Ricardo Ruiz Pérez «A vueltas con el castillo de La Calahorra. Construcción y vida del monumento»

Iª parte: Historia de la construcción del castillo: Obras que se realizaron en 1513

La hipótesis de que las obras se terminaron en 1512 se arrastra desde hace más de un siglo y puede que no tenga mayor relevancia considerar que se acabaron un año después, pero si nos hemos emplazado en una conmemoración, bueno es dar al Cesar lo que es del Cesar y a nuestro castillo y a la comarca que representa rigor histórico. Pero vayamos por partes.

La aceptación tradicional se basa en los llamados documentos de Génova, un total de 12 contratos escritos en latín humanista y que son conocidos desde 1877, cuando el italiano Federigo Alizeri publico tres de ellos al que siguió el alemán Karl Justi en 1891, que dio a conocer el contenido del resto, aunque la trascripción completa del conjunto no se realizó hasta 1972. Por Algunos de ellos se contrata a artistas italianos para venir a trabajar a La Calahorra y por otros se encarga a diversos escultores de la ciudad trasalpina la realización de mayoría de las tallas de mármol que exhibe el monumento y que luego fueron trasladas, vía marítima, a La Calahorra. El último encargo fue el de una fuente para el patio, que no se sabe si se envió y lució alguna vez en el castillo. Como este pedido fue realizado en septiembre de 1512, se ha considerado esta fecha el punto final de la construcción.

Probablemente en el otoño de 1512 se terminó el patio, que por sus altos valores estéticos es considerado el sector más valioso del edificio, pero el palacio integra otras dependencias como los salones de medio cañón con lunetos y el patio de la servidumbre, sobre los que se ha dicho muy poco. Para verificar la fecha concreta de la construcción de algunas estas dependencias, contamos con una voluminosa documentación muy poco explotada para esta cuestión. Se trata del registro de la contabilidad del marqués don Rodrigo de Mendoza entre 1509 y 1517, generado como consecuencia del régimen fiscal que impuso en el Marquesado a partir de 1509. Es una documentación que ya usé con otra finalidad en alguno de mis artículos sobre la fiscalidad del señorío, pero lo mejor es que en la actualidad puede consultarse en el Red tras haber sido trascrita por Gómez Lorente. Entre los muchos “descargos” (pagos) que se hacen, figuran algunos relativos a obras en el castillo durante 1513. Por no extenderme solo citaré, a modo de ejemplo, los  33 pesantes que se le entregan al morisco Çafín por 2000 ladrillos, destinados a la “bóveda del cuarto de las mujeres”. Poco después, en abril, se adquirieron otros 50.000, usados probablemente para el techo del Salón de Occidente.
 Esto en cuanto a trabajos de albañilería, pero una vivienda no se concluye hasta que se colocan las puertas y ventanas, y ello es lo que se hace en La Calahorra después del verano de 1513 por mano de un maestro bastetano al que se le puede poner un nombre, Francisco. Y como colofón de la construcción, por estos meses se procede a retirar los escombros acumulados alrededor del edificio, pues se sacaron nada menos que 325 carretadas de inertes para los que se libraron 1850 maravedíes.

De ello se puede deducir que acabado el Patio de Honor y despedidos los artistas italianos, los trabajos se centraron a finales del 1512 y principios del año siguiente en la erección del patio de la servidumbre, montado, como hoy se puede constatar, sobre una imponente bóveda de ladrillo y al que originalmente se le llamaba “Cuarto de las Mujeres”, actualmente conocido por el más cortesano Patio de las Damas. También pudo ser que se levantaran las bóvedas de medio cañón de varios salones del palacio, aunque esto está menos documentado. Después se procedió a colocar la carpintería de los vanos y a retirar los escombros sobrantes de la obra, de manera que hasta finales de 1513 el castillo no quedo presto para ser habitado.

 

 

La construcción no empezó tampoco en 1509

También es opinión generalizada que la construcción del castillo, en su conjunto, se levantó en tres años, de 1509 a 1512. De nuevo la idea se deduce de los documentos de Génova, pues por ellos sabemos que en diciembre de 1509, Michele Carlone estaba trabajando en el patio. Ya Gómez-Moreno Martínez descubrió en 1925 por la Correspondencia del conde de Tendilla que antes de la llegada del italiano, las obras las dirigía Lorenzo Vázquez al que, al menos, se le atribuye la estructura militar, pero no aportó indicios desde cuando estaba en La Calahorra.
 

