Tampoco por aceptar con bombo y platillo la invasión norteamericana de Rota, que no sólo no genera gasto alguno sino que incrementa la prostitución y el desempleo que tintan con un supuesto “mantenimiento” a los barcos de guerra, cargados con el armamento que venden a los países donde generan conflictos, base del sustento de su –y nuestra- economía belicista. No, no sólo estas estampas del absurdo, sino la incongruencia de insistir en el disfraz de lo inconcebible, como la pretendida ley para “reparar” un pasado irreparable de la manera más irónica e inquisitorial.
El nuevo “Santo Oficio” gubernamental español pretende sacudirse de la sotana el calamitoso yugo de la intolerancia con maquinaria de tortura, promulgando una “reparación histórica y cultural” de un terrible pasado de persecuciones y genocidios, otorgando la nacionalidad a los descendientes de los judíos sefardíes expulsados de la Península durante el Imperio del Terror católico. Todo ello aderezado con jugosa sensiblería, utilizando la imagen de las llaves de sus casas andalusíes, enmarcadas en los dinteles de sus hogares en Turquía. Olvidan sin embargo y convenientemente, que el grueso de los expulsados eran moriscos, nativos españoles, autóctonos descendientes de hispano-romanos convertidos al Islam siglos antes, por obra y gracia del autoritarismo y las persecuciones católicas, que no sólo impedía la tradicional convivencia entre cristianos, arrianos, judíos y musulmanes, sino que la prohibía. Y que también conservan las llaves de sus casas, expuestas en los dinteles de sus hogares en el norte de África: Tánger, Tetuán, Fez o Túnez, así como en Medio Oriente.
Es más, tras las conversiones forzosas, se discriminaba, incluso se esclavizaba a los rebeldes, sin importar su condición de recién convertidos. La diferencia estriba simplemente en el tamaño de la cartera, el negocio que regenten y el dominio que sus ganancias ejercen sobre el mundo de la política internacional –los judíos son dueños de los bancos más importantes del mundo, de las cadenas de comunicación y las grandes disqueras, entre los más influyentes- Razones por las cuales, a ellos y sólo a ellos se les concedió el premio a la Concordia, negándoselo a los moriscos y a los cristianos mozárabes que sufrieron igual persecución. Pero también a los indígenas americanos, víctimas de un genocidio tan atroz como el español y a los exiliados durante los conflictos nacionales.
Tan interesada, tan incoherente es la concesión, que hijos y nietos de muchos de los exiliados de la guerra civil española nacidos en Latino América, no han podido obtener la nacionalidad de sus antecesores por infames requerimientos. Es más, con frecuencia, los hijos de los españoles nacidos en el extranjero son víctimas del funcionariado español, que no siempre reconoce en los hijos la nacionalidad de los padres, y si al cumplir 18 años no la reafirma, la pierden.
Hoy, miles de españoles son víctimas del sistema que nacionaliza a extranjeros ricos. Son los nuevos exiliados por falta de oportunidades, que además pierden los derechos sociales si se atreven a irse en busca de oportunidades. Quizás mañana se promulgue otra ley que trate de reparar el injusto trato con que su nación los empujó al exilio. Mientras tanto, los extranjeros con poder económico suficiente como para adquirir una vivienda superior a cierta cantidad –de la cual el fisco se embolsa parte importante- son premiados con la residencia. El “Santo Oficio” gubernamental legisla la no injerencia de España en justicia internacional –y con ello la imposibilidad de enjuiciar el genocidio y los crímenes de lesa humanidad de Israel sobre Palestina, de China sobre el Tíbet y tantos otros-. Pero es muy probable que haya quién se atreva a catalogar este artículo como antisemita, siendo que es tan semita como un árabe, tanto como las lenguas de nuestros antepasados españoles expulsados, y tan reivindicativa como la filiación y la hermandad con todas y cada una de las etnias, las ideologías y las religiones, verdaderamente espirituales, que se practican a lo largo y ancho del globo.
EN FAVOR DEL RECONOCIMIENTO DE TODAS LAS VÍCTIMAS DEL GENOCIDIO POSTMEDIEVAL CATÓLICO, INDEPENDIENTEMENTE DE SU RAZA O RELIGIÓN.