Un poco más abajo, en la calle Marqués de Mondéjar, tenemos el Bar Domingo: “¿Qué va a ser, amigo?”. Domingo remanece de Alcalá la Real, aunque hace unos años que se jubiló y ahora atiende en la barra su hijo Miguel. Mismamente, en este solar se encontraba el cine de verano Albéniz –la entrada la tenía por la calle Alhamar–, adonde íbamos a ver aquellas macanas de entonces, y así te pasabas la película entre los rocambolescos ligues del ‘Cateto a babor’, de Alfredo Landa, y las cáscaras de pipas que te llovían por el cogote: “¡Pero, hombre, por Dios!”. Cerca del Bar Domingo, encontramos ‘Ediciones Miguel Sánchez’, conocida por su famosa edición de ‘Cuentos de la Alhambra’, de la que conservo un ejemplar de 1977. Tirando de frente se encuentra la calle Chueca, donde vi por última vez a mi padre, a finales de ese año.
Hace algunos años, en la calle Chueca se ganaban la vida dos zapateros, que estaban separados por unos metros. Uno de ellos era ‘Rápido Cáceres’, lo mismo te ponía unas medias suelas, que le metía la horma a los zapatos del nene. Pero los vientos del progreso han ido barriendo todas estas profesiones humildes y artesanas, que han tenido que echar las persianas al negocio. Un poco más allá, en la calle Maestro Bretón, estaba el horno de ‘La espiga del Sur’, donde despachaban unas cuñas de chocolote que estaban muy ricas. Hace tiempo que se lo llevaron, pero las panaderías ya no despiden aquel fuerte olor a pan cocido, como en los hornos de leña de entonces.
Un personaje que llamaba la atención del barrio, a mediados de los setenta, era María ‘la Borracha’. Esta mujer era de estatura pequeña y tendría unos cincuenta y tantos años. A veces la veía cruzar las calles de Alhamar o San Antón, a las nueve de la mañana. Vestía de forma estrafalaria y solía hablar sola, pero algunos graciosos se metían con ella y le decían: “¡Borracha, que eres una borracha!”. Entonces, María se volvía furiosa hacia el descarado y lo ponía a parír: “¡Me cago en to tus muertos, so cabrón. El borracho serás tú…!”. Y así se tiraba un rato, en mitad de la calle, lanzando insultos a diestro y siniestro contra todo lo que se movía, dando voces y haciendo gestos con las manos. A esa hora de la mañana, María tenía la mirada perdida y se notaba que ya le había pegado al morapio, pero ella desfogaba así toda la rabia que llevaba dentro. Era mentarle la bebida a María y saltaba como un cohete, dando un espectáculo. Daba pena verla en ese estado, pues caminaba haciendo eses, sin importarle demasiado. ¡Qué triste historia llevaría a la embriaguez a esta desdichada mujer!
La calle Ribera del Genil (antes Alférez Provisional), con sus tiendas y bares, es la más luminosa del barrio Fígares al estar al lado del río. Cuando empezaron a construir pisos en estas eras, llamaron ‘Tercera paralela de Ronda’ al tercer bloque que hay a partir del Camino de Ronda. La calle Ribera del Violón es su hermana gemela y, en un olvidado rincón, se encuentra la histórica ermita de San Sebastián –con anterioridad fue una mezquita–, donde Boabdil entregó las llaves de Granada a los Reyes Católicos, que tanto hicieron por Granada, aunque muchos no lo sepan. Llo mismo podríamos decir de los reyes nazaríes, como Alhamar ‘el Rojo’, que construyó la Alhambra. En este romántico paraje de la ermita de San Sebastián acabó toda una época –ocho siglos de dominio musulmán– y nació otra, que dieron en bautizar como la Edad Moderna. Un poco más arriba estaba el ‘Tontódromo’, donde ligamos nuestros primeros fracasos y quebrantos de juventud, al compás de la ruidosa música de los coches de choque. Aquí, en los años sesenta, se organizaba la tradicional Feria del Ganado, donde se reunían los curiosos, tratantes y ganaderos. Entonces los tratos se cerraban con un apretón de manos.
Hace unos años, de la noche a la mañana y en medio de la indiferencia general, derribaron el palacete Alhamar para construir un hotel, pues había mucha tela en juego. Es la Granada ganivetiana que desaparece, lo mismo que las antiguas casas del barrio y los zapateros. Antaño se alzaba orgullosa la fábrica de harinas ‘El Capitán’, mientras que la acequia Gorda del Genil bajaba presurosa por la calle Agustina de Aragón. Hace un par de años la embovedaron, a la altura del colegio Tierno Galván, por lo que ya no oiremos, en las noches de verano, los susurros del valeroso Doncel de Sigüenza, que murió en una emboscada que le tendieron los moros, en la Vega de Granada.
El barrio Fígares, situado entre el Camino de Ronda y el río Genil, es como un pueblo pequeño y tranquilo donde se conocen todos los vecinos y donde los ancianos salen a tomar el sol, en los atardeceres del invierno. Recuerdo a mi paisano Jesús Martínez que se sentaba en un banco, que había al principio de Ribera del Genil, para apurar el último sol que se ponía por la Vega. Y a mí me trae muchos recuerdos, de cuando paseaba por sus abandonadas calles de tierra y mal iluminadas, pero con olor a pan y a música de cine de verano. El 20 de septiembre comienzan las fiestas del barrio Fígares.
Leandro García Casanova