La crisis cultural y la “tele”

Esta caída, por supuesto, es diferente en grado como lo son también las causas que la provocan.” El informe añade que “en algunos sectores, como las artes en vivo, que llevaban desde comienzos del siglo XXI creciendo, el cambio se adscribe principalmente a los efectos de la crisis económica, tanto en lo que se refiere a la demanda, como a la oferta, ya que no debemos olvidar que la implicación del sector público ha sido fundamental para el desarrollo de las artes escénicas y musicales.”

Esta afirmación tan rotunda es preocupante en todos los aspectos, ya que es evidente el descenso de las aportaciones tanto públicas como privadas a la actividad musical. Pero resulta todavía más grave cuando, pocas líneas más abajo, en el mismo informe, encontramos la siguiente frase: “Por otro lado, la radio y la televisión aparecen ahora como alternativas de ocio y de cultura refugio, y podemos encontrar un crecimiento del tiempo dedicado a su consumo.” O sea, que vamos camino de la estulticia total. El consumo masivo de televisión, con su penosa oferta cultural, debería preocupar a cualquier padre a la hora de educar a sus hijos. Sin embargo, cuando son los propios padres los primeros en quedarse epatados ante el electrodoméstico en cuestión, se encienden las luces de alarma.

Las oferta cultural en vivo ha puesto en las últimas dos décadas su granito de arena en la lucha contra esta tendencia a “quedarse en casa viendo la tele”. Teatro, cine, ópera y zarzuela, conciertos, espectáculos infantiles de todo tipo han sido a lo largo de estos años una muestra de lo mucho que la cultura puede ofrecer a la población, a los adultos y a los pequeños, que serán adultos en su momento. Y de la educación que hayan recibido estos niños dependerá en gran medida su forma de abordar la cultura cuando crezcan. Al menos yo, no deseo que mis hijos pasen su vida sentados ante un televisor, ni ahora, ni cuando tengan capacidad para decidir.

Pues bien, los estudios estadísticos realizados por la SGAE ponen de manifiesto que la dichosa crisis, acompañada por su famosa “prima” (la de riesgo, claro está), tiene, entre sus muchas y nefastas consecuencias, una nueva: que la oferta cultural ha disminuido notablemente y que la asistencia de público a este tipo de espectáculos se ha reducido en gran medida, incrementándose, por el contrario, el número de horas que los españoles pasan ante la televisión (y digo “pasan” porque les juro que yo no la veo; es más, no tengo televisión en casa).

Según este estudio “desde el año 2008, las funciones de ópera y zarzuela se han reducido en un 19,9%, el número de espectadores ha descendido en un 24% y la recaudación se ha contraído en un 27,2%.” Y “en estos últimos años, la música clásica ha mostrado descensos en todos sus indicadores. Desde el año 2008, el sector de la música clásica ha experimentado una caída del 14,1% en el número de representaciones. En lo que se refiere al número de espectadores, ha experimentado una reducción del 12,8%. Finalmente, la recaudación en taquilla ha disminuido en un 14,3%.”

Los motivos están a la vista y la espiral parece imparable, al igual que sucede en casi todos los sectores: muchos ciudadanos ha perdido poder adquisitivo de forma brutal, quedándose sin trabajo. Otros han visto reducidos sus ingresos aunque sigan trabajando. Y, por último, los pocos que mantienen su nivel de ingresos, están asustados porque pueden dejar de estar en este grupo de privilegiados. Consecuencia: mejor no gastar en actividades superfluas. Y tienen razón. De esto solo se libran los propietarios de grandes fortunas. Son una minoría y a mí no me interesan.

El Estado, entretanto, que  es quien podría facilitar el acceso gratuito a la cultura, se encuentra en tal encrucijada de recortes, que carece de sentido que defendamos que no los haya en este campo. A finales de julio, al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte le tocó asumir para lo que queda de 2012 un nuevo tijeretazo de 54,19 millones, de los cuales 20 millones han ido a parar a Cultura. Los diferentes directores generales se las ven y se las desean para reducir gastos sin que esto afecte al tejido cultural. Pero no podemos pedirles lo imposible.

Y así, la oferta musical en nuestro país se va reduciendo a niveles casi vergonzosos, de los que nos salvamos gracias al buen hacer, a la imaginación y al esfuerzo de los directivos de gran parte de las instituciones musicales, mientras que algunas se van hundiendo en el oprobio. Y todos, a ver la “tele”.

 (*) Alfonso Carraté. Director de la revista especializada «MELOMANO»

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