Alguna historiografía sobre el castillo publicada en las dos últimas décadas, ha abordado con rigor esta cuestión. La aportación más concluyente se la debemos a Carmen Morte que en 1997 dio a conocer dos documentos suscritos en Zaragoza en 1499, por los cuales se contrataba a alarifes de dicha ciudad para trabajar en el castillo. Lo más importante es que de ellos se deduce que el edificio se encontraba en un estado avanzado de construcción, lo que indica que se había comenzado antes del final de la centuria. En esta línea hay que considerar la aportación de Fernando Marías, que opina que pudo iniciarse en 1491, por mano del cardenal Mendoza, pues aún no había cedido el señorío del Cenete a su hijo, el controvertido Rodrigo, autor intelectual, eso sí, del palacio. Marías se basa en varios libramientos de importantes cantidades de dinero que por esas fechas hizo el eclesiástico para muleros y canteros enviados de Toledo a trabajar en La Calahorra. El problema es que el documento no indica el tipo de construcción que se realizaba, por lo que otros autores han pensado que podría destinarse a la preexistente fortaleza musulmana u otra construcción. Si aceptamos que se trataba de los primeros muros del actual castillo, hay que plantearse que las obras se inician antes de que concluyera la guerra de conquista del Reino Nazarí de Granada, que capitulo en enero de 1492. A mi juicio la hipótesis es muy verosímil, pues debido a rebeliones precedentes de los mudéjares de la comarca en apoyo de Boabdil, el prelado quiso asegurar el territorio construyendo una fortaleza contundente y de tipología castellana. Se trataría, en esta primera instancia, de un castillo típico de conquista.
 

IIª parte: Vida del monumento

Otra historia, sin duda inquietante para los granadinos, es la del propio monumento. Pilar Molero publicó hace unos meses un notable artículo en este mismo medio al que tituló: “Quinientos años y sin una arruga”. Ello es cierto, el castillo no tiene arrugas, aunque a lo largo de su dilatada vida ha pasado por lances que han puesto en serio peligro su existencia, los cuales han dejado algunas heridas que todavía permanecen abiertas. Para ello es preciso hacer una sinopsis de las manos por las que ha pasado la propiedad del inmueble, pues aunque hoy pertenece a la casa ducal del Infantado, no siempre ha sido así. Medio milenio da para mucho.

 Quinientos años sin una arruga, pero con heridas sangrantes
 

El palacio fue habitado por Rodrigo y su familia durante unos tres años (1515-1517), un episodio de alto interés en el que ahora no voy a entrar. Tras su marcha a Valencia, ningún otro aristócrata llegó a morar en él, pues la mansión fue siempre residencia de los gobernadores del Marquesado y cuando se abolió el régimen señorial en el siglo XIX, siguió usándose como vivienda de los administradores que gestionaban la hacienda residual que quedó en la comarca a la estirpe nobiliaria.

Patio del Cuarto de las Mujeres. Foto de J.M. Gómez-Moreno Calera
Patio del Cuarto de las Mujeres. Foto de J.M. Gómez-Moreno Calera

El señorío del Cenete, y su castillo, paso a integrase en la casa mater del Infantado en 1580, como consecuencia de matrimonio de María, tercera hija de don Rodrigo, con el heredero del Ducado. En este permaneció durante siglos, hasta que en 1841, debido a herencias y cruces matrimoniales, el linaje del Infantado se une al de Osuna. Pero en 1882 ambas Grandezas de España se vuelven a separar; sin embargo, el castillo y los bienes del Cenete no quedan vinculados a su antiguo propietario, el duque del Infantado, sino al sucesor de Osuna, mientras que el título del Marqués del Cenete sigue otros derroteros. Cuando hacia 1900 muere el vigente duque de Osuna, el castillo y las tierras del Cenete no las recibe el sucesor titular del ducado, sino una hija, María de los Dolores Téllez, conocida como Condesa-Duquesa de Benavente, aunque pudo disponer del edificio con anterioridad a la muerte del Duque. Por tanto, el edificio calahorreño fue durante más de un decenio propiedad exclusiva de la casa de Osuna, para pasar luego a la de Benavente.

Fue a caballo entre el siglo XIX y XX, cuando el monumento recibió las primeras heridas aun no cicatrizadas. Sabemos por Manuel Gómez-Moreno Martínez que 1891 el castillo estaba integro, pues en esa fecha lo visitó con su padre y dejó constancia de ello. Sin embargo, años más tarde, en 1905, los hermanos Soler, valencianos que realizaban un viaje por La Alpujarra, consiguieron pasar al interior y en una publicación posterior manifiestan su perplejidad por el reciente despojo que observaron. Como también les llamó la atención las numerosas epigrafías latinas, dicen con sorna: “¡falta otra (epigrafía) que dijera quién de sus sucesores fue el que mutilara tan bárbaramente esta obra de arte! Este testimonio es el más temprano que conocemos sobre el expolio inicial y nos da a entender que en estos años se arrancaron los zócalos y solería, algunos balaustres, la portada de la capilla y las gárgolas de cabeza de león del patio.

