El principal objetivo de Bastiani era relacionarse con sus nuevos vecinos y propiciar así que su hijo Matteo jugase con otros niños. Luego, día a día, el objetivo personal fue creciendo espontáneamente dentro del grupo de Facebook: “socializar a los vecinos del barrio con el fin de establecer un mayor vínculo entre ellos para compartir experiencias y conocimientos, desarrollar proyectos colectivos de interés común y disfrutar los beneficios de una mayor interacción social”.
Es decir, conocer a aquellas personas con las que compartimos un mismo barrio y recuperar algunos hábitos de convivencia ciudadana perdidos por la frenética vida urbana y el individualismo dominante. Hasta hace poco, cualquiera ayudaba a la abuela a subir la compra a casa y a cambio, siempre tenía algún vecino a quien pedirle la sal o que le regase las macetas durante las vacaciones. Pequeños favores. Gestos solidarios. Educación ciudadana. “El interés privado elimina el bien común”, asegura la filósofa Victoria Camps.
A partir de aquí, los vecinos de vía Fondazza han creado actividades con una clara función social y sin ánimo de lucro. Ocasiones concretas y reales para ayudarse mutuamente e incluso combatir las soledades de cada cual, incluido el aislamiento de los niños y los mayores. Desde pedir ayuda para las tareas domésticas, pasando por reuniones informales -como un picnic en el parque- y actividades culturales a precios reducidos. Además, claro, de encontrarse, compartir un café y charlar en una plaza. He leído que “la democracia la inventó gente que paseaba por la calle, iba al mercado o se sentaba a discutir en las plazas de las ciudades griegas”.
En su primer año de vida, el experimento de Bastiani ha ido derivando en una auténtica plataforma de integración ciudadana, una red vecinal que funciona en paralelo, pero muy lejos, de las viejas asociaciones de vecinos, porque todavía es independiente de los poderes políticos y los intereses económicos. Es una propuesta para reconstruir el sentido de la comunidad en tiempos de crisis. Un esfuerzo por repensar el modelo de ciudad y crear un territorio más humano, abierto y pausado.
El lema de “Social Street” es «pasar de lo virtual a lo real» y el movimiento social de una calle de Bolonia se ha ido extendiendo de forma viral por muchas otras calles, distritos y ciudades italianas acercándose a los 300 grupos en todo el país, con miles de seguidores virtuales, pero también «reales». Solo en Milán la red tiene más de 8.000 usuarios. La experiencia ha llegado también a las televisiones y periódicos italianos y ha mutado en un fenómeno social y mediático con replicas en otros países. Las redes sociales son capaces de producir contagios emocionales a escala mundial.
Pero, ¿Quién es Federico Bastiani? ¿Un activista? ¿Un político? ¿Un soñador? En principio, parece un tipo normal. El vecino al que confiarías una copia de las llaves de tu casa. Nacido en Pisa en 1977, Bastiani se acercó al periodismo casi por accidente. Se había licenciado en Administración de Empresas, pero sabía que su camino estaba fuera de las grandes corporaciones y sintió el deseo de contar buenas historias y dar a conocer otras realidades distintas de las económicas.
Durante un primer viaje a Argentina, tuvo la oportunidad de conocer a las Abuelas de Plaza de Mayo y pasar con ellas un jueves, uno de tantos, dedicado a recordar a los desaparecidos durante la dictadura militar. Desde ese día Bastiani no ha dejado de escribir. En la actualidad, colabora con varios diarios y mantiene un blog personal en “Il fatto quotidiano”, un periódico muy crítico con el gobierno.
Resulta paradójico que Facebook, una de las redes sociales más populares del planeta, considerada por los apocalípticos de la tecnología como “una antesala de la soledad”, se convierta en esta ocasión en su antítesis, la herramienta de uno de los experimentos sociológicos más interesantes e innovadores del momento.
Esperemos que «Social Street» no sea otro espejismo más de las redes sociales. Que no se quede en una pose. Que funcione y conserve su independencia. Y si es así, que se extienda pronto a otras ciudades europeas donde el egoísmo y la hipocresía han sustituido el bien común y la buena vecindad. Miren a su alrededor: ¿A cuántos vecinos conocen? ¿A cuántos ayudan? ¿A cuántos pueden pedirle la sal? Paradojas de este planeta: «donde más escasez hay, más se comparte, y donde abunda, menos se ofrece».
Volvamos al principio. Un buen día Federico Bastiani se fue a vivir con su pequeña familia a la vía Fondazza de Bolonia. Entonces tuvo una idea simple, pero revolucionaria, que ha generado un gran movimiento social y ha recuperado la convivencia y la comunicación con los vecinos. Su hijo Matteo tiene ahora tres años y disfruta jugando en la calle con sus amigos del barrio. La soledad no es lo normal.
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JULIO GROSSO MESA
(Este artículo se ha publicado en la edición impresa del Diario IDEAL en sus ediciones de Granada, Costa, Almería y Jaén, correspondiente al lunes, 08/09/2014))
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