Cuando años atrás parecía que existía una corriente simpática y amable de reconocimiento a su integridad moral y a su magistral obra, tengo la percepción de que las nuevas generaciones y los propios medios de comunicación no están dando la respuesta pertinente a aquel sobrio poeta y magistral prosista que llegó al máximo compromiso posible del intelectual que sucumbió con la Segunda República Española.
Mientras los demás intelectuales de la época, se perdían o mantenían actitudes ambiguas, nadie como él, en los momentos más trágicos de nuestra historia, supo mantener la dignidad y altitud ética en su compromiso con los desposeídos y con España.
En este corto recordatorio que se escapa entre estas líneas, quisiera expresar que A. Machado ha sido y seguirá siendo figura de leyenda y la encarnación más difícil del ideal humanista: un hombre solitario en compañía.
Es cierto que con nuestro poeta y pensador ha sido demasiado fácil la instrumentalización plagada de demagogia política, que unos y otros han aprovechado a través de su vida y su obra, en un momento de pasiones desatadas y oportunismos políticos; sin embargo, me parece pertinente destacar sus propias palabras, para un mejor conocimiento de su semblante comprometido, pero situémoslo, cómo no, en su contexto histórico:
«Desde el punto de vista teórico, yo no soy marxista. no lo he sido nunca y es muy posible que no lo sea jamás… Tal vez porque sea demasiado romántico, por el influjo, acaso, de una educación demasiado idealista… Veo, sin embargo, con entera claridad, que el socialismo en cuanto supone una manera de convivencia humana, basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo y en la abolición de los privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia».
Estas ideas de Machado, un hombre bueno, han sido durante décadas utilizadas para denigrar o hacer caer en el olvido su nombre y su hondura reflexiva, ingeniando en ellas mismas cincuenta acciones perversas por la calumnia oficial, aunque se conociera su sentido de la responsabilidad que lo expresaba muy claro en su Juan de Mairena cuando nos dice: «Tomar partido no es sólo renunciar a las razones de vuestros adversarios, sino también a las vuestras; abolir el diálogo, renunciar, en suma, a la razón humana. Y eso es mucho más difícil de lo que parece».
Si nuestro insigne escritor, el menesteroso buscador de Dios, según Laín Entralgo, pudiera contemplar la realidad actual observando las vivencias colectivas de los hombres que ocupan hoy la tierra, aquella grave preocupación patriótica que sentía ante los débiles, se multiplicaría por mil, al comprobar cómo el individualismo, la codicia y la injusticia se ha instalado de forma definitiva en el mundo como una lacra sin retorno que consume a los pueblos.