El concepto de “valor” tiene un amplio uso a lo largo de la historia. En ética, el valor es lo bueno, lo que debe hacerse; en estética, hace referencia a lo bello; en religión, el valor se refiere a la virtud; en economía, el término se acuñó muy pronto con el sentido de “valor de uso” o con el de “valor de cambio”; en sociología y psicología, su significado fluctuó entre un sentido descriptivo de las preferencias de las personas, hasta un sentido normativo de criterio aplicable para juzgar a los individuos; etc. Durante mucho tiempo, los valores se aplicaron a las Humanidades, sobre todo a la Filosofía, pero no a las Ciencias, incluidas las Sociales, las cuales evitaban los juicios de valor, de tal manera que cuando estas últimas estudiaban la conducta humana, no se referían a los valores humanos por considerarlos íntimos y subjetivos. Esta actitud de prevención y recelo ante los valores cambió, sin embargo, a mediados del siglo XX al considerarse que su estudio también era un campo de gran interés para el estudio científico.
«Las Humanidades tienen una responsabilidad práctica: fomentar relaciones sociales basadas en la moral y en la calidad de vida de los hombres». |
El adalid de esta nueva actitud es, sin duda, Clyde Kluckhohn, de Harvard, quien empleaba métodos científicos para sus estudios humanísticos. En esta escuela se acometió el estudio de cinco culturas diferentes del sudoeste de Estados Unidos (navajos, zuñis, hispanos, texanos y mormones) comparando los valores de estos diferentes pueblos referidos a diversos aspectos de la vida como el religioso, las leyes, el concepto de propiedad, la familia, los ancianos, la relación con la naturaleza y con los demás miembros, etc. En esta misma línea, aparecen estudios posteriores realizados por R. Redfield y M. Singer, en Chicago, de las tradiciones culturales de chinos, indios, islámicos, etc.; o los de Max Weber, referidos a la ética protestante.
Para nosotros, las Humanidades y las Ciencias Sociales tienen una responsabilidad práctica, pues su gran objetivo ha sido, es y será no sólo el describir la realidad del hombre sino, sobre todo, el fomentar unas relaciones sociales basadas en la moral y en la calidad de la vida. En efecto, hoy más que nunca, porque nos encontramos en un medio social y material demasiado práctico, el objetivo central de las Humanidades debe ser el conseguir un mundo más humano y esto no puede lograrse si prescindimos del mundo de las valoraciones, de los valores. Quizá este reto tan fuerte genere desazón e impotencia a las Humanidades, debido a que llevan aparejadas desde hace muchos siglos la pesada carga del elitismo tradicional, basado en el memorismo, en la repetición mimética de los postulados grecolatinos y en la carencia de adaptación a los nuevos tiempos y a los nuevos problemas, cuando el elitismo citado no forma parte de su esencia sino que es solamente un residuo histórico.
Laín Entralgo, a propósito de la enorme importancia que la formación humanística ha de tener en los centros educativos, planteaba cuestiones de gran interés. Distingue él entre humanismo básico, que ha de estar presente en todo sistema educativo, y el superior. El básico consiste en saber responder a cinco preguntas: ¿En qué mundo vivo? ¿Qué cosas integran el mundo? ¿Qué son los hombres? ¿Qué soy yo? ¿Qué proceso evolutivo ha sufrido la especie humana desde su aparición hasta hoy? El humanismo superior para Laín, el que debe poseer el profesor y cualquier intelectual, sea humanista o científico, consiste en saber responder a la pregunta siguiente: lo que yo enseño ¿cómo puede contribuir a que se conozca mejor lo que el hombre es? Varias actividades intelectuales requieren, según Laín, dicho humanismo profundo o superior: Preocupación por la esencia –el qué- de lo que se sabe y enseña: filosofía de la Física, del Derecho, de la Arquitectura, etc.; preocupación por el ‘para qué’ de lo que se sabe y enseña; preocupación por la historia de lo que se sabe y enseña y preocupación por el modo como se dijo antaño y se dice hogaño de lo que se sabe y enseña…
La visión que Laín tiene de las humanidades es muy parecida a la que después veremos que tiene Ortega, es decir, una visión muy amplia de las mismas, que abarcan todo lo que nosotros consideramos hoy como Ciencias Sociales, además de la Filosofía y la Historia de todas las materias científicas. Las humanidades comprenderían, pues, las letras más las disciplinas metacientíficas.
Como conclusión, diremos que desde principios del siglo XX, tanto en Europa como en América y en España, existe una profunda preocupación por la crisis del sistema educativo y de las humanidades. En ambos continentes, así como en nuestro país, se expresa la necesidad de desarrollar tales conocimientos, sin despreciar el estudio científico y tecnológico porque todos estos saberes están interconectados. Tanto en las conclusiones del Congreso de Roma de 1934 como en las aportaciones de los diferentes intelectuales citados, se insiste en algo fundamental y que nosotros defendemos: que las humanidades no pueden desligarse de una sólida conciencia cívica, de una adecuada preparación para la vida, ni de la adquisición de una adecuada capacidad para comprender los valores culturales, morales y estéticos de ayer y de hoy.
Juan Santaella López
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