Julio Grosso: «Señales»

La realidad es bien distinta. Se trata de un grupo de inmigrantes africanos en una playa de la ciudad de Djibouti, de noche, intentando captar una señal de bajo coste de la vecina Somalia con sus teléfonos móviles –el débil vínculo con sus familiares-. La imagen, publicada en National Geographic, lleva por titulo “Signal” (señal) y su autor, John Stanmeyer, acaba de ganar el prestigioso World Press Photo of the Year 2013.

El World Press Photo es un concurso anual de fotografía que está considerado la máxima distinción del fotoperiodismo mundial y que suele tener, al menos, un par de consecuencias positivas: sirve para recordarnos (y hacernos reflexionar) sobre los grandes problemas del mundo, aquellos que suelen pasar inadvertidos en nuestra rutina diaria; y además, nos descubre a una serie de grandes fotógrafos, que llevan décadas trabajando sobre buenas historias, las verdaderamente importantes.

Entre los premiados se encuentran algunos fotógrafos españoles como Cristina García Rodero, Isabel Muñoz o Samuel Aranda, ganador en 2011 con “Sanaa”, el  impresionante retrato de una madre yemení con su hijo muerto en brazos. Una especie de pietá contemporánea publicada por The New York Times. Como afirma Sebastiao Salgado, en la fotografía «hay que mirar y saber experimentar el placer de esperar” porque, en efecto, “cada uno fotografía con su pasado, con su ideología, con sus traumas, con sus padres, su infancia, con su personalidad a la espalda…».   

Stanmeyer es otro de esos bichos raros. Un fotógrafo norteamericano, nacido en Illinois, que ha trabajado durante la última década casi exclusivamente para National Geographic, produciendo historias de la serie Out of Eden y que antes, entre 1998 y 2008, había sido fotógrafo de la revista Time, en donde publicó más de una veintena de portadas. Stanmeyer vive con su esposa y sus tres hijos en una granja en Berkshires (Massachusetts), pero en sus muchos años de oficio ha podido viajar por el mundo y ha documentado, entre otras historias, la guerra de Afganistán, la caída de Suharto en Indonesia, los efectos del Tsunami de 2004, las epidemias de SIDA y malaria, las crisis alimenticias…Merece la pena revisar su obra.     
 
La segunda consecuencia del World Press Photo es la más importante: nos hace pensar. Las imágenes premiadas nos descubren realidades ocultas y nos ayudan a comprender el mundo que creíamos conocer. Es el caso de «Signal» de Stanmeyer, que pone ahora el foco en Djibouti, un pequeño país situado en el cuerno de África. Su capital es una especie de Ceuta y Melilla en el extremo oeste del continente africano, junto al estrecho de Bab el-Mandeb, que lo separa de la península arábiga y de Asia. Una parada obligatoria de los inmigrantes en tránsito de países como Somalia, Etiopía y Eritrea.

¿Y qué diferencia las imágenes nocturnas de los inmigrantes somalíes en las playas de Djibouti y las de los subsaharianos burlando las vallas de Melilla? ¿La de los refugiados sirios que naufragan de madrugada en el canal de Sicilia, cerca de Lampedusa y la de los mexicanos que son detenidos por los rangers en la frontera de Texas? Sin duda, se trata de la misma tragedia. Todos buscan alejarse de la miseria y alcanzar una vida algo mejor.

Si volvemos a la imagen ganadora de Stanmeyer, y la miramos con atención, observaremos, que en realidad los jóvenes inmigrantes no están contemplando la luna, sino buscando la cobertura en sus pantallas diminutas. Algo similar a lo que hacemos con nuestros smartphones, pero con una notable diferencia: en lugar de hacerlo por verdadera necesidad, para realizar una llamada a casa y oír brevemente una voz familiar, lo hacemos por pura diversión, para intercambiar un vídeo divertido, unos cotilleos o hacernos un selfie, la perversión moderna del autorretrato. La supremacía del yo frente a los otros.

Se suele decir que el cuerpo nos avisa un día de la enfermedad futura. Yo pienso que el mundo también nos avisa, a diario, de sus males enviándonos algunas señales de alerta. Destellos que aparecen, en ocasiones, en formato fotográfico, pero que suelen pasar desapercibidos. Señales de un mundo cruel, donde la mayoría pasa hambre y unos pocos nadan en la abundancia. Un mundo lleno de fronteras y de paraísos. De policías y de sueños ahogados. Un planeta repleto de contrastes y paradojas. La paradoja de cuatro inmigrantes buscando una señal de bajo coste con su viejo teléfono, en mitad de la noche, frente a millones de usuarios que ansían poseer un móvil de alta gama, con cientos de aplicaciones inútiles y una magnífica pantalla de seis pulgadas.

JULIO GROSSO MESA

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