– ¿Tiene una forma estrófica preferida?
– No hay una forma estrófica preferida. No soy amante de los corsés, aunque como ejercicio técnico-literario haya utilizado a veces el soneto. Por ejemplo, en algunos de mis libros hay sonetos unas veces dedicados a mi padre y también he compuesto sonetos eróticos en «A pedir de boca» (2004). He tocado el palo del romance, pero no hay una forma estrófica definida. Me decanto más por la musicalidad interna porque uno tiene su propia voz y ésta es el latido interior de tal manera que utilizo el verso libre. No sé por qué cuando me pongo a contar versos me salen decasílabos y dodecasílabos. Será porque ese es mi ritmo de poesía.
– Pero también pentasílabos y heptasílabos porque en “Música para indigentes” incluye algunos haikus,…
– Evidentemente porque son pequeñas pinceladas poéticas sobre cualquier cosa como se puede ver en mis «Loquinarias» del que estoy terminando el segundo libro con prólogo de Emilio García Wiedmann.
– Está dedicado «a los ausentes a los que ya no están aquí», pero, ¿quién lo entenderá mejor?
– Quien tenga el valor de acercarse a mi poesía (risas) y no se le atragante. Creo que la poesía es un acto muy íntimo, muy personal. Siempre se ha dicho que quien realmente escribe es el lector que será con su lectura quien le dé su interpretación. Va dirigido a todo del mundo que quiera conocer la poesía de una persona que vive en unos momentos históricos complicados y que no se conforma con esta realidad. Pretendo llegar con mi poesía a lo profundo del ser humano y sacar afuera lo auténtico.
– ¿Qué es lo que le empuja a escribir de esa manera tan continua?
– El primer verso lo dan los dioses, como decía Valery y después José Ángel Valente. La necesidad de escribir tiene un cierto prurito de vanidad. Me encantaría que me dieran el Premio Nobel y me hicieran académico de la Lengua, no académico de las Buenas Letras de Granda, pues por lo visto con 20 libros detrás no tengo ningún mérito para pertenecer a esta Academia por lo que agradezco a los académicos la deferencia de ni tan siquiera me lo hayan planteado. También escribo por una necesidad interior, por una especie de catarsis, de terapia personal para sacar afuera toda la energía que tienes dentro. Y, sobre todo, para buscar respuestas y encontrar las claves.
Título y premio
– El título de una obra ha de ser llamativo, tal y como sucede con «Música para indigentes» ¿por qué lo ha llamado así?
– La música es la poesía, en el principio fue la palabra y los indigentes serían los que no tenemos voz, los excluidos, los marginados, los afectados por la injusticia, por la insolidaridad,… A ellos les doy mi voz, de la ofrezco, se la otorgo y hablo del recuerdo de mi padre, de amor, de todo pues es un libro misceláneo, poliédrico,…
– Hablando de premios hemos sabido que recientemente el Ayuntamiento del Rincón de la Victoria (Málaga) le ha concedido uno…
– Pues sí, presenté mi poemario «Todas las voces» al premio «In memoriam Salvador Rueda» y he ganado este premio que me ha llenado de gozo y engrosado en parte mi deficitaria cuenta corriente, además de publicar el libro en un tiempo récord, y hacerme entrega de una diosa fenicia preciosa de Jaime Pimentel. En el acto de entrega celebrado el 6 de julio fueron muy amables y generosos conmigo.
– ¿En qué proyecto está trabajando ahora?
– Estoy implicado en un proyecto de poesía que tengo que entregar para finales de agosto a un centro que imparte español para extranjeros en Nueva Orleans y en ello estamos reflexionando sobre el reino animal, vegetal y mineral.
LA OBRA | ||
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El presente libro, último hasta el momento del poeta granadino Miguel Ávila Cabezas, se titula, como han podido comprobar, Música para indigentes, y está constituido por un total de 49 poemas y «Siete haikus de junio», que suponen un itinerario de auto-indagación entre el inicio artificialmente popular de «Rima vieja» y el final ambiguo que ofrece «De ida y vuelta». Y me permito señalar estos datos aparentemente obvios porque estamos ante una obra redonda, meditada en su estructuración y aún más en su ejecución, en su desarrollo, en su reescritura y su corrección, que ha derivado en un tono coloquial pero sabio, de ritmo sencillo y libre, despojado de falsos lirismos y sostenido sobre una concreción temática que se acerca al aforismo. Nos hallamos, por lo tanto, ante un libro que, como buen compendio de sentencias, deja poco espacio para lo accesorio, e incluso su título y su orden no son circunstanciales sino, bien al contrario, contienen una serie de confidencias que intentaremos dilucidar en este prólogo: ya el nombre del poemario resulta suficientemente significativo como para detenernos en él, pues está compuesto por dos conceptos que tendrán una vital importancia en el desarrollo del libro: la música y la preocupación social. |
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