SIN SABER QUÉ PASARÁ MAÑANA Aurora Vidal Gran. Módulo 9. Primer Premio del V Concurso de Textos Literarios Prisión de Albolote (2010) Otra vez me encuentro entre rejas. A decir verdad, ya ni recuerdo lo que es ser libre. Incluso estando en libertad. La dureza en que he vivido desde que nací se refleja hoy día en mis rasgos faciales, en mi cara, son incontrolables. Inconscientemente tengo como pánico a no ser capaz de vivir una vida normal. Al nacer, mi madre me abandonó. Nunca se lo reproché, y de hecho, hoy en día, tampoco lo hago. Desconozco las razones que tuvo para tomar esa decisión. A veces me pregunto el porqué de ello. Por otro lado, nadie dedica un minuto de su vida a la sencilla tarea de buscar el modo de diferenciar a los buenos de los millones de hijos de puta que pululan por el mundo. Mi apellido adoptivo es Gran: es lo único bueno que me dio la mujer que me adoptó; y, sobretodo, en consonancia con las circunstancias de mi vida: “Grande”, un apellido que figura en todos mis documentos. Una burla del destino para alguien que jamás tuvo un momento para respirar. Mi padre, en cambio, un Gran Hombre que nunca se preocupó por sí mismo. Solo hacía el bien, a cambio de nada. Lo perdí. Se me fue la única persona que me quiso de verdad; la única persona que nunca me dio de lado. Se murió, y fue justo el mismo día que la policía me echó de mi casa, porque “mi madre”, o la mujer que se hacía llamar así, me puso una orden de alejamiento. Me tuve que ir, dejando toda mi vida en lo que entonces era mi casa. Yo no sabía lo de mi padre. Solo sabía que él, junto a mi hermano, fueron por su propio pie al hospital: entró un viernes, y salió muerto un domingo. Se le estaban encharcando los pulmones. Él lo sabía. De hecho, me advirtió que se estaba muriendo para que yo reaccionara, puesto que en esa época yo ya tonteaba con la heroína. Me advirtió de que cuando él faltara, me quedaría sola. Y así fue. Me enteré de su muerte en la calle, por boca de una amiga de toda la vida, de ésas con las que nunca pierdes el contacto. Perdí a la persona que yo más quería, y toda una vida en un solo día. Ni siquiera pude ir a enterrarlo. Hoy en día me encuentro en Prisión por un atraco a un Hostal, el cual casi nos sale bien, si no hubiera sido porque no rompimos la cinta de vídeo de la cámara: sólo la tiramos a un contenedor. Y porque nos llevamos el móvil del recepcionista, que estaba encendido, y no dábamos con la tecla para apagarlo ni yo ni mi compañera… Por el GPS, una patrulla nos localizó cuando nos bajábamos del taxi en Casería de Montijo, al lado del Polígono. La vida ahí fuera no me apetecía últimamente nada. Salía de una relación con un hombre que hablaba mucho de sentimientos que no sentía. Todo era mentira. Y los que deberían ayudar, tampoco lo hacían. Solo pedía un poco de verdad en mi vida, un poco de claridad, y que entendieran que después de diez años de calle, centros, cuatro años de cárcel y once meses más de calle, sin tregua ni descanso, y ahora, tres años y medio más, ¡no existían las reglas para este sucio juego! Fue entonces cuando comprendí que los adultos, que supuestamente eran los encargados de ayudar, podían llegar a ser mis peores enemigos, porque desde su altura emanaban la mayor parte de los peligros que pudieran acecharme. Los adultos, que nos corrían a mascás cuando entrábamos a un bar a pedir comida. Los adultos, que nos echaban de los sitios donde poder meternos a estar un rato tranquilos, o los que nos echaban de los portales donde buscábamos refugio para pasar la noche o resguardarnos de la lluvia. Lo que le estaba permitido a un perro se nos prohibía a nosotros. O que cosas que buscas con esfuerzo, cosas básicas como ropa o utensilios de higiene, te las quiten a hostias, ¡encima! Este tiempo me absorbió demasiada violencia, y no había otra… Lo mío fue de golpe y porrazo. En estas situaciones, o eres tú o es la otra persona. Por todo esto creo que son comprensibles algunas de mis reacciones, tanto físicas como psicológicas. ¿Cómo me puede interesar lo que les pase a los demás? Pues aun así, me interesa. Entiendo, empatizo, y hasta río, sonrío, lloro, porque nadie ha podido destrozar mi alma ni mi corazón. Ni siquiera la droga. A la hora de fumar la plata, o es ella, o soy yo. No la guardo. No dejo de plajear hasta que se acaba. Ni ella puede ni podrá conmigo. Lo único que ha podido conmigo, entre comillas, para no ser feliz, ha sido la falta de valores o de respeto; los maltratos; las miradas que te hacen reventar; la falta de ayuda, aunque tropiece y caiga cuarenta mil veces, al ser persona con mucha carga de muchos años y sin una miaja de oxígeno. Una balanza se iría de macizo al suelo por el peso de lo malo sobre lo bueno. Solo pido un poco de estabilidad, que algún día dé con un hombre bueno que me ofrezca confianza y que su verdad impere. Que en esta sociedad donde por cojones me incluyen para todo, solo pido un poco de ayuda para encontrar mi sitio de donde nadie me pueda echar porque sí. Estoy cansada de violencia gratuita, solo por hacer daño. Estoy harta del egoísmo, del egocentrismo de algunos o algunas para salvarse a costa de pisarle la vida a alguien. Dicen que soy inteligente: solo intento ser justa y no tonta. No me van las calcomanías, pero necesitamos ayuda y que se nos dé una oportunidad, pero de verdad. A veces me sobresalto de pensar y acordarme de las miradas de asco o disgusto de la gente; hasta de los insultos. En esto soy fiera, por ahí no paso. Pero aun así, duele. Y si es continuo puede llegar a afectar de manera crónica. Éste es mi caso. Inconscientemente, tengo ataques de pánico; mi mirada es de miedo o de agresividad; la tengo perdida; se me rompió. Tengo ganas de vivir. Pero si ésta va a ser mi vida, ¡que Dios me lleve! ¡Pero ya! No quiero vivir en un mundo donde las apariencias y la falta de espíritu ganan la partida. Creía que ya no tenía lágrimas, pero ahora mismo estoy llorando. Sola. Como siempre ha sido. Con mi soledad sin elegir. “Sola entre tanta gente”, esa frase que todos conocemos. Cuando te encuentras en esta situación yo me pregunto: ¿No es para desesperarse? Chaparte sin un mínimo de esperanza de que las cosas puedan ir a mejor. Aún sigo así. Esperando. Echando mucho de menos a mi padre, que era mi familia. A todos esos y esas que ya no están porque han muerto. Mis amigos. Hoy día tengo treinta y tres años, ya mismo treinta y cuatro. Sigo viva. Respiro… Pero esa niña que tanto echo de menos, a mí misma, no la encuentro. Se fue hace mucho tiempo.
Aurora Vidal Gran. |
Comentarios
Una respuesta a «Aurora Vidal Gran: «Sin saber qué pasará mañana»»
Para mi es un orgullo que alguien como Aurora, mi mujer, haya escrito este artículo de su vida y contar todo lo que le ha pasado en su pasado y no solo eso, también haber ganado el primer premio, eso dice mucho de ella. Te quiero mucho mi vida te amo y sabes que siempre estaré a tu lado. Y ya sabes sigue ejerciendo esa inteligencia tuya y ése DON que dios solo a ti te ha dado…