La derrota Para qué huir de ella. No puedes guardarte ni escapar. Antepone tu persecución a toda otra idea. Más pronto o más tarde, a la menor oportunidad, te atrapará. Con paso poderoso, como una sombra leonada, buscará hasta encontrarte. De nada te sirven la Capa de Invisibilidad y su caperuza cubierta de rocío, las Botas de Siete Leguas con las que corres treinta y dos veces más rápido que el más veloz de los hombres, la Hierba de Glauco que hace saltar las cerraduras de todas las puertas, el Tapete de Rolando que te permite convocar cualquier alimento que desees, la Flor Mágica capaz de colorear y perfumar cada una de tus desdichas. De nada te servirán cuando ella –ávida, arrogante, burlona– cierre los caminos y te cerque con infalible celeridad. Puede que llegue sin aliento –es vieja y seca–, que su jadeo delate lo agotador de la incesante tarea que la ocupa desde siempre, pero no puedes albergar dudas sobre el desenlace. |
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Crac Alguien me grita que me ponga en la cola como todo el mundo. Sin rechistar, doy media vuelta y me coloco el último. Hay hombres y mujeres, casi todos ejecutivos de mi misma edad. Por mi reloj faltan tres minutos para las ocho y las puertas del edificio aún permanecen cerradas, aunque dentro ya se ve luz. Llevo puesto mi mejor traje. Cuando por fin abren, la cola se pone en marcha y un bedel nos conduce hasta el ascensor. Subimos en silencio. En el ático, el primer en saltar es el tipo que me gritó. Cae a plomo, sin hacer un solo tirabuzón en el aire. |
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