucú sonando, maldito pájaro, con el viento afuera y las estrellas afuera». No se consideró una luchadora. Se mantuvo al margen de la política, aunque guardó su rebeldía aquende los muros de su mundo interior, aquel mundo al sólo que ella tenía un acceso privilegiado.

Vista del Palacio de Sansouci. /Luis Gerardo Ortíz

Potsdam, como señorial vasallo de la inmensa y plana Berlín, ha sabido atraerse a personajes como el pensador Voltaire o el matemático Euler. J. S. Bach se vio obligado a repentizar sobre un tema propuesto por el rey Federico el Grande de Prusia, que más tarde se convertiría en «La ofrenda musical». Stalin, Churchill y Truman se congregaron en el Palacio Cecilienhof para digerir satisfactoriamente la victoria de los aliados. También fue el escenario donde se selló el traspaso de poderes al Führer. No le faltan a esta ciudad grandes citas con la historia. Por eso ha sabido hacerse un hueco en la agenda de los turistas de Berlín capital. Es la excursión de un día. Extenuante. Esplendorosa. Largas colas frente al Palacio de Sanssouci, caminatas excesivas entre sus jardines versallescos, a cuyas proporciones la pupila no puede acostumbrarse, y el resuello ahogado en el ascenso de sus reales escalinatas, amplias como en los sueños de un emperador. Compra apresurada de regalos en el barrio holandés, entre el bullicio de los visitantes y la mudez de las casas de ladrillo rojo alineadas rigurosamente a un lado y a otro de la calzada, y quizá, si queda tiempo todavía, una fugaz visita al Palacio Cecilienhof, esa agradable casa de campo de estilo inglés que acogió la Conferencia de Potsdam. Grandes citas con la historia.

Todos los días se forma largas colas frente al Palacio de Sanssouci
Todos los días se forma largas colas frente al Palacio de Sanssouci

Marie Luise y Joachim recorrían sus calles y sobre todo sus alrededores con ardientes secretos de íntima rebelión. La mayoría de los niños alemanes entretanto se dejaban fascinar por las camisas marrones y los pantalones cortos. En el relato «La niña gorda» de Kaschnitz, la protagonista se encuentra a sí misma, de niña, patinando en un lago helado a las afueras de Potsdam. Cuando el hielo se rompe y la niña lucha por sobrevivir en la superficie, en ese momento de prueba máxima, se movilizan las fuerzas vitales que en ella parecían dormidas. Sólo la conciencia del peligro moviliza con radicalidad la vida, exige el concurso de la salvación. Desde la literatura denunció esta escritora, desde un nivel radical de intrahistoria, la indigencia de los tiempos. Y sin embargo afirma en «La avalancha», en otro de sus relatos: «los sueños pesan menos que la experiencia, porque la vida no vivida es más leve… tan leve». La historia con mayúsculas también tiene siempre algo de ficticio, de levedad.

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