– ¿Por qué ha elegido este espacio universitario para la presentación de su libro?
– Sencillamente por homenajear a mi padre que fue durante tantos años celador del Hospital Clínico y se movió por esta Facultad llevando y trayendo papeles. También porque hay una conexión con el señor decano que desconoce y que procuraré explicarle el día de la presentación.
– Quiénes conocen su vertiente poética se sorprenderán con una obra en la que predomina el texto narrativo y dramático ¿A qué se debe este cambio de género?
– La mezcla de géneros que hay en el libro, según me dijo Álvaro Salvador, ya se hacía en el siglo XIX, por lo que yo tendría que haber nacido entonces. En cualquier caso todo arranca de la poesía y de una poeta maravillosa por la que siento auténtica veneración, Ángeles Mora, que en 1994 escribió un poema titulado ‘Elegía y postal’ que me marcó y que comienza: “No es fácil cambiar de casa,/ de costumbres, de amigos,/ de lunes, de balcón./ Pequeños ritos que nos fueron/ haciendo como somos,…” Entonces yo tenía que cambiar el tema poético porque tenía que contar una historia de un hombre que como todos los seres humanos nació con luz pero por distintas circunstancias son desconocidos y llegan al final de su vida como se dice con un palabro que no me gusta, ninguneados, y se hacen invisibles.
– ¿Y el teatro?
– Tenía que mezclar esta historia fundamentada en un hecho real con la parte de teatro porque estoy enamorado de ‘Yerma’ y del lenguaje de las lavanderas del acto II. El final, creo que es lo que está mejor en el libro, como es la prosa poética y unos poemas de diálogo entre mi padre y yo que han tardado en escribirse todo este tiempo. Por tanto, aparte del poema de Ángeles Mora que cuatro años después de conocerlo, en el centenario de Federico García Lorca en el Teatro Alhambra, tuve la suerte de leer en público con Enrique Morente como hombre nº 1 y Morente hacía el pastor bobo, y como me creo a pie juntillas las palabras de Federico García Lorca cuando dice que “el teatro es la poesía que se levanta”. Por eso me dije tengo que descubrir las caretas y contar una historia. Esa es básicamente la génesis del libro y el motivo de la mezcla de prosa, teatro y poesía.
– La narración da comienzo con un episodio duro que titula con una fecha “8 de febrero de 1937” ¿Por qué?
– El proceso arranca por el motivo de que nunca pude entender por qué mi padre estaba siempre en silencio. Sé que en 1937 parte de la ‘desbandá’ de Málaga se internan en las Alpujarras y llegan a un pueblo que da la casualidad, según me confirmó mi madre y hermano, que es cierto que había una zanja abierta en la que estaba mi padre con 12 años con mi abuelo a los que iban a fusilar. A partir de este hecho, suponiendo el miedo tan atroz de aquel niño me invento una historia que es pura ficción, claro.
– Sin embargo, según escribe su padre en la calle era una persona totalmente distinta…
– Así es, porque como afirmaba Francisco de Asís «aprendamos de las piedras su silencio». ¿Qué ocurre? Pues que de ese silencio es de donde yo he ido tratando, no de justificar nada, sino de contar como el ser humano tan luminoso puede llegar a no hablar pero estar presente. Por eso mi parte de prosa poética es la final, después de que me haya quedado sin tiempo y de que nunca pude decirle a mi padre lo que tenía que haberle dicho y ahora tenía que explotar. Tenía que hacer uso de algo que he descubierto hace poco a través de la escritora Elena Zurrón que me envió una cita del maestro Galeano que dice «¿Para qué escribimos si no es para juntar nuestros pedazos»? Este libro ha servido para juntar mis pedazos, mi dolor, mi soledad,… juntar a mi madre, a mi hermano y darle honor a un hombre tan maravilloso como fue mi padre, que no hablaba pero estaba presente con su mirada.
Jergas y coloquialismos
– En el texto dramático, ‘La corte de la porca miseria’ que subtitula ‘esperpento en tres chismógrafos y letanía final’ utiliza un lenguaje lleno de jergas y coloquialismos que ha requerido un glosario ¿Cómo le dio forma?
– Durante tres años me he dedicado a hacer lo que hacen los periodistas que es ir con el oído bien atento, escuchar y grabar en pueblos las expresiones más típicas del tipo “qué jacéis que no sus oigo”, o “mal rayo sus parta a toas”. También he estado atento a las expresiones en spaninglish y de la gente joven como el “supermegafuerte” para tratar de darle forma, con humor, a tantas personas que se meten sin permiso en la vida de los demás y te ningunean. El glosario se incluye después del teatro para que la gente lo entienda, claro.
– Un epílogo clarificador da sentido a lo leído con anterioridad y nos da a entender que tenía unas inmensas ganas de soltar todo lo que durante tres décadas, ha llevado dentro ¿Es así?
– El epílogo es una pura imitación a los poemas de García Lorca, en ‘Así que pasen cinco años’, y “cinco años que no vuelven”, o en ‘Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores’, «que se va, que no vuelve, que se pasa el tiempo”. El reiterar treinta años, treinta años, treinta años, para justificar un período de tiempo insoportable.
– La autora del prólogo es la historiadora portorriqueña Carmen Alicia Morales ¿Cómo la conoció?
– La historia de esta mujer es curiosísima. Mi primer libro, del año 2003, se presentó tres años más tarde en la Feria de Puerto Rico donde conocí a Magali Quiñones que vendrá a Granada dentro de poco, y se me acercó Carmen Alicia para decirme estas palabrillas con su acento: «Disfrutá del esplendor de tu existencia». Me reencontré hace dos años aquí cuando vino a presentar una psicobiografía de Isabel la Católica, compartimos aquel momento y ahora tenemos una amistad maravillosa.
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Título: De hombre luminoso a hombre invisible
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