Pío Caro Baroja calculaba que la población morisca en el Reino de Granada ascendía a unos 300.000 habitantes y que la mitad de ellos fueron expulsados, mientras que Antonio Domínguez Ortiz reducía a 80.000 los deportados. Esto supuso el abandono de las tierras de agricultores expertos, de manera que Peyrón lo describió así, en 1772, cuando viajó por estas tierras: “Mientras los moros poseían el reino, Granada era el país del mundo más alegre y mejor cultivado; su población era inmensa, sus valles y sus montañas estaban cubiertos de viñas y de árboles frutales, pero hoy ¡qué cambiado está!, la población es una plaga temible para las campiñas. Cuántas colinas que no tienen otro adorno que las plantas con que la naturaleza las cubre”. Lo cierto es que, a pesar de la repoblación (vascos, navarros, leoneses…), en 1575 el Reino de Granada tenía la mitad de habitantes que cuando vivían los moriscos. La población no alcanzaría los niveles precedentes hasta el final del siglo XVII. Al despoblamiento hay que añadir las epidemias, la crisis de subsistencia y los periodos de sequía en los últimos años del siglo XVI.
En el artículo ’Las cuevas, sus barrios y su origen en nuestra tierra’, publicado en la revista ‘La Sagra’ (marzo de 1981), el historiador Vicente González Barberán escribe: “El Catastro del Marqués de la Ensenada, elaborado a mediados del siglo XVIII, registra en todo el término de Huéscar sólo unas 25 cuevas… El fenómeno viene de más abajo: en mi opinión, de las Hoyas de Guadix y Baza, donde había antecedentes cueveros anteriores al siglo XIX”. En esa época, los ayuntamientos concedieron licencias para excavar cuevas, ante la avalancha de nuevos vecinos (los inmigrantes levantinos) y “surgieron auténticos barrios trogloditas”. Barberán asegura que los moros no las usaron jamás como viviendas y que las cuevas abandonadas, con puertas y ventanas, que encontraron los nuevos repobladores, tras la Guerra de Granada, en los frentes de los acantilados, “son precisamente las conocidas ‘cuevas de moros’, ‘boticas de los moros’ o ‘hafas’ (en Benamaurel las llaman así)”. El historiador aclara que eran hipogeos funerarios, con una cámara para depositar los cadáveres y, a veces, tenían estantes que contenían los elixires para los ritos de incineración. Pero, tras la expulsión de los moriscos de Guadix y Baza, obligó a muchos de ellos a refugiarse en estas grutas funerarias, que son frecuentes en la zona oriental de España, como Granada y Almería.
En el estudio ‘Arquitectura subterránea’, de Lasaosa Castellanos y Ron Cáceres (1989), en referencia a Castilléjar, dice que “la población que vive en cuevas es aproximadamente el 50% de sus habitantes”. Entonces había 239 cuevas y casas-cueva, pero a causa de la emigración muchas se encontraban abandonadas y “una cantidad elevada de cuevas que no se han contabilizado al haber quedado ya relegadas por la casa”. En Castilléjar se encuentran, además, en un acantilado sobre el río Guardal, las Cuevas de la Morería que están repartidas en dos niveles: diez cuevas en el nivel inferior y cuatro en el superior, aunque ya no es posible el acceso a ellas debido a los desprendimientos del terreno. El historiador Lorenzo Cara Barrionuevo refiere de las cuevas de los moriscos que, “sobre ellas pesa un profundo vacío documental y bibliográfico”, mientras que en un estudio que hizo sobre la Morería, en 1992, el Centro de Profesores de Huéscar, dice: “Por lo que se refiere a su datación, es muy probable que se trate de refugios musulmanes de época medieval, llegando algunos casos de conjuntos troglodíticos a ser utilizados todavía en el siglo XVI (…). Hace unos 40 ó 50 años era posible acceder a algunas de ellas a través de estrechas veredas que ya se han desplomado”. Las ‘Hafas’, de Benamaurel, las de Cúllar, Baza, etc., son cuevas de características similares. Las Cuevas de la Morería presentan un aspecto ruinoso y alarmante, acabarán cayendo al río si no se actúa pronto, pues el terreno sobre el que se asientan es flojo. Sería conveniente y necesario que la Consejería de Cultura hiciera un estudio del terreno.
En cambio, son completamente desconocidas, incluso para los castillejaranos, las cuevas moriscas de Los Carriones (anejo de Castilléjar), como pueden verse en la foto reciente. Al compararla con otra foto, que les hice en agosto de 2007, se ha desprendido una parte de la pared y de la ladera, que hay al lado del camino. Hay una casa-cueva de piedra roja, con su chimenea, cerca de las cuevas, en fin, un pegote que afea el conjunto. En los años sesenta, un vecino colocó una carrucha en el morro del cerro para subir paja a las cuevas moriscas, aunque parece que se han conservado mejor que las de la Morería. En un correo electrónico reciente que le envié a la alcaldesa de Castilléjar, Josefa Carasa, le preguntaba si podía hacer alguna gestión para la conservación y protección de las cuevas, antes de que se pierdan o deterioren. Le recordaba que, entre los monumentos naturales de la provincia, sólo está incluido el poblado ibero de la Balunca, en Castilléjar, pero no viene la Morería. En cambio, en Benamaurel tienen las ‘Hafas’ y cuatro monumentos más, y en Castril, la Peña… “De aquí a cincuenta años, nadie se acordará de nosotros pero quedará el legado histórico de la Morería y de las cuevas moriscas de Los Carriones, como monumentos naturales, si hacemos algo. Como alcaldesa, eres la más indicada, podrá haber un ecomuseo en Castilléjar, pero no es nada comparado con la historia que encierran las cuevas moriscas. Son nuestro pasado. Éstas pueden perderse y deteriorarse por abandono o desidia (como ha ocurrido siempre en el pueblo), son muchas las personas interesadas en la conservación de nuestro patrimonio, aparte de que es nuestra obligación como castillejaranos”.
La respuesta de la alcaldesa no pudo ser mejor: “Indagaré para ver la manera de incluirlo en nuestro patrimonio y tratar de conservar y mejorar su estado. Todos los datos que tengas al respecto me los envías”. Esperemos que se inicien pronto los trámites para que las cuevas moriscas de Castilléjar sean declaradas Bienes de Interés Cultural, será un día inolvidable –y para muchos paisanos y conocidos–, porque se reparará la injusticia y el abandono de siglos. Éste es el “mejor legado” que le podemos dejar a las futuras generaciones: nuestro patrimonio histórico estará ya protegido. Recuerdo que cuando yo tenía siete años, mi padre me llevaba a Los Carriones en su vieja guzzi, sentado en el depósito de gasolina. En el frontal del cerro había una especie de jaula de hierro (se desprendió con los años) y mi padre me decía, poniéndose serio: «¿Tú ves eso?, pues ahí están las calderas de Pedro Botero». Cada vez que veía a aquel siniestro armatoste se me antojaba estar ante las puertas del Infierno, pero mi padre no podía imaginar que, tres siglos antes, estuvieron viviendo allí los moriscos y que todavía quedan en el anejo algunos vecinos con el apellido de origen árabe. Mi agradecimiento a Jesús María García y Juan José Martínez, por la documentación que me han proporcionado para elaborar este artículo.
Texto y fotos: Leandro García Casanova
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