Precisamente es ahí donde sitúa Granada que “no es sólo el ámbito mítico y sobrecogedor para todos los poetas de mi generación que admiramos y crecimos en lo Lorquiano, en mi caso, esa ciudad es el paisaje de lo deseado en la adolescencia, el lugar al que se podía llegar atravesando el mar para estudiar en la Universidad”. Y eso que ella no vino a Granada, pero sí esperaba con ansiedad el regreso de los estudiantes en las vacaciones. “Así el relato de Granada era el de la lejanía, la libertad, el misterio de la nieve nunca vista, la realización de lo imposible”, añade esta profesora que escribe desde niña y concluyó sus estudios de Geografía e Historia.
Revelación de sentimientos
Reconoce Maturana que su actividad educativa le llevó a participar en Programas de Alfabetización de Adultos lo que le puso en contacto “con muchas deudas de nuestra memoria histórica”, al tiempo que le permitió conocer la realidad de miles de personas, sobre todo mujeres, que han enriquecido hondamente su vida y su poesía. Además de poemas y ensayos ha escrito durante varios años artículos de opinión para publicaciones del Sur y ABC Jerez, lo que califica de “tarea saludable y fecunda para el ejercicio de la escritura y la conciencia de la realidad”. Añade que para ella la poesía es una forma de estar en el mundo y de interpretarlo, de hacer también posible, que todo aquello que existe pero no ha podido suceder ni sucederá tenga un lugar en el mundo. “La voz de la poesía, en mi caso, está llena de imágenes, reales o inventadas, por lo tanto, ‘La luz guardada”, registra, como una cámara, la revelación de sentimientos, deseos, visiones formuladas desde el recuerdo y desde el presente, muchas veces invisible”.
Dos partes equilibradas
Este poemario que ha conseguido el premio del III Certamen de Poesía La Compañía de Versos está dividido en dos partes, la primera titulada ‘La memoria es una luz que flota’, y la segunda, ‘Las lámparas trémulas’. “Creo que ambas partes existe un equilibrio vinculante y que el libro está dotado de un sentido unitario. En la diversidad de los poemas, la luz no es un pretexto, sino el sentido de aquello que nos ilumina y pasa, pero que la poesía puede rescatar en el ejercicio de la escritura, guardando y depositando el significado de lo que nos hace vivir y aceptar las pérdidas y los fracasos igual que aceptamos la felicidad”, indica.
Esta escritora de otras nueve obras, la mayoría premiadas, que ha sido incluida en diversas antologías (Mujeres de carne y verso, Ellas son la tierra, Ilimitada voz, Poetisas españolas, El placer de la escritura) califica su libro “como muy visual, plástico, cinematográfico y pictórico, pero consciente de que la palabra nunca mostrará del todo la luz, porque el resplandor y las sombras pertenecen a cada ser, a cada vida, a cada lector”.
LA LUZ GUARDADA Nada se enciende pero todo se ilumina, las carreteras secundarias, las clausuradas aldeas, los rebaños urbanos, la pobreza y la riqueza indivisible, el ánfora caída que contiene la sombra, el sonido de las guerras pintadas, incluso la más impenetrable oscuridad antecede a la felicidad y a su turbio espejismo. Todo se proyecta y tirita en la claridad, la voz inducida y la mudez desgarradora y el enjambre y la reproducción de lo inerte y el anuncio de un troceado y quieto paraíso. Todo puede estar detenido pero destella, la palidez del ciervo acosado y la corbata angosta del vagabundo, todo es un manantial y un sorbo interminable y una desfigurada sintaxis de belleza que nos hace vivir. Todos los nombres, cualquier nombre atesora su desconocida luz, todos los nombres inagotables, los perdidos para siempre, los recobrados entre todas las cosas que van a encenderse, todos y todo funden esta esperanza de retrato dudoso en el recuerdo y sin embargo indemne al fuego y al olvido. Josela Maturana |