Pedro López Ávila: «Hacia un nuevo orden social»

Algo muy grave está sucediendo en el mundo, que va más allá del simple  malestar social y económico, algo se mueve de manera incontrolada, en donde todo parece pivotar sobre ejes sin relación común alguna, pero que auguran un cambio drástico en las relaciones sociales, económicas y morales entre los individuos e, incluso, entre las distintas formas de  gobiernos que rigen en todo el planeta, que me parecen se dirigen hacia un incierto destino.

Siempre he sido de la opinión de que a los agoreros que predicen catástrofes, grandes cataclismos de la humanidad o el fin del mundo y la desaparición de la especie deberían estar en el trullo, pues en realidad lo único que han conseguido es que el hombre no ejercite su pensamiento y su racionalidad de forma libre y les atenace el miedo en sus meditadas decisiones; inhibirlo, en última instancia, de su capacidad creativa y generativa que emanan de su inteligencia y de su conocimiento.

«El miedo es, por consiguiente, un elemento pernicioso en el devenir histórico del ser humano  en su progreso espiritual, social y económico; el miedo impide  que el hombre no sea educado en la crítica y en el análisis«

El miedo es, por consiguiente, un elemento pernicioso en el devenir histórico del ser humano  en su progreso espiritual, social y económico; el miedo impide  que el hombre no sea educado en la crítica y en el análisis, el miedo atenaza en la lucha contra la injusticia y desde que nacemos nos muestran su cara más cruel antes que a razonar.

Me niego a creer que el mundo se rija de forma caótica, pero a su vez cíclica, de forma tal, que nuestra antigua civilización, que sustentaba su poder y su dominio en los pueblos asentados en el  Mediterráneo, fuera sustituida y eliminada por el ingente poder económico que irradiaba el pueblo americano, trasladándose así al Atlántico y que ahora se dirija hacia  pueblos asentados sobre el Pacífico, por un ciego azar  instalado en el cosmos.

Soy más proclive a entender que los dirigentes de la cosa pública (al igual que decía Platón de los sofistas) son, entre todos los hombres, los que prometen ser más útiles a los hombres y los únicos entre todos que no sólo no enmiendan lo que se les entrega, como hace el carpintero o el albañil, sino que lo empeoran y se hacen pagar por haberlo empeorado.

Y es que esta clase de gente, que está muy extendida por el mundo entero, nunca se entienden ni a sí mismos ni a los demás, pues sus conductas, sus comportamientos y sus actos no guardan relación alguna con sus  prédicas. Eso sí, llenan su memoria de datos inanes, pero el juicio lo tienen totalmente hueco.

Pero del hecho de que de la observación de los acontecimientos en el mundo actual se pueda inferir que estamos viviendo en una civilización indefinible, no quiere decir que el enigma sobrevuele sobre nosotros como el Satanás de Mitón, solitario por el caos: el sol le causa pena, la belleza del mundo envidia: Su cielo perdido y el fuego concentrado en su corazón lo conduce a vengarse de Dios de forma indirecta: a través de los seres nacidos en estado de felicidad.

«Todas las ciencias, las artes y la filosofía han perdido su tendencia simpática y unificadora y, por tanto, sus relaciones con la humanidad en general»

Es verdad que estamos viviendo una época de cambios muy profundos, en la que las creencias socialmente cohesionadoras (aceptadas en otros momentos por la colectividad) carecen de base en que apoyarse, ya que todas las ciencias, las artes y la filosofía han perdido su tendencia simpática y unificadora y, por tanto, sus relaciones con la humanidad en general. De ahí que el hombre actual haya instalado su pensamiento en la duda y su sentimiento solitario yazga  en un abismo de hielo, en donde las ideas se dividen y la inteligencia está maniatada y absorbida por grupos de poder económico y fanatismos político-religiosos.

No son, por tanto, factores apocalípticos ni  misteriosos, como no lo son tampoco enigmas del destino del ser humano, los que condicionan una de las muchas épocas tristes en la historia de la humanidad por las que estamos atravesando. La atmósfera de bonanza económica en la que hemos vivido, haciendo, incluso, apología del vicio y las fuentes en que hemos bebido  delirios de grandeza, quizá sea la culminación de un proceso, en el que nada tiene que ver otras fuerzas ajenas a la propia condición humana.

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