Blas López Ávila: «La rebeldía de Panero»

Ha sido Panero, a mi entender, uno de los grandes poetas del último siglo y más injustamente tratado por la “cultura” de este país. No entraré a hacer juicios de valor sobre su obra poética, para eso ya están otros, sino a resaltar la  condición humana y artística que nunca antes confluyen como un absoluto en un ser tan definitivamente irrepetible. Sí, lo que más me interesa de Panero es su condición de hombre y su conciencia lúcida del desastre que supone vivir. Me llama poderosamente la atención encontrarme ante un hombre sin biografía –entiéndaseme bien-, en el sentido  en que nos cuenta el profesor J.C. Rodríguez a propósito de una conversación con el poeta Javier Egea -¿otro maldito?-,  que lejos de los tópicos de malditismo que le persiguen me provocan un sentimiento de desvalimiento y ternura que lo hacen elevarse sobre otros  artistas cuya irreverencia no deja de ser una mera pose artística o intelectual o ambas a la vez. Panero jamás pretendió ser jueves:

“Pronto vendrá la canalla
a hozar en mi tumba
y orinarán encima y los amantes
harán seguro el amor sobre mis huesos
y será la nada mi más escueto premio”.

No hay mayor grandeza que la de un hombre sin biografía.

Inclasificable como artista, tiene Panero la lucidez del loco, por antagónica que pueda parecer esta expresión, para entrar a cuchillo en los tuétanos del lector y ponerle ante el espejo de su propia condición que le provoque el escalofrío de la soledad más absoluta en la que se encuentra inevitablemente cada ser humano:

“Oh belleza húmeda del suicidio
única rosa, única flor
rosa cúbica de la página
para que el hombre descubra
que no es un hombre”.

 En Panero la mentira que es vivir no es sólo un recurso temático o artístico, sino la privilegiada conciencia, el instinto vigoroso del despojo vivo que constituye la esencia del hombre, convirtiéndose el autor en un fiel exponente de la desolación que habita en el ser humano, sólo que el poeta tiene una conciencia extrema de esa situación.

En esta época, en la que el pensamiento desaparece a la misma vertiginosa velocidad que se desarrolla la tecnología, Panero constituye un referente excepcional que nos muestra el peligro que supone esta situación. Sí, es ahora cuando pensar se convierte en un acto tan inútil como desprestigiado; cuando los significados de las palabras se han convertido en otra cosa; cuando sólo una sociedad tan hipócrita como vacía es capaz de dar lecciones de moral; cuando conceptos como solidaridad los ha patrimonializado el poder, haciéndole perder su valor  filántropico; es ahora, digo, cuando la obra de Panero cobra toda su enormidad. Hay que ser solidarios, se nos transmite machaconamente pero, eso sí, ejerzamos esta noble actitud con los más alejados para que no molesten demasiado. Seamos solidarios con el Tercer Mundo pero construyamos más residencias de ancianos  y más distantes de nuestros domicilios para no tener que confraternizar con nuestros mayores.

La rebeldía de Panero no es social ni política ni siquiera religiosa. Va dirigida contra sí mismo, contra su propia existencia que es la nada. Y eso es tremendamente doloroso.

”Sólo la nieve sabe
 la grandeza del lobo
la grandeza de Satán
 vencedor de la piedra desnuda
de la piedra desnuda que amenaza al hombre”.

Podría decirse –permítaseme el neologismo conceptual- que el autor pretende una deconstrucción de la nada: si el ser humano es la nada (auto)destruyamos a aquel para hacerlo coincidir con esta. Paulatina, peligrosamente. Y ese camino no puede estar sino preñado de una soledad, un sufrimiento y un dolor tan insoportables que sólo el vómito de la palabra puede, siquiera a pequeñas dosis, mitigar. Es por este motivo por el que siempre tuve la impresión de que transitar por los versos de Panero era como quitarse la ropa para adentrarse en una frondosa zarza y salir de ella con el cuerpo cubierto de heridas pero con la extraordinario botín de haber recolectado un buen puñado de sus excelsos frutos.

Esta mañana, al leer la noticia de su fallecimiento, un nudo se me ha subido a la garganta por el desvalimiento del ser humano y he sentido el alivio de saber  que sus sufrimientos han finalizado. Me gustaría tener la certeza de que el haloperidol que le suministraban era más potente que el que el poder nos suministra diariamente. Pero no la tengo. ¡Descansa en paz, Panero, descansa en paz!

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