 

Los peligros que acecharon al patio

Este saqueo inicial pudo ser el preludio de algo mucho más drástico. La herida mortal al palacio estuvo a punto de producirse en 1913, cuando la Condesa-Duquesa de Benavente pretendió venderlo a un magnate americano, contando con la pasividad e irresponsabilidad del gobierno de Madrid. Afortunadamente la venta quedó en amago, gracias a la intervención del entonces duque del Infantado, don Joaquín Arteaga, que no consintió que un legado que había pertenecido a sus antepasados tuviese tan vergonzante destino. Estaba en Granada reponiéndose de una enfermedad cuando se enteró de que su tía, María Dolores Téllez Girón, había concertado la venta en 500.000 pesetas. Tras hablar con ella, ésta rompió el trato con el americano y, según otras informaciones, le devolvió las 3000 pesetas que había entregado en señal.
 

El patio no cruzó el Atlántico, pero sí estuvo a punto de hacerlo por Despeñaperros a lomos de tren camino de Madrid. El Duque pronto concibió la idea de llevarlo a “adornar –en palabras de LA TRIBUNA –una calle de la Villa del Oso y el Madroño”. Se proyectó trasladarlo a través del ferrocarril y para ello don Joaquín negoció con la compañía minera, que ya había construido el ramal ferroviario de La Calahorra, la construcción de un apeadero al mismo pie del cerro, donde se cargarían las preciosidades del palacio; en total, según apreció el citado diario, unas 2000 toneladas de columnas y otras piedras talladas.
 

Proyecto abortado 

El proyecto quedó abortado gracias a la oposición de algunos intelectuales. Así lo reconoció su misma hija Cristina, hija del Duque, según escribió en 1940: “Defensores del arte granadino con nuestro centenario Gómez-Moreno a la cabeza, se opusieron victoriosamente al intento”. La indignación de nuestro ilustre paisano le llevó a calificar la idea de “vandalismo ilustrado” y a la burguesía madrileña que lo apoyaba de “encopetados isidros”. En la comarca se levantaron algunas voces, como la del jerezano, J. B. Muñoz Ruiz, secretario del Ayuntamiento de Guadix y buen periodista. El 14 de marzo de 1914 insertó una columna en el DEFENSOR DE GRANADA titulada “Vandalismo artístico”, en la que hace una desesperada llamada a los intelectuales y poderes públicos para evitar el inminente derrocamiento del palacio. El otro fue un joven estudiante de La Calahorra, José A. Cabrerizo, que con excelente pluma escribió varios artículos en el semanario local PATRIA CHICA DE GUADIX, en los que destacó la importancia que el castillo tuvo en la historia del Marquesado, y con ello puntualizar que cualquier despojo en el mismo era un agravio a su tierra.

A pesar de todo no se pudo evitar que algunas obras de arte como la gran portada serliana del Salón de Honor, una chimenea del mismo lugar y dos portaditas menores fueran trasladadas a Madrid, y el escudo del frontispicio de la chimenea posiblemente regalado por el duque al Ayuntamiento de La Calahorra. Estas realidades y el proyecto que tenía el Estado de convertirlo en penal, dispararon las alarmas y generaron un movimiento en pro de declarar el castillo Monumento Nacional, lo que conjuraría definitivamente todas las amenazas que pesaban sobre él. Al fin, la Comisión Provincial de Monumentos, utilizando los favores del conocido cacique de la Alpujarra, don Natalio Rivas, y del subsecretario de Fomento, Marín Hervás, a la sazón vecino de Guadix, el castillo fue declarado Monumento Nacional el 6 de julio de 1922.
 

Es preciso señalar que muchos eruditos de la época como el mismo Lampérez y parte de la prensa estaban de acuerdo con el desmonte, todo amparado por la ley. Se pensaba que en esta zona rural y pobre, de difíciles caminos, cundiría su ruina, nadie lo visitaría ni nadie aportaría recursos para su conservación. Y sus habitantes, ¿para qué contar con ellos? Vivían de espaldas al castillo. Estas fueron sus palabras:

“El castillo de La Calahorra es hoy cadáver del que solo las águilas y los buitres pueden gozar. Su restauración sería empresa laudatoria, pero puramente idealista: porque aislado en sitio sin acceso para los modernos medios de transporte, nunca podrá ser visitado por los turistas o peregrinos del Arte”.

Sin embargo, algo positivo para su conservación ha tenido este aislamiento. Gracias a ello, no se ha generado la necesidad de hacer modificaciones para adaptarlo a nuevos usos o a las exigencias de los estilos dominantes de cada época, como ha ocurrido con frecuencia en los edificios históricos de los núcleos urbanos relevantes. De esta manera, a pesar de las ausencias señaladas y su actual estado de abandono, puede decirse que nos ha llegado con su gran pureza original, lo que implica otro valor añadido a nuestro singular edificio.

