Verdaderamente, uno no llega a alcanzar hasta qué punto, la desmesurada acumulación de la riqueza, el silencioso, asesino y ciego laberinto de los mercados y las conspiraciones de aquellos que nadie encuentra su rostro, pero son los que, a través de delicadísimos hilos de ingeniería económica, están provocando la recesión, el paro y la hambruna en nuestro continente, les pudiera resultar rentable a medio plazo. Me gustaría saber si realmente podrían tener calibradas las consecuencias cuando los pueblos se vuelvan furiosos ante la necesidad.
Digo todo esto por las perspectivas inmediatas de futuro ante el gravísimo momento en el que nos encontramos, en el que parece que urge que cada uno se decida a meditar sobre la grave responsabilidad que tendrá que contraer para con sus hijos y sus nietos. Parece inútil, esconder el pico debajo del ala, y distraigamos el pensamiento con los éxitos de la Selección Española de Fútbol o con la fresquita cerveza recién sacada de la nevera en la playa, mientras de manera tranquilizadora nos reconfortamos enorgullecidos, porque en el chiringuito nos hubieran «clavado». Los problemas seguirán en pie, aunque nos tapemos los ojos con las manos.
Por otro lado, como entendía Claudio Sánchez Albornoz, cuando los pueblos enfurecen «El acrecentamiento de los medios represivos suele producir la esclavización, por ellos mismos, de la sociedad y del estado que los crea». Es vano empeño poner puertas al campo, y mucho me temo que va ser imposible evitar las tronadas sociales que asoman en el horizonte en el último quinquenio europeo.
Pues bien, la riada ha empezado a anegar los campos: El Alcalde de Marinaleda y Diputado Autonómico por IU, Juan Manuel Sánchez Gordillo, junto con un grupo de sindicalistas han asaltado dos supermercados en Andalucía, para llevar los productos a un banco de alimentos y ha afirmado que no descarta nuevos asaltos a supermercados, «porque alguien tiene que hacer algo».
Es evidente que por muchas previsiones de futuro que se tengan sobre la meteorología las tormentas podrán predecirse, pero nadie podrá evitarlas y sería peregrina locura intentar contener de forma coercitiva las riadas de irritación de las gentes desposeídas hasta del alimento diario. De la misma manera tampoco es imposible interrumpir el curso de la historia, por más que se aumente la maquinaria de las fuerzas coactivas.
Quizá nunca, desde que se restableció la democracia en nuestro país, haya existido un desdén tan generalizado en contra los conductores de la ciudadanía, que parecen querer restaurar formas de vida y de gobierno, que cumplieron ya su proceso histórico, que han sido superadas y que sólo la ignorancia de la historia les hace querer remontar río arriba el curso del pasado.
Las buenas intenciones, cuando están dirigidas sin el juicio y la prudencia que cabe esperar de nuestros representantes políticos, pueden empujar a los hombres a actuaciones que ejerzan el efecto contrario al que se pretende. Así, si el Sr. Sánchez Gordillo entiende que el mejor ejemplo o «acto simbólico» de lucha contra la injusticia social (en estos momentos de nuestra historia) es asaltar supermercados o bancos, o lo que sea, para repartirlos entre los desheredados sociales él mismo, sus compañeros de partido y sindicato, como los garantes de la equidad, me parece que se equivoca, por mucha polvareda que levante.
Estoy convencido que desde la legalidad cabrían otro tipo de actuaciones que, aunque parezcan antiguallas marxistas, serían mucho más eficaces para combatir al espantoso torbellino de los mercados, que se les han subido a las barbas a los gobiernos y que estos parecen anunciar el fin de un proceso histórico, provocado por el colapso del sistema capitalista, porque saben sobradamente que llegará el momento en el que nadie podrá pagar con lo que no se tiene.
Si los desatalentados grupos de poder económico no ceden frente a lo sensato, lo posible y lo cuerdo, nadie podrá canalizar el torrente cuando se desborde y el proceso revolucionario se propagará por toda Europa como una jauría de perros rabiosos. La civilización puede morir, aunque parezca increíble; la democracia está en peligro, en la esencia de la injusticia está el germen de las más trágicas y sangrientas revoluciones del pasado; hoy el germen, sépase, está más activo que nunca.
(*) Pedro López Ávila es catedrático de Lengua y Literatura jubilado y poeta
Blog personal: http://pedrolopezavila.blogspot.com.es/
Nota: Este artículo de Opinión se publicó en la edición impresa de IDEAL correspondiente al martes, 14 de agosto de 2012 (Pág. 25)