«La política ha ido reemplazando cada vez más las ideas y los ideales, el debate intelectual y los programas, por la mera publicidad y las apariencias». El autor de tal afirmación es nada menos que el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Un escritor que presume de ideología liberal, pero que también fue candidato a unas presidenciales y que cuenta entre sus amigos con algunos políticos singulares.
Vargas Llosa disecciona muy acertadamente la llamada ‘civilización del espectáculo’ en su último ensayo y relaciona en sus páginas la cultura, con la política y el poder. «En las democracias modernas es la cultura -o eso que usurpa su nombre- la que corrompe y degrada a los políticos (…) a los que los medios de comunicación reservan los papeles más denigrantes». A su juicio, «esta es otra de las razones por las que en el mundo contemporáneo haya tan pocos dirigentes y estadistas ejemplares -como un Nelson Mandela- que merezcan la admiración universal».
Su comunicación no verbal dista mucho de la de cualquier político americano. En cada gesto ha sabido comunicar su enorme carisma, con cercanía y confianza. |
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Precisamente, fue la famosa celda de Robben Island, donde Mandela permaneció encarcelado durante 18 años, el primer destino oficial del joven senador demócrata Barack Obama. Tras visitar la prisión sudafricana, Obama se reunió con el arzobispo Desmond Tutu y después viajó a Kenya. Primero, a la pequeña aldea de su familia paterna. Luego, a la universidad de Nairobi, donde cientos de jóvenes esperaban escuchar su mensaje de esperanza: «Dream big dreams». En el hospital de Kisumu se sometió a un test de VIH para demostrar la importancia de la prueba en el continente africano. Finalmente, entró en Kibera, el mayor barrio marginal de África y se reunió con refugiados sudaneses en un campamento de Chad. Era agosto de 2006.
Las fotografías de aquel viaje simbólico de ‘regreso a África’, donde el político tiene parte de sus orígenes, muestran a un hombre carismático de 44 años y a una multitud entusiasta que lo recibió en las calles y le dio trato de jefe de estado, dos años antes de ser elegido el primer presidente negro de los Estados Unidos. Una gran parte de aquellas primeras imágenes de Obama como senador electo por Illinois, desde su llegada al Capitolio hasta su proclamación definitiva como candidato a la Presidencia, son obra del veterano fotógrafo Pete Souza.
Souza, un hombre discreto que había trabajado antes como fotógrafo oficial de la Casa Blanca con Ronald Reagan y como freelance para National Geographic y Life Magazine, era en 2005 el corresponsal en Washington del Chicago Tribune, el periódico de la ciudad de Obama y fue el encargado de cubrir el primer año del ‘freshman senator’. Poco a poco, Souza empezó a creer que estaba fotografiando al futuro presidente norteamericano. «He’s a natural’ decía- y a Obama le encantaron las imágenes con sus hijas Malia y Sasha en su primer día como senador. Ese fue el ‘instante decisivo’ de un futuro tándem perfecto.
Cuando en noviembre de 2008 Obama fue elegido presidente lo nombró su jefe de fotografía y desde entonces Souza ha sido su segunda sombra, el único testigo directo de toda su carrera presidencial. Sus poderosas imágenes han ilustrado, de forma casi siempre anónima, los diarios de todo el mundo. Han sabido captar el peso de la historia en el rostro de Obama cuando anunció su candidatura a la presidencia o cuando en mayo de 2011 un presidente atormentado decidió actuar contra Osama Bin Laden. Sus fotos han desvelado la compleja personalidad del presidente, su tendencia a la soledad y la reflexión, la búsqueda obsesiva de la perfección en todos sus actos. Pero, también sus momentos felices, su espíritu deportivo y observador, su continuo apoyo familiar y su empatía con las mujeres y las minorías raciales.
Por su parte, Obama ha demostrado un estilo diferente de hacer política desde su primer viaje a África. Su comunicación no verbal dista mucho de la de cualquier político americano. En cada gesto ha sabido comunicar su enorme carisma, con cercanía y confianza. Con sus camisas blancas arremangadas y sus polos azules ha transmitido su carácter trabajador y competitivo. Y sobre todo, primero como senador y luego como presidente, ha permitido el registro de sus imágenes más íntimas y cotidianas, las que revelan el carácter verdadero de una persona.
Independientemente de la ideología y de los logros y fracasos de su primer mandato, es justo reconocer la eficacia de la imagen pública de Obama, construida con inteligencia y ‘estudiada naturalidad’ sobre su propio carácter y el valioso trabajo del maestro Souza. ¿Es Obama uno de los ‘estadistas ejemplares’ que reivindica Vargas Llosa? Probablemente, no. Pero, sin lugar a dudas, su acertada política de gestos e imágenes y su gestión del huracán Sandy han sido dos claves de su reelección.
(*) Julio Grosso Mesa es periodistas y profesor de la Universidad de Granada
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