Aquellos inolvidables años XIII: ‘Un día para la eternidad. Crónica de un día maravilloso’

 

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   En el comedor nos acomodamos alrededor de las mesas. El delegado impone su autoridad, manda callar. No puede evitar que le salga el oficio ejercido en las aulas durante tantos años. Comienza su historia: “Pues resulta que un día iba por la calle Reyes Católicos y me encontré con Antonio Serrano y con Antonio Luis…”  Todos conocemos el resto.

    

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 Ha llegado el momento triste pero inevitable y previsto de recordar a las personas que posiblemente nos acompañarían, si no fuera porque ya no están entre nosotros. Visi  lee la lista de las compañeras. Me toca la de los compañeros. El pulso y la voz me tiemblan a medida que voy leyendo los nombres y observo cómo poco a poco los congregados se ponen en pie, en silencio, respetuosamente. Los rostros que momentos antes sonreían se tornan ahora tristes y las lágrimas asoman a muchos ojos.

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   Terminada la comida, comienzan los discursos. Nuestros profesores de entonces, asistentes al acto, D Saturio, Mª Luisa Calvo y Mª Luisa Almenzar, son los primeros en hablar, agradeciendo haber contado con ellos. Siguen Antonio Arenas, a quien le estaremos reconocidos para siempre por su inmensa labor, y  los miembros de la comisión. Se homenajea al “alma mater” de esta maravillosa experiencia, Antonio Ruíz Esperidón y a Visitación  Gálvez, que se han dejado las pestañas frente al ordenador y el oído pegado en el móvil investigando el paradero de compañeros y compañeras.

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   El agradecimiento a ellos y a la comisión es un sentimiento unánime de los presentes, la satisfacción de haber conseguido con creces  el objetivo, enorme. Se rebosa alegría y bienestar. Se hacen cientos de fotografías en un afán irrefrenable de perpetuar los momentos vividos.

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   Durante mi intervención refiero cómo cuando llegamos a la Normal tuvimos la buena intuición de elegir a los delegados que magníficamente nos representarían: Uno Esperidón, el otro, debido a un deber inexcusable estaba ausente. Cuento que me llama por teléfono para transmitir un abrazo para todos. Se trata de Manolo Titos, digo. Todos aplauden al nombrarlo. Serían nuestros delegados para siempre.

 

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   Las compañeras que toman la palabra a continuación describieron con emoción contenida lo que todos sentíamos: La influencia que el paso por la Normal ha ejercido sobre nosotros; como la llamada de Esperidón o Visi  ha despertado recuerdos y sentimientos dormidos durante tantos años; el embrujo de Granada que quedó para siempre en nuestras almas; el no poder resistir el canto de sirena que supuso la invitación al evento… Estos y otros sentimientos y vivencias reflejó Isabel en su romance.

   Los sentimientos estaban a flor de piel. Todos escuchábamos con atención. Los gestos de asentimiento se multiplicaban. Nuestras mentes abandonaban el salón y se trasladaban a aquellos tiempos.

   Las notas de “ Yesterday” de los Beatles, junto con la imagen de nuestra querida y añorada Normal que introducían la proyección del video sobre aquella época, provocó una cascada de sentimientos e hizo palpitar aceleradamente, una vez más, nuestros veteranos corazones. Mirábamos la pantalla reconociéndonos en las viejas fotografías. Acudían a la memoria momentos y lugares que creíamos desaparecidos de nuestras mentes. ¡Qué nostalgia! ¡Qué emoción! ¡Qué añoranza! Las lágrimas volvían a recorrer las mejillas. Señalábamos la pantalla con asombro, con entusiasmo, como el que descubre algo por primera vez.

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     En mi anterior escrito terminaba diciendo que los años de la Normal  marcarían nuestras vidas para siempre y lo hice con cierta timidez por si acaso exageraba en la apreciación, pero después de vivir esta jornada, creo que acerté plenamente.

    El día cinco de octubre de 2013 será para mí un día para la eternidad, ya que, el cariño sincero, la amistad, la empatía, los sentimientos de afecto…, derrochados, son valores eternos. Y, aun  cuando todos hayamos desaparecido de la faz de La Tierra, seguirán existiendo en la memoria eterna de Dios.
                                                          

Francisco García Espínola. 

Aretxabaleta, octubre de 2013

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