Un motor parado y oxidado

Desde su declaración como Monumento Nacional hasta la fecha, el castillo ha estado, y está, dejado a su suerte. No es que no se cuide, que se cuida, y de ello se encarga sus guardas, Antonino Tribaldos y familia, descendientes del herrero que ayudo al duque, que lo mantienen limpio, eliminan los excrementos de las aves y otras tantas labores de mantenimiento. Lo que quiero decir que no se han abordado labor de restauración -salvo un ligero arreglo de las cubiertas en la última etapa del franquismo- y menos de conservación. Por citar algunas de las deficiencias, diré que los magníficos salones se iluminan tenuemente con bombillas baratas de cables también baratos y cuando caminas sobre ellos pisas una mezquina losa de cemento (con perdón del cemento) o directamente la tierra. La erosión, producida por fuertes heladas y cambios de temperatura, es lenta pero inexorable, corroe bajorrelieves y capiteles del patio, a lo que se le podría dar solución colocando una cubierta trasparente e integrada como hoy se observa en multitud de monumentos. Como es comprensible que los propietarios no quieran invertir en él, en años recientes hubo amagos de compra por parte de la Junta que no llegaron a ninguna parte y que más bien parecían ir destinados a rellenar alguna columna en los periódicos y finalmente se ha conformado en proteger el espacio circundante menos degradado, el situado al sur y este del monumento. Al actual alcalde, Alejandro Ramírez, le duele que a pesar de ser icono en sellos de correos de España, sea “un motor parado”. Yo diría que también oxidado.

 

 

Armas para el castillo


 

Tras la conclusión de las obras, no se produjo la inmediata ocupación civil por la familia señorial, pero si se dio prioridad a su función militar, pues la fortaleza se hizo para mantener a raya a los exprimidos moriscos, intimidarles ante cualquier intento de rebelión y persuadirles a pagar con diligencia las cuantiosas rentas impuestas por el Marqués.

A finales de 1513 se asentó en él la fuerza de guerra a la que se armó con las mejores piezas del momento (falconetes, culebrinas, ballestas, alabardas…), trasladadas en carretas desde el puerto de Almería, sin que podamos precisar de dónde procedencia el flete marítimo.

El castillo, ya de por si casi inexpugnable, se dotó así de unas defensas sobredimensionadas ante un hipotético enemigo de manifiesta incompetencia ofensiva, como se demostró en la rebelión de la Alpujarra de 1570.
 

Asaltos al castillo
 

Cuenta la memoria oral que cuando el duque se enteró de la venta, fue a La Calahorra e intentó penetrar el palacio para sentar posesión, pero como estaba cerrado solicitó la llave al párroco de Alquife que la custodiaba. Como éste se negara, buscó al herrero del pueblo y mandó descerrajar la fornida puerta de entrada. Fue un asalto incruento, el segundo en la historia del castillo, gracias al cual se salvó el patio. El primero fue de una modalidad muy diferente y se produjo durante la guerra de la Alpujarra: el 6 de enero de 1570, seis mil moriscos mal armados y peor organizados lo asediaron durante varios días y solo lograron llegar a la liza. ¡No llevaban herrero!


 

El último proyecto de asalto fue en 1989, siendo alcalde José Gallego. Se pretendió realizar “una toma simbólica por parte de los vecinos y demostrar el deseo de que el monumento fuera para el pueblo”. Como armas ofensivas se llevarían cometas para volarlas desde las almenas una vez consumada la toma (IDEAL, 23/4/1989).

 

El autor de este artículo

Natural de Dólar (Granada), ha sido profesor-coordinador del Gabinete Pedagógico de Bellas Artes de Granada. Su actividad investigadora se ha centrado en el Marquesado del Cenete (Siglo XVI), con varios artículos, libros y colaboraciones. De ellos hay que separar su obra ‘Lumbres de invierno’, de registro narrativo y con contenido de marcadocarácter antropológico.

En cuanto a su actividad académica, ha girado en torno al Patrimonio Histórico y su didáctica, sobre el que ha impartido numerosos cursos, conferencias y participado en simposios nacionales. Ha publicado, además, varios artículos y trabajos didácticos sobre entidades patrimoniales concretas. Asimismo, es coautor de libros de texto de Ciencias Sociales para la Educación Secundaria Obligatoria.

En el campo de la difusión del patrimonio, ha coordinado la colección ‘Granada en tus manos’ (comarcas, 2005, y ciudad de Granada, 2006), patrocinada y editada por el periódico IDEAL, siendo, además, autor y coautor de dos de sus volúmenes. La edición comarcal fue galardonada con el primer premio “Periodismo de turismo 2005”.  Igualmente escribió junto con María Jesús Ruiz García el capítulo tercero del volumen ‘Las huellas de la historia’ (El Castillo de La Calahorra, icono del Marquesado) que igualmente coordinó.

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Ricardo Ruiz Pérez

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