El recorrido vital de Francisco Beltrán, “un ciudadano del mundo” se inicia en el pueblo de Chauchina, en 1964, en una casa de labranza y vaquería. “Me crié desde chico entre vacas, realizando las tareas del campo, entre maíces, tabacos y chopos, acequias y agua, respirando los mismos bulanicos que todos los que han pisado los caminos de la Vega, bañándome en los meses veraniegos en las aguas frías de las pozas”, rememora este prolífico autor de obras inéditas (alrededor de 14, más el poemario). Luego vendrían los estudios de Química en la Universidad de Granada y el inicio de sus tareas docentes, considerándose un profesor vocacional que ha desarrollado su labor en la Escuela Familiar Agraria (EFA) El Soto de su pueblo y en la actualidad en el centro de la Chana. Entre uno y otro, durante ocho años, desempeñó funciones sindicales en Sevilla, período que califica de «duro pero intenso» , tras lo que decidió “pararse y pensar en mis raíces y todo lo que llevaba en el zurrón con las cosas de la vida ponerlo por escrito como disfrute o reflexión”.
Desde hace seis años alimenta un blog en el que reflexiona -al igual que en el poemario- sobre los momentos de la vida, también sobre las cosas cotidianas relacionadas con su pueblo, alumnos, familia, e incluso cosas nimias y hacerlo de “forma clara”. Respeto al poemario manifiesta “espero que guste y llegue al alma de la gente para que esta Vega no desaparezca y podamos conservarla en el tiempo”. También añade que es necesario que todos seamos sensibles y colaboremos mucho con VegaEduca “porque necesitamos que este proyecto se haga fuerte” de cuyo coordinador, Javier Alonso, había oído hablar pero ha sido ahora cuando lo ha tratado, con motivo de la presentación del libro de Lorca con textos sobre la Vega, a cuyo presentación asistió pues también quería aprovechar para saludar a otro de sus poetas favoritos, Luis García Montero.
En cuanto a Enrique Moratalla indica que lo conoce desde hace bastante tiempo pero fue hace tres meses cuando le pidió el prólogo. “Lo he tenido siempre como referencia de Manifiesto Canción del Sur y Poesía 70 al igual que a Juan de Loxa, Antonio Mata, Carlos Cano, Juan Jesús León y tantos otros”, explica de los que califica como “auténticos próceres de la nebulosa en la que nos movemos que me han servido para darme cuenta de que hay que tener los pies atados a una tierra, sea la que sea”. Por todo ello muestra su satisfacción de que Enrique le haya escrito un precioso prólogo que termina “a partir de ahora será muy difícil para mí mirar, caminar, pensar, soñar o imaginar este paisaje sin que estos versos que me han envuelto sean puntos cardinales de las emociones que nos hacen palpitar por atávicos secretos entre nosotros y esta tierra que ya es parte intrínseca de nuestra sangre”.
Escenas
La devoción por su tierra y los poetas citados la pone también de manifiesto cuando nos cuenta que durante su etapa sindical siempre le acompañaban el libro ‘Ropa de calle’, de Luis García Montero, una recopilación de cartas de Federico, aparte de obras de Miguel Hernández o Luis Cernuda, que leía en los trayectos de tren. Lecturas que han dejado un reguero que se puede ver en el poemario que en lugar de capítulos tiene escenas, en concreto nueve escenas y dos anexos. “En la Vega no se abre y cierra un capítulo, sino que se van abriendo imágenes, sensaciones, vivencias y como ocurre en la vida misma o en el teatro son escenas en las que aparece el agua, el alba, las tormentas, la lluvia, los árboles, y muchas faenas del campo desde sementera, escarda, riegos, los paseos, las andanzas, los juegos, sueños,…”, aclara al tiempo que añade que “acabo con dos anexos y una canción modo de poesía más formal”.
Así mismo, nos informa de que los 87 poemas ha sido escrito en un período de tiempo relativamente breve pues lo comienza el 14 de julio de 2013 como fecha inicial y en un sitio muy concreto, el Alto de Trasmulas, en la entrada de la Vega. En esa jornada y sitio “paré el coche y escribí el primero de los poemas del libro. Regresaba de las tareas de Sevilla a mi tierra, tuve que detenerme y coger el bolígrafo. Desde ese momento, sin tregua hasta el 31 de agosto”, nos cuenta quien afirma que ya escribía desde pequeño pero que seguidamente lo destruía, aunque algunos de los poemas incluidos han sido recuperados de su memoria. Poemario que está dedicado a sus padres, tristemente fallecidos en un accidente de tráfico, y cuya fotografía de portada es obra de su mujer Mª del Mar Domínguez, tomada en un lugar muy transitado del río Genil, en el puente entre Chauchina y Fuentevaqueros. Antes de terminar, agradece a José Ramón Ortega Alba los carboncillos del interior y tiene un reconocimiento muy especial para Maribel González Gamero por su primera corrección y para Lola y Victoria Eugenia, que participará en la presentación.
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