Lo único que podían compartir Carlos Larrañaga y Neil Armstrong, Chavela Vargas y Peces-Barba, Richard Zanuck y Esther Tusquets era una misma pasión por su oficio, que los llevó a ser referentes a nivel nacional y en algunos casos, con la ayuda de su enorme talento y dedicación, acabaron convertidos en ídolos y leyendas de una época. Pero aquí está la paradoja. Todos ellos han coincidido al final de su vida, casual y desgraciadamente, en una última cosa: haber encontrado la muerte este verano.
He leído que «morirse en agosto implica una mentalidad». Y no dudo que habrá quien se muera en plena canícula por discreción, rara cualidad en cualquier ámbito de la sociedad actual, para evitar así el aplauso fácil, el elogio póstumo y la fugaz notoriedad. También habrá quien muera en estas fechas simplemente por error, propio o ajeno. Es lo más habitual. Pero, salvo excepciones, dudo mucho que morirse en verano pueda considerarse hoy un acto premeditado, el ejercicio -consciente y macabro- de nuestra última voluntad.
Recordemos. Este verano de ‘rescates e incendios’ nos ha arrebatado también a los dos últimos galanes del cine, el teatro y la televisión: Juan Luis Galiardo y Carlos Larrañaga. El primero falleció el 22 de junio a los 72 años. De él nos quedará su entusiasmo y grandilocuencia y por encima de todo, sus interpretaciones en ‘Familia’ y ‘Turno de oficio’. Extremado en casi todo, Galiardo coincidió con Larrañaga en otra serie, ‘Farmacia de Guardia’, donde éste se hizo célebre como exmarido de Concha Cuetos. Larrañaga falleció el 30 de agosto a los 75 años.
Precisamente, la sintonía de la popular serie de Antonio Mercero, fue compuesta por el músico Bernardo Bonezzi, que había sido niño prodigio y cantante de la movida madrileña, autor del himno ‘Groenlandia’ y finalmente, compositor de éxito del cine español junto a Pedro Almodóvar. Bonezzi, de 48 años, fue encontrado muerto ese mismo día en su domicilio de Madrid.
Poco después de trabajar con Bonezzi, Almodóvar encontró en Chavela Vargas su ‘alma gemela’ y la cantante mexicana reapareció de la mano del manchego en la sala Caracol de Madrid. Entonces el personaje empezó a comerse a la artista. La voz que trascendió rancheras, boleros y corridos, que coqueteó con la muerte y venció al alcohol y al olvido, falleció el 5 de agosto a los 93 años.
Tres días después se marchó, a galope claro, el gran Sancho Gracia, uno de los actores más populares de España gracias a ‘Curro Jiménez’. Un hombre extraordinario que celebraba la vida «ejerciendo la amistad con las manos abiertas». Sancho, que falleció a los 75 años, había actuado en la versión española de ‘Doce hombres sin piedad’, dirigida por Gustavo Pérez Puig, un infatigable director y realizador televisivo, creador del mítico Estudio 1 y autor de los primeros discursos del Rey. Falleció el 26 de junio a los 81 años.
El viaje de Esther Tusquets, editora y escritora, intelectual refinada que dirigió Lumen durante cuarenta años y gracias a la cual los españoles leímos Mafalda y Umberto Eco, acabó el 23 de julio a los 75 años. Gregorio Peces-Barba, rector y padre constitucional, murió al día siguiente, a los 74 años. De ellos todo se ha escrito ya.
A esta larga lista de finados hay que añadir a Manuel Calvo Hernando, 88 años, pionero de la divulgación científica y a Neil Armstrong (82), comandante del Apollo 11 y héroe del espacio; a los cineastas Tony Scott (68) y Nora Ephron (71), al secundario Ernest Borgnine (95), a Richard Zanuck (78), productor de ‘Tiburón’ y ‘ET’, que fue creado por Carlo Rambaldi (87), mago de los efectos especiales; también al icono del diseño italiano Sergio Pininfarina (86) y a Martine Franck (74), fotógrafa y compañera de Cartier-Bresson, entre otros.
En efecto, el verano no es buena estación para morirse. La muerte en el estío es más dura e ingrata para el propio difunto y sus dolientes.Aparte de sus días calurosos y sus noches insomnes, el verano es una especie de paréntesis vital donde todo pierde temporalmente su sentido, donde nos alejamos de la realidad circundante poniendo tierra de por medio y abandonamos nuestras rutinas diarias. Días felices en que nos sumergimos y olvidamos nuestras sombras tristes del invierno. Y nos creemos otros, en camiseta y pantalón corto. Como es natural, de esa guisa no es serio morirse. Tampoco es grato, ni justo.
Este verano ha reunido -casualmente- en las páginas de los obituarios a hombres y mujeres de gran talento y vocación, apasionados de su oficio (y de la vida), fallecer y que no se entere nadie y sobre todo, que ante la noticia tardía del deceso unos extraños se pregunten: ¿pero estaba vivo?
Este verano ha reunido -casualmente- en las páginas de los obituarios a hombres y mujeres de gran talento y vocación, apasionados de su oficio (y de la vida). Protagonistas de una época que, en teoría, no tenían nada en común pero que, en ocasiones, estaban íntimamente relacionados. Memoria viva de tiempos pasados que ya solo recuerdan los viejos amigos en sus necrológicas. Ídolos y leyendas que nos acaban de abandonar silenciosamente en este cauce inevitable entre la primavera y el otoño. Es verdad que no somos nadie. Y menos aún en verano. Descansen en paz.