Al bajar del vagón, el viajero -enderezándose todavía- buscaba la enorme recompensa de aquel largo viaje: la imagen de la Alhambra iluminada con el bello monasterio de San Jerónimo a su derecha. Una panorámica limpia y poderosa de la noche granadina que, sin lugar a dudas, ha sido durante décadas la imagen más memorable para los que visitaban Granada por primera vez. Los turistas que llegan ahora en coche desde la Costa o Madrid apenas alcanzan a ver la silueta del monumento entre los modernos edificios de la ciudad. A distancia, todas sus estructuras parecen descomunales respecto a la pequeña Torre de la Vela. Pero, como siempre en Granada, la dimensión de lo oculto suele ser mayor que la de lo visible. La ciudad palatina, que lleva en pie nada menos que 650 años, esconde una mayor extensión que cualquiera de estos símbolos de ‘modernidad’ y sus humildes muros de tapial han logrado sobrevivir durante siglos los rigores del clima y perdurarán al ladrillo y hormigón actuales.
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Es normal que los granadinos del siglo XXI, más preocupados por los atascos que por el arte musulmán, prefieran pasar el sábado en un centro comercial que pasear por sus bosques, el único pulmón natural que le queda a esta ciudad oxidada. |
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Pero, la fotografía más buscada y repetida por los turistas que visitan Granada, y por los propios granadinos que ejercen de anfitriones se toma, a diario, dándole la espalda a la Alhambra. Es la clásica postal desde el mirador de San Nicolás, que Clinton nos ayudó a actualizar en todo el mundo. Apostado en una esquina de la plaza, junto al aljibe, uno puede observar a cientos de visitantes sonriendo, al unísono, frente a sus cámaras con el fondo escénico de los palacios nazaríes. Como hoy es habitual, los turistas -propios y ajenos-, están más pendientes de sus dispositivos móviles, de los teléfonos inteligentes que ‘están cambiando nuestras mentes y nuestros corazones’, que de la belleza absoluta que tienen delante de sus narices.
Curiosamente, a la ciudad de Granada le sucede algo parecido: vive desde hace décadas de espaldas a la Alhambra y el contacto de los granadinos con el monumento es cada día más difícil. En primer lugar, el acceso al recinto nazarí es sumamente complicado. Un vecino debe rodear la ciudad para llegar en su coche al Generalife. Los microbuses públicos que atraviesan el Realejo son rápidos, pero del todo insuficientes. Y andando por las cuestas de Gomérez o los Chinos, en realidad, sólo pueden subir muy pocos. A la mayoría de los granadinos, sólo les queda el taxi como única opción.
En segundo lugar, los granadinos y residentes tampoco encuentran facilidades para la visita al monumento, como ocurría hasta la década de los 80. Una entrada para la visita general alcanza ya los 13 euros. Un importe muy asequible para un turista japonés, pero no para una familia granadina con necesidad de oxigenarse. Pasar la mañana con los hijos (4 entradas) sale por 52 euros, sin contar el transporte y sin comprar siquiera una botella de agua. Está claro que la Consejería de ¿Cultura? decidió hace años que la Alhambra debía seguir siendo el monumento más visitado de España, aunque excluyese de sus estadísticas a los propios granadinos. Un mal hábito que sin duda debe ser muy rentable. Por último, el recinto monumental no acoge en sus paseos y jardines actividades destinadas a los granadinos, excepto alguna exposición ocasional, los exclusivos conciertos del Festival de Música y la tradicional procesión de Semana Santa.
Haga memoria: ¿Cuándo visitó La Alhambra por última vez? Con estas enormes ‘facilidades’ es normal que los granadinos del siglo veintiuno, más preocupados por los atascos diarios de la circunvalación que por el arte musulmán, prefieran pasar el sábado en un centro comercial del área metropolitana que pasear por los bosques de la Alhambra, el único pulmón natural que le queda a esta ciudad oxidada.
Resulta tan extraño recordar que la generación de mi abuelo tenía por costumbre llevar a su familia de excursión a la Plaza del Tomate y acabar los domingos paseando por el Generalife.
Menos mal que el tiempo pone las cosas en su sitio y que ahora, de cuando en cuando, bajo la avenida de Andaluces para esperar a mi hija en la vieja estación del ferrocarril. Desde el andén oigo resoplar a lo lejos el tren de Sevilla entrando ya por La Chana y mientras llega el momento de su abrazo, contemplo la imagen de la Alhambra iluminada con el bello monasterio de San Jerónimo a su derecha. Nada parece haber cambiado en Granada en estos últimos 25 años. Pero, en el futuro todos deberemos mirar la Alhambra de frente, como esta imagen limpia y poderosa, y considerar el monumento no solo como patrimonio de los turistas, sino como un barrio más de esta bella ciudad y sobre todo, vivirlo como si fuera nuestro. Es lo mejor que tenemos.