Siempre hacía sol en San Isidoro

  Se estaba a gusto. Se estaba a gusto con aquellos profesores que no tenían las manos largas, que no gritaban, que no vejaban a los muchachos por una valencia de menos o por un egomeitutui de más. Estábamos a gusto con el Verdú, que explicaba a Cervantes con pedagógica sencillez; que nos hablaba de páginas con sabor a leyenda y Siglo de Oro; que no nos obligaba a leer, por lo cual (gracias, señor Verdú) muchos de nosotros dimos en lectores apasionados. El Verdú, dientes grandes, pelo rizado, que nos enseñó a amar a Julio Camba… Estábamos a gusto con don Francisco, el cura, que daba religión y nos decía que si alguna vez nos veíamos obligados a elegir entre ir a misa o jugar un partido de fútbol, no lo dudáramos: el fútbol (año 71).

  Aprendíamos. Aprendíamos mucho del Director, de aquel Director entrañable que nos regañaba con una sonrisa cuando nos acercábamos a la medianera para ligar con las chicas del Regina Mundi; o cuando silbábamos al labriego que, en el pegujal inmediato, se esforzaba, vanamente, intentando que las yeguas fueran cubiertas por un garañón que flojeaba… 

 Aquel Director, don Luis Molina que se ha muerto, había impregnado al colegio de San Isidoro del espíritu justo, de la calidez necesaria para que todos los que dábamos allí supiéramos que habíamos caído en el lugar adecuado. Consiguió una sabia combinación de tolerancia y firmeza. Nunca me sentí tratado con injusticia.

 Algunas veces, don Luis Molina que se ha muerto, se cabreaba y nos ponía en nuestro sitio. A mí, una vez, me puso también en mi sitio. Lo hizo con nobleza y bonhomía. Aún agradezco su actitud… Nos enseñó a distinguir el románico del gótico; nos enseñó a amar la buena pintura; invitaba, para que nos dieran conferencias, a catedráticos de Medicina, a directores de periódicos, a poetas, y, el otro día, he visto su esquela en el diario local. 

 Don Luis Molina que se ha muerto, en medio de una época en la cual abundaba la enseñanza negra (negros los colegios, las aulas negras, negros los pupitres, las pizarras negras, negras las horas, negros los recreos, negros los libros, negro el espíritu que flotaba en aquellos colegios negros), hizo de San Isidoro una isla luminosa y blanca, anclada en medio de la vega granadina, donde nos sentíamos bien los náufragos de la enseñanza negra, y muchas gracias, don Luis Molina. Descanse en paz.

               Por Juan Chirveches… de su libro «El traje de la ciudad». Ed. Ámbito cultural de el Corte Inglés. Granada, 2010.

 

 El profesor y escritor,  Juan Chirveches
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