Hace unos días, leí en el diario de papel una curiosa anécdota sobre Vicente del Bosque. Un crítico conocido rememoraba su primer encuentro con el seleccionador nacional: «Hablamos de muchas cosas, incluida la ciudad que nos parió a ambos. Le comenté que allí vivían mis ancianas madre y tía, mi única familia y que el alzhéimer había empezado a cebarse con ellas. No volvimos a vernos. Hasta hace unos días. Casualmente. El hombre más popular, halagado y glorificado (justamente) en este país lo primero que me dice es: ¿Cómo están tu madre y tu tía? Y noto que se me hace un nudo en la garganta. Lo suyo se llama educación, humanidad, respeto (…)».
Unas páginas después de conocer este gesto de humanidad, encuentro el siguiente titular: «Un tribunal obliga a un hombre a dejar de vivir con sus padres». La historia es tan real como desconcertante. Un malagueño de 26 años deberá abandonar la casa de sus progenitores, a los que agredió física y verbalmente y a los que además había solicitado una pensión compensatoria hasta la finalización de sus estudios universitarios. La audiencia ratifica ahora la sentencia dictada el año pasado que liberaba a los padres de la convivencia (y el maltrato) de su hijo, matriculado en Derecho desde 2007, aunque solo había aprobado tres asignaturas.
El tribunal asegura que «no se puede obligar a los progenitores a mantener a un hijo cuAndo ya es mayor de edad y muestra desidia y falta de aplicación en sus estudios», sin embargo, y esto es lo más desconcertante, ha confirmado el pago de 200 euros mensuales durante dos años. En el auto se recuerda que, durante este tiempo, los padres han ido pagando los 235 euros de la letra del coche que le compraron al joven. Imagino que lo hicieron para que no perdiese ninguna clase, ¿verdad? Entremedio de ambas lecturas, y sin conexión aparente,Antonio Muñoz Molina escribe en un reciente artículo que «no haría falta tomar partido en ninguna disyuntiva entre lo viejo y lo nuevo, aunque eso sea lo más fácil en un país tan propenso al pensamiento binario (…) Entre nosotros suele ocurrir que solo se preserva lo peor del pasado, y que lo peor de lo nuevo se construye a expensas de lo que merecía perdurar». Muñoz Molina se refiere aquí al urbanismo, a la «fealdad invasora» que ha inundado el paisaje español, pero, en realidad, sus palabras encierran -como siempre- una dimensión mayor.
Relacionando los tres textos, uno tiende a pensar que Vicente del Bosque representa lo mejor del pasado y que el «joven de 26 años», que ni estudia ni trabaja, simboliza lo peor de lo nuevo y que nuestra sociedad ha ido sustituyendo sigilosamente la educación, la humanidad y el respeto por la impunidad más absoluta. Es decir, que durante las últimas décadas hemos sufrido una transformación social de tal calado que, al pasar bruscamente de la pobreza extrema a la abundancia, hemos abandonando también los fundamentos elementales para la convivencia entre generaciones: la conducta ética, el compromiso y la ayuda mutua, la lealtad y la honestidad, la humildad y la generosidad, entre otros.
Y uno llega a deducir que este proceso de «mala educación sostenida» ha ido creciendo durante más de quince años al amparo de la LOGSE y también con el ‘aprendizaje mediático’ continuo del individualismo y el consumo como motores sociales y sobre todo, con la complicidad de los políticos y las instituciones, de las familias y de los padres que han incrementado sus deudas para comprarle un coche al ‘niño’ cuando cumpliera los dieciocho. Y entonces, uno empieza a entender porqué la actitud de Vicente del Bosque resulta tan insólita y sorprendente en la España actual. Y porqué el comportamiento del «joven estudiante» es tan corriente.
Leer la prensa en verano tiene grandes ventajas. Un beneficio enorme es la lectura sosegada de los periódicos, casi imposible en la rutina del invierno, pero imprescindible todo el año para el análisis y la reflexión sobre la actualidad. |
Leer la prensa en verano, decía, tiene grandes ventajas. Un beneficio enorme es la lectura sosegada de los periódicos, casi imposible en la rutina del invierno, pero imprescindible -todo el año- para el análisis y la reflexión sobre la actualidad.
Es una misión principal de la prensa escrita que nunca encontrará sustituto en los medios digitales. El sosiego frente al papel nos permite a los lectores desbrozar todo lo escuchado antes en las radios y televisiones, y separar con mimo el grano de la paja en cada palabra oída o vista fugazmente en Internet y las redes sociales.
Leer y releer, relacionar, recortar incluso. Para finalmente, poder discernir lo verdaderamente importante de la realidad. La lectura pausada de estas tres historias me ha llevado sin querer a la reflexión sobre el profundo abismo existente entre los valores y actitudes de las viejas y las nuevas generaciones que conviven hoy en España, muchas veces bajo el mismo techo y ahora también bajo un único salario o una Estimado lector, siga leyendo el periódico (y reflexionando). Si puede, hágalo frente al mar y levante la vista al horizonte, cada cierto tiempo. Pues eso, ¿Cómo están tu madre y tu tía? Educación, humanidad y mucho respeto.
(Nota: Este artículo de opinión de Julio Grosso Mesa se ha publicado en la edición impresa de IDEAL del 09/08/2012)