Loli me entrega una fotocopia, donde viene la relación de comercios que había en la calle Mesones, en 1969. En ese año se reformó la calle, a petición de los comerciantes y con la autorización del Ayuntamiento, que entonces presidía José Luis Pérez Serrabona. Cada comercio aportó una cantidad, dependiendo de los metros lineales que ocupaba. Así por encima, entonces había doce tiendas de calzados en Mesones –el nombre le viene porque era la calle de los mesones–, lo que da a entender que la gente gastaba más suelas de zapatos, porque había menos vehículos. Eso sí, en esta calle emblemática del comercio como es natural no había ningún zapatero remendón. Sin embargo, en los barrios de Granada los encontrabas a pares. Entre los bancos de la calle Mesones había una sucursal del Banco Central y otra del Banco de Bilbao, que desaparecieron con las fusiones posteriores de bancos. Otros comercios de aquel entonces me suenan, como ‘Armería y deportes El cazador’, ‘Albardonería Juan Moral’, ‘Guarnicionería y artículos de viaje El caballo’, ‘Espartería Gómez’, –de estos tres últimos comercios apenas si quedan en Granada, por lo que es una pena–, y la ‘Compañía Granadina de Industria y Comercio’, que era el depósito de droguería y medicamentos.
En la calle Mesones había también cuatro ferreterías, ‘La campana’, ‘El candado’, ‘Mesa Hermanos’ y ‘Las artes’, hoy no queda ninguna; dos sombrererías, ‘Bermúdez’ y ‘Sevilla’ –nuestros padres usaron mucho el sombrero y la gorra–, ‘Almacenes de quincalla y otros La mariposa’, ‘Almacenes de tejidos, Buenos Aires’ (hará cinco años que echó el cierre), el ‘Bar y la Pensión el Rinconcillo’, que estaban en la plaza de Cauchiles. La relación se completa con varias cafeterías, tiendas de tejidos y muebles, una ortopedia, tres farmacias y alguna óptica. En total había 82 locales comerciales, algunos con 1,10 metros lineales.
Loli prosigue con su historia: “La diferencia es que antes se usaba más la cabeza y las manos en la escuela, pues ahora están con los ordenadores. Los estudiantes compraban en la librería el cartabón, la escuadra, la regla, el compás, la bigotera, el tiralíneas, los lápices de carboncillo, papeles ingres y tina –estos para el dibujo lineal–, el pantógrafo lo utilizaban los delineantes para los planos, etc. También vendíamos folios, bolígrafos, gomas… Hace unos veinte años que dejé de vender libros de texto porque la venta se puso complicada –sería cuando los grandes almacenes empezaron a venderlos– y opté por los libros de lectura y, sobre todo, de temas granadinos, así como revistas de moda y labores, postales, libros de oficina…”.
Su padre falleció hace trece años y, desde entonces, Loli ha estado llevando sola la librería, y abriendo mañana y tarde. Ahora ha hecho 57 años desde que abrieron el negocio. Guarda unas cajillas de plástico, donde hace años venían los bolígrafos inoxcrom, mientras que muchas estanterías se ven ya vacías, como un triste presagio del próximo cierre. Todavía se ven algunos libros de latín y de idiomas. Loli señala a los cebadores de los fluorescentes, que parecen botellas colgando de la pared cerca del techo. “Van independientes de los tubos, porque no había espacio para ellos en la entrada”, me dice. El cuadro de luz es otra reliquia de los años sesenta, de color negro y con el botón rojo del automático. Aunque encima ya le han colocado un contador digital de la luz. También conserva un antiguo teléfono de disco, del que dice que es muy bueno. Había que marcar cada número dándole una vuelta al disco. En mi casa yo conservo un teléfono igual, que era de mis padres.
Un cliente le pregunta por un libro y Loli le aconseja ediciones Miguel Sánchez y a don Ricardo Villa-Real, un profesor avemariano al que yo le dediqué un artículo, cuando falleció. Poco después, otro cliente le pide un recambio del bolígrafo, y Loli le indica una papelería cercana. Los libros que un servidor ha publicado, Loli los ha colocado siempre en el escaparate y esto es algo que no puedo olvidar. Hace unos días, me decía un librero, que también se dedica a los temas granadinos: “Antes se vendían 500 ejemplares de un autor, pero ahora vendes cien y es demasiado”. La crisis ha hecho estragos en todas partes, pero la Cultura se ha resentido bastante, pues el sueldo lo dedican las familias a otros gastos más perentorios.
Recuerdo que el famoso Decreto Boyer, Decreto Ley 2/1985, se aprobó precisamente para que los alquileres bajaran, pero al final produjo el efecto contrario: los arrendamientos de viviendas se dispararon entonces. Sin embargo, la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU), de 1994, tuvo en cuenta los alquileres de locales comerciales, anteriores a 1985, a los que concedió una moratoria de veinte años. Ahora ha pasado el plazo y le ha llegado el turno al comerciante. Así, los que pagaban 400 euros de alquiler al mes, ahora los propietarios les piden más de 2.000. Se calcula que esta subida le afecta al 10% de los comercios de Granada, de los 9.000 que existen, así como a varios miles de comerciantes en la provincia.
Loli es una mujer amable y atenta a cualquier observación que le hagas, es un placer conversar con ella y siempre la ves al pie del negocio que regenta. “He continuado con la librería, abriendo paquetes y atendiendo al público, es mi ocupación, mi preocupación y distracción. Como cuando una hace las cosas con gusto”, me dice. En enero el propietario del establecimiento le ha subido, de golpe y porrazo, a 2.500 euros pero esto es inalcanzable para la librera. “Si hubiera pedido menos, hubiéramos podido llegar a un acuerdo. ¿Cuánto tengo que vender yo para pagar el alquiler? Tengo ya sesenta y siete años, y aquí se acaba todo”, me dice y con razón. Señalar que ha cerrado también la colchonería de la calle Alhóndiga, una mercería muy antigua en la calle Salamanca –creo que llevaba 50 años– y numerosos comercios.
Me paso sobre las 12:30 horas de hoy por la librería. Están Loli, su hermano José, la sobrina y otros amigos. No se ven caras tristes, al contrario, pero es la despedida. Le digo a Loli que es una mujer muy atenta con el público y me responde: “Bueno, esto es algo que yo he mamado desde pequeña. Recuerdo que a lo mejor estaba porfiando con mi padre y llegaba un cliente. Entonces mi padre cortaba la conversación y lo atendía: ‘¡Dígame usted!’. Y cuando se iba el cliente, seguíamos con la porfía para ver dónde se colocaban los libros…”.
Lo dicho. Mañana, sábado, cierra la Librería Estudios y Granada se queda un poco más huérfana: un local menos que anuncia los temas granadinos.
Texto y fotos: Leandro García Casanova