Juan Santaella López: «La empatía, una gran virtud social»

La “empatía”, elemento básico de la inteligencia social, suele utilizarse hoy con tres significados diversos: como capacidad de conocer los sentimientos de la otra persona, para lo cual es necesario saber escuchar, dejando a un lado lo que estamos haciendo o lo que nos preocupa en ese momento, ese saber escuchar es el rasgo más sobresaliente de los mejores directivos, líderes, trabajadores sociales, médicos y maestros; en segundo lugar, como medio de sentir lo que el otro siente; y, en tercer lugar, como respuesta compasiva a los problemas del otro. Si nosotros unimos las tres acepciones, descubrimos un significado sumamente enriquecedor: ser capaz de conocer al otro, sentir con él y ayudarlo en cuanto le preocupe. Expresión clara de una empatía profunda con el otro es la sonrisa que siempre resulta ser la distancia más corta que hay entre dos personas.

Cuando dos interlocutores sienten una simpatía mutua (procedente del griego simpateia, que significa “comunidad de sentimientos”) porque ambos experimentan cordialidad, comprensión mutua y autenticidad en la relación, es decir, empatía, palabra que procede del mismo radical griego y que significa “identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro”, entonces se genera en la relación un estado de bienestar mutuo, una compenetración con el otro, incluso en el dominio del lenguaje no verbal, y una sintonía que hace placentera la relación interpersonal, porque comprendemos que el otro está conectado con nuestros sentimientos y con toda nuestra persona. Algunos experimentos realizados en conversaciones entre amigos han detectado que cuando éstos se encuentran en un diálogo íntimo tienen acompasado entre ellos hasta la respiración.

El mayor obstáculo a la empatía y a la compasión es el ensimismamiento, que tiene lugar cuando nos centramos en nosotros mismos y entonces nuestras preocupaciones y problemas llegan a adquirir dimensiones tan enormes que nos desbordan, con lo que la presencia y la problemática del otro deja de interesarnos. Lo contrario ocurre cuando nos preocupamos de los demás, porque en ese caso nuestro mundo se ensancha y nuestros problemas disminuyen o incluso desaparecen.

¿Qué pasos hemos de observar para que las relaciones sociales transcurran por el camino de la empatía? Según Goleman, lo primero es la atención al otro, mirarlo a los ojos, que el otro descubra que lo estamos considerando. Con esa posición, hemos abierto la puerta de entrada. A continuación, cuidar nuestro tono de voz, que sea relajado y afable, y nuestros rasgos faciales, es decir, el lenguaje no verbal, que tanta importancia tiene en el trasvase de información. Un tercer elemento básico es la “coordinación o sincronía”, que suele transcurrir también por canales no verbales, como son los movimientos corporales: la proximidad, la apertura de las manos, el cruce permanente de los ojos, etc.; y el ritmo y la coordinación de la conversación, donde la palabra se reparte equitativamente, donde nadie quiere imponer nada al otro, donde los silencios juegan un papel fundamental y donde los temas de conversación se pactan instintivamente, sin imposiciones.

Los que carecen de las cualidades expresadas anteriormente para relacionarse con los demás, suelen tener serias dificultades en su propia vida personal, y es posible que terminen siendo “narcisistas, maquiavélicos o psicópatas, lo que los psicólogos han calificado como la tríada oscura. Todas ellas comparten, en distinta medida, rasgos –a veces muy ocultos- tan poco atractivos como el rencor, la hipocresía, el egocentrismo, la agresividad y la insensibilidad”, según afirma Goleman en la obra citada.

Los que pertenecen a esa tríada son personas que carecen, en parte o totalmente, según el tipo de limitación que tengan y el grado de la misma, de remordimientos, de vergüenza, de culpabilidad o de escrúpulos. Por eso, ciertas emociones actúan como brújula de la salud moral de la persona: el niño no tiene vergüenza de ensuciarse en los pañales hasta que a partir de los dos años descubre que los demás no aprueban su conducta (por cierto, la vergüenza es la primera emoción infantil); la culpa o el remordimiento aparecen cuando la persona emotivamente sana descubre que ha cometido un error o que ha molestado a alguien; el escrúpulo aparece cuando la persona emotivamente normal descubre que determinadas actuaciones suyas entran en contradicción con sus convicciones morales; etc.

Sólo cuando una relación es empática, el otro se convierte en un fin para mí; si, por el contrario, no existe la empatía, el otro es sólo un medio para lograr mis propios objetivos

En conclusión, sólo cuando una relación es empática, el otro se convierte en un fin para mí; si, por el contrario, no existe la empatía, el otro es sólo un medio para lograr mis propios objetivos. El filósofo francés Emmanuel Lévinas entiende que hay dos tipos de relaciones: “yo-ello” para referirse al que toma al otro como una mera idea, como un ser alejado, sin conexión íntima conmigo; y “yo-tú” para referirse a aquella otra en la que llega a considerarlo como alguien irrepetible, distinto de todos los demás. Esa actitud de preocupación o despreocupación por el otro suele vislumbrarse fácilmente, sobre todo si mi interlocutor es una persona avezada, por lo que no es de extrañar que las personas que practican la empatía puedan tener muchos amigos y tengan una relación placentera con su pareja y con su familia, en tanto que el que sólo se preocupa de sí mismo y sólo habla de sus problemas tenga pocos amigos y mantenga una relación tortuosa con los suyos y con la sociedad en general.

Juan Santaella López

 

 

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