El polivalente poeta que ha sido empleado de una compañía telefónica, posteriormente albañil y ahora ejerce de agricultor, explica que su interés por la literatura arranca cuando todavía era un niño. Eso sí, sería en Buenos Aires, a mediados de los 90 del pasado siglo, cuando María Kodama le alentaría a dedicarse a la escritura. Una década después conocería a Pedro Enríquez quien le publicó en Ficciones su primer poemario “El coleccionista de momentos” (2006) que ha servido también para dar nombre a su blog y a un programa semanal en Radio Loma, la emisora de su pueblo. Un año después el ayuntamiento de Granada le publicaría “La melancolía de los relojes” (Granada Literaria, 2007), en tanto que el que hoy se presenta ha sido editado por la concejalía de Cultura de Torreperogil.
Entre uno y otros ha escrito otros poemarios que ahora está en fácil de corrección, además porque “me satisface publicar, pero no me vuelve loco. No tengo prisas y prefiero seguir aprendiendo” afirma este poeta que alterna sus períodos de creación con otras actividades relacionadas con la conservación del medio ambiente a nivel general y local, pues es miembro de Greenpeace y fundador de la Asociación Ecologista El Chaparral. De “Cigarras de alambre”, nos dice que está basado en hechos reales y que su poesía es una poesía implicada con la que habla a los pájaros, a la lluvia pero no como un fenómeno atmosférico si no como fuente de limpieza e inspiración. También del otoño no como estación climática, sino como madurez, como etapa de pleno rendimiento y aprendizaje y de sus creencias y reflexiones sobre aquellas cosas que nos empeñamos en cambiar y, con el tiempo, por si solas regresan a su origen. De ahí las tres puertas o capítulos en los que se divide el libro que cuenta con una quíntuple dedicatoria final: a Luis Hernández, el poema El Jardinero; Fran Peláez, Notas de Blues; Claudio Sánchez Muros, La sangre de las hojas; Andrés Rueda, Amor y a Anita Chaves, su Otoño Fugaz. Al modo de presentación al principio de poemario incluye versos de sus poetas admirados Rafael Guillén, José Angel Valente, Luis Rosales, Elena Martín Vivaldi, Miguel Hernández o Machado, entre otros.
“El título en sé es una escultura de hierro reciclado del escultor granadino Manuel Martín” explica al tiempo que nos llama la atención en la reproducción incluida en la portada. A ello este “arreglador de causas perdidas” como se autodefine y que se sirve de la poesía “como forma de acercarse más a la gente” añade que “las cigarras como la de la fábula son las que viven del cuento. Mi libro es una crítica contra esas personas que bajo la máscara de una cigarra de alambre quieren contarnos historias que no son”.
Antes de despedirse nos informa que los amantes de la poesía que asistan a la presentación podrán disfrutar de estos momentos y de “unos vinillos y aceitunas de mi tierra”.
Oir audio de la entrevista:
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Prólogo de «Cigarras de alambre», por Juan de Loxa
Alentado por María Kodama, Marcos Jiménez, poeta y viajero, labrador y hábil cultivador de diversos oficios, inició hace varios libros de poemas el recorrido por la literatura, como auténtica pasión, como un adolescente deslumbrado y desbordado. Es ahora cuando, más contenido, aborda una nueva colección de versos, «Cigarras de Alambre», esta vez bajo el amparo de unas citas que, en lugar de poner puertas al autor ayudan a descubrir una poesía sin barreras y sin prejuicios, precisa, escrupulosamente organizada, sin concesiones a los llamados «experiencialistas» por el inevitable ¿y para qué evitarlo?, Juan Carlos Rodríguez. No sé una meta más mediática: la de los suplementos culturales y el aplauso con sordina de quienes vienen practicando la fácil y cómoda forma de comunicación lírica «para todos los públicos, listas de los cuarenta principales-más vendidos», elaboradas por más que discutibles encuestas e imposiciones editoriales demasiado sutiles. Se equivocaría quien pensase que no me hayan conmovido Gil de Biedma o Ángel González, hasta el extremo de considerar imprescindible y también modesta responsabilidad mía ayudar a su divulgación a través de la radio, un medio que antes era fundamental y llegaba tanto a los trabajadores del taxi como a las amas de casa y habitaciones de los colegios mayores; pero los tiempos, querido Bob Dylan, han cambiado y unos pocos, después de haberle robado a Joaquín Sabina el mes de abril, nos han robado el pasado y me temo que ya hasta los años que nos queden por vivir. Rodeado de Rafael Guillén, Valente y Blas de Otero y en armónica compañía de Luis Rosales y nuestra Elena Martín Vivaldi, Miguel Hernández y Antonio Machado, las tres partes en que el autor organiza un libro que es preciso leer degustándolo y predispuestos al asombro. Cauto y generoso, Guillén define la poesía de Marcos «clara como la inocencia» y pienso que ese corazón limpio es lo que hace de «Cigarras de Alambre» un libro en el que arden las palabras en un surrealismo que se nos hace transparente, aunque los coches hablan lenguas muertas. Poesía vivísima. Esa araña metálica de la portada, ese paisaje de cielo y olivos también pueden decirnos algo de este creador, que es un obrero, a veces hasta en el andamio , un poeta en paro. Mejor dicho: un hombre en paro que es poeta activo y sin caer en el desaliento. Sus imágenes son barricada para el no pasarán. Lamentablemente, otros ya ocuparon, con premeditación, el sitio privilegiado al lado del padre y de las editoriales en flor. Habrá que dejar pasar el tiempo y los cuchillos. Juan de Loxa. Otoño 2012 Y de muestra un poema: CIGARRAS DE ALAMBRE Sobre la piel de las ratas
baten tijeras las cigarras. En las autopistas Los pasos se apresuran, Eco distante tiene la risa. Cigarras de alambre Arden las palabras. Hay flores de celofán, niños Más información: cmomentos.blogspot